8 | Avanto

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Connor

La lista de Maeve no es en absoluto como me la imaginaba.

Durante estos últimos años, he pensado en ella muchas veces. Lo hice también aquel día, cuando Riley y yo escribimos las nuestras en la última hoja de nuestros cuadernos de matemáticas, dentro de ese fuerte improvisado que construimos junto al lago, que no tenía techo, y donde siempre entraba el sol. Recuerdo que me pregunté dónde estaría Maeve por entonces. Si se acordaría de mí. Si, allá donde estuviera, sería feliz. Y si acaso, por obra del destino, existía la posibilidad de que hubiéramos tenido la misma idea y ella también hubiera escrito una lista. La conocía tan bien que estaba seguro de saber lo que habría puesto.

Pero ha pasado mucho tiempo.

Yo escribí mi lista con doce años.

Es la lista de objetivos de un niño.

Maeve es una adulta, y se ha tomado esto mucho más en serio de lo que esperaba.

Leí su lista hace dos días, mientras estaba tumbado en mi cama, de madrugada. Por lo general, los días son demasiado ruidosos en mi casa, así que utilizo las noches para estudiar. Desdoblé ese papel arrugado que Maeve me había dado y leí cada punto uno a uno. Hubo algunos que me sorprendieron y me hicieron reír, como el de colarse una boda. Otros que me parecieron fáciles, como el de dormir en plena naturaleza. Y otros que me apretujaron el corazón, como el de aprender a montar en bici. Probablemente, si Maeve hubiera escrito la lista siendo una niña, habría puesto ese también. Nunca tuvo a nadie que estuviera dispuesto a enseñarle.

El caso es que, mientras la leía, me di cuenta de que íbamos a hacer esto de verdad. Y no solo por mí y por Riley, sino también por Maeve. Y hay solo dos cosas de Finlandia que creo que todo el mundo tendría que experimentar antes de morir.

La primera es ver una aurora boreal.

Y Maeve ya la ha cumplido.

Así que taché ese punto de su lista y escribí:


1. Avanto. Baño en agua helada.


—¿Por qué me da la sensación de que has tenido una idea que va a poner en riesgo la integridad física de al menos uno de nosotros? —me pregunta Sienna el viernes por la mañana, cuando bajo rápidamente la escalera hacia el salón.

Está sentada en el sofá con Albert, su prometido. Tiene los pies en alto y un montón de cojines remetidos tras la espalda.

Le dedico la mejor de mis sonrisas.

—¿Cuándo he puesto yo en riesgo la integridad física de alguien?

Sienna entorna los ojos.

—¿Qué vas a hacer?

—¿Qué te hace pensar que voy a hacer algo?

—Soy tu hermana mayor. Tengo un sexto sentido para saber cuándo se te ocurren malas ideas. Habla.

—¿Cómo va todo, Albert? —Evito la pregunta saludando a su prometido, que hoy ha dejado de lado sus camisas y sus trajes de chaqueta y viste como un simple mortal. La primera que lo vimos, se presentó en nuestra casa con una corbata y Luka y yo pensamos enseguida que sería un tío pijo y elitista. Pero no. En realidad, ese día solo acababa de salir de la oficina. Cuando no está en el bufete de abogados, Albert es un hombre bastante normal.

Que tiene mucha paciencia.

La suficiente como para aguantar a mi hermana.

—Bastante bien —contesta él. Acto seguido, se despereza mientras suelta un bostezo—. Aunque tengo un dolor de espalda horrible de estar tantas horas sentado frente al ordenador. Estaba intentando que tu hermana cuidara un poco de mí, pero ya sabes cómo es.

Todos los lugares que mantuvimos en secreto | 31/01 EN LIBRERÍAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora