10 | De mal a peor
Maeve
Connor tenía razón.
La nieve no empieza a derretirse hasta principios de mayo.
Alejo el zoom de la cámara y cambio varios ajustes para que el objetivo no coja más luz de la que necesito. Estoy sentada en el alféizar de la ventana de la cocina, que se ha convertido en mi lugar favorito para sacar fotos sin necesidad de salir al exterior. Desde aquí tengo una vista espectacular del embarcadero. El paisaje ha cambiado radicalmente en la última semana. Ahora que apenas queda nieve, puedo ver el color ocre del suelo y el verde de las frondosas copas de los árboles que rodean el lago. Ha hecho mucho menos frío estos días, pero no ha sido suficiente para que el agua se descongele.
Perfecciono el encuadre y saco exactamente la misma foto que he hecho todos los días a la misma hora desde que Hanna me regaló la cámara. Es una costumbre que surgió de manera improvisada y pienso mantener hasta el día que me vaya. Me parece bonito fotografiar todo este proceso: el paso del frío al calor, cómo Finlandia pasa de ser un lugar gélido y solitario en el que nunca se ve el sol a llenarse de vida con la llegada de la primavera.
Mientras elimino algunas fotografías defectuosas del carrete, un movimiento a la izquierda llama mi atención. Connor ha aparcado la camioneta al lado de la casa y ahora va camino del embarcadero, vestido con unos vaqueros desgastados y su característica chaqueta de piel marrón. Se agacha para coger unas bolsas y, entonces, su padre entra en escena y le dice algo que hace que Connor lo mire por encima del hombro y sonría. No me lo pienso: levanto la cámara, enfoco y pulso el click.
Noto un revoloteo agradable en el pecho al ver el resultado.
—Sigo pensando que todo este tema de las fotos te hace parecer un poco acosadora. —Oigo detrás de mí.
Doy un respingo. Me giro rápidamente y descubro que Luka acaba de entrar en la cocina.
Levanta las manos con inocencia.
—No te preocupes —añade—. Soy el único que lo ha visto. Prometo guardarte el secreto.
—¿Estás bien? —Frunzo el ceño y me levanto, ignorando lo que acaba de decir. Me quito la cámara del cuello, la dejo en el alféizar y me acerco a él. Tiene unas marcas oscuras bajo los ojos que lo hacen parecer enfermo.
Honrando a su reputación de capullo insensible, Luka enarca una ceja.
—¿Lo preguntas por algo en particular?
—Tienes mal aspecto.
—Tengo resaca. ¿Cuál es tu excusa?
—Que te jodan.
—Es adorable que te preocupes tanto por mí, Maeve. Pero no es necesario. Estoy bien. —Abre el armario superior para coger una taza. Ya es demasiado tarde para desayunar, pero parece que a él le da igual—. No tengo tan mal aspecto. Y, aunque lo tuviera, habría merecido la pena. No iba a quedarme en casa un sábado por la noche.
—¿Dónde estuviste?
—Por ahí. —Se encoge de hombros con desinterés—. Puedo avisarte para la próxima, si quieres. Así podrás dejar de aburrirte como una ostra y salir a pasártelo bien de una vez.
Durante las tres semanas que llevo aquí me ha dado tiempo a memorizar la rutina de cada miembro de la familia. Sé que desayunan todos juntos muy temprano, sobre las siete u las ocho de la mañana, y que después Sienna lleva a Niko al colegio antes de trabajar. Es auxiliar de enfermería en una clínica dental de la ciudad. Mientras tanto, Hanna y John se turnan para atender la tienda y cubrir las tareas del hostal cuando hay huéspedes. Connor y yo les echamos una mano siempre que nos dejan. Cuando no, él se pone a estudiar en su cuarto, en el salón o en la cocina, y yo me dedico a pasearme por todas partes con mi cámara, que ya se ha vuelto una especie de extensión de mi propio cuerpo.
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Todos los lugares que mantuvimos en secreto | 31/01 EN LIBRERÍAS
Roman d'amour«Me aprendí el nombre completo de Maeve, su canción favorita y todas las cosas que la hacían reír mucho antes de aprender a contar hasta diez.» Maeve no sabe mucho sobre sí misma. Solo que no deja de pensar en si su madre cumplió todos sus sueños an...