14 | El viaje

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14 | El viaje


Connor

—¿Estás seguro de que lo llevas todo?

—Me has obligado a hacer una lista y a repasarla cinco veces, mamá. Sí, estoy seguro de que lo llevo todo. —Cierro a duras penas la cremallera de la mochila—. De todas formas, es solo una noche.

Una vez que he terminado, me la echo al hombro y me incorporo tratando de parecer tranquilo. Son las 8.45 del sábado, Maeve debería de estar a punto de bajar y es un alivio que al menos los nervios me mantengan despierto, porque no he pegado ojo en toda la noche y se supone que tengo que conducir. ¿Cómo diablos he acabado metido en este lío? Nunca debería haberle comentado la idea del viaje. Creo que, si lo hice, fue solo porque en el fondo estaba convencido de que era imposible que Maeve dijera que sí.

Pero lo hizo. Y aquí estamos ahora.

No voy a sobrevivir a este fin de semana.

Y que mi madre haya entrado en modo mamá oso sobreprotectora no es para nada tranquilizador.

—Tengo la sensación de que se nos olvida algo. Déjame volver a mirar.

Acto seguido, se pone a abrir y cerrar los armarios de la cocina como si fuera a encontrar ahí dentro el artilugio mágico que podría salvarme la vida en caso de verme ante una posible amenaza de muerte o algo así. Suspiro y vuelvo a abrir la mochila, a sabiendas de que va a obligarme a meter algo más. Lleva toda la semana dándome la lata con el equipaje. En su defensa diré que yo no he sido precisamente de ayuda; tengo la mala costumbre de dejarlo todo para el último momento, pero soy un tío sencillo. Con llevar ropa interior, el bañador, unos pantalones de recambio y un par de camisetas tengo más que suficiente. El resto de cosas inservibles que abultan mi mochila son producto de mamá y sus porsiacasos.

Por cuarta vez en la última media hora, me tiende un objeto aleatorio y recita:

—Mejor prevenir que curar.

Lo cojo con el ceño fruncido.

—¿Para qué narices quiero un destornillador?

—¿Y si tenéis algún problema con la camioneta?

—Llamaríamos a la grúa.

—Mételo. No ocupa nada.

—¿A quién se le ocurriría salir de casa sin un destornillador? —se burla Sienna, que está sentada leyendo en la mesa de la cocina.

—Cierto —coincido—. Podría verme en una situación de vida o muerte en la que tenga que apretar los tornillos de una estantería.

—O cambiar la pata de una silla.

Intercambio con ella una sonrisa mientras guardo el dichoso destornillador.

—Muy graciosos los dos. Como he dicho, es mejor prevenir que curar. Nunca se sabe. —Mamá deja su tarea con los armarios, viene hacia mí y me alisa el cuello de la camiseta—. ¿Crees que necesitaréis algo más? ¿Cerillas para la chimenea?

—¿Con el calor que hace? —Sacudo la cabeza ante lo absurdo que me parece. Por desgracia, ella no parece nada convencida—. Estaremos bien —le aseguro—. Deja de preocuparte.

Sin embargo, mamá tuerce el gesto y, tras considerarlo un momento, acaba girándose para rebuscar en los cajones.

—Llévate una caja por si acaso.

—Pero...

—Mejor prevenir que curar.

—Dudo que vayan a pasar frío en la cabaña. Encontrarán la manera de entrar en calor —comenta Sienna con aire divertido. Le vocalizo un «que te jodan» porque, a diferencia de mi madre, que sigue buscando las cerillas, yo sí he entendido el doble sentido.

Todos los lugares que mantuvimos en secreto | 31/01 EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora