En la Bóveda

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Sebastian parecía balancearse entre la furia, la decepción, el dolor y la vergüenza. Podía notar que tenía una lucha interna que no lograba definir. Parecía debatirse entre odiarse a sí mismo o mí. Tal vez detestaba no haber sido más rápido que yo, o haber usado la reliquia antes de Solomon tuviera tiempo de arrebatársela. Tal vez me odiaba por haber impedido que mate a su tío. 

Sin embargo, Sebastian era bastante directo. En menos de un minuto sabría cuál de todas esas posibilidades era la que se aplicaba. En el pasado no había tenido problemas para serlo, tan así que ya sobrepasaba los límites de rudeza.

Antes de que pudiera abrir mis labios nuevamente, él comenzó a reprochar.

- ¿Dónde estabas? Llegamos aquí antes y tu saliste primero de la cueva. ¿Estuviste con el profesor Black, los aurores?

¿Cómo era posible que en su posición, después de lo ocurrido, tenga el descaro de recriminarme algo? 

- En la cueva quise evitar que te perdieras a ti mismo. Quería... ¡Quería evitar, por una vez, que fueras más lejos!

- ¡Anne partirá de Feldcroft muy pronto y no pude salvarla! ¡Solomon debió morir en esa cueva!

Quedé muda por unos instantes. Ominis no.

- ¿¡Cómo puedes decir eso, Sebastian!? ¿¡Qué hubiera sido de Anne con Solomon muerto!? - Exclamó Ominis.

- ¡La hubiera curado con la reliquia! - Gritó Sebastian, cada vez intentado convencerse más de que él tenía la razón.

- ¿Y si la reliquia no hubiera funcionado? ¿Y si el precio era demasiado alto? ¿Y si la reliquia curaba a Anne y al mismo tiempo le hacía pagar el precio? En ese momento la podrías haber perdido para siempre. Y no podrías haber vivido con eso.

- Déjame decidir a mí con qué quiero vivir en mi conciencia. Hubiera preferido mil veces vivir con la muerte de Solomon que con esta sensación de haberle fallado a Anne. 

- ¿Crees que vivir con la muerte de Solomon hubiera sido más soportable? - Exclamé.

- ¡CLARO QUE SI! ¡Usaría mil veces las imperdonables contra Solomon si eso significara salvar a Anne!

La expresión de Ominis era de horror, decepción e impotencia. Parecía que desconocía a quien era su más antiguo y preciado amigo. Comenzaba a sentir que Sebastian estaba cerca del punto del no retorno. 

Yo había visto la muerte de primera mano, muerte provocada por mi propia varita. Y, por más que en el momento no tenía otra alternativa, no había un solo día en el que no pensara en cada uno de esos momentos en los que había... asesinado.

Miré a Sebastian a los ojos, intentando mantener la serenidad.

- Ashwinders, duendes seguidores de Ranrok, furtivos... No ha habido uno de ellos que no haya venido tras de mí sin intenciones de matarme. Y claro, aquí estoy, si entiendes lo que intento decir. Y si no lo has hecho, quiero decir que es porque me deshice de cada uno de ellos. Podría decirte que prefiero cargar con la muerte de un furtivo antes de que mate a 100 hipogrifos o capture dragones para usarlos en un club clandestino de apuestas y peleas. Usé bombarda, depulso, diffindo, todos hechizos que aprendí aquí, en Hogwarts, y los usé para defenderme, no las imperdonables. Por eso no estoy en Azkaban... Pero pienso en cada uno de ellos, y me atormenta. ¿Crees que haber asesinado a tu tío te daría paz? Yo no puedo dejar de pensar en desconocidos a los cuales les cerré los ojos. Desconocidos que no habrían dudado en matarme. Ni siquiera sé sus nombres, no recuerdo todos sus rostros... No, no habrías tenido paz, sólo hubieras sido un asesino, como yo. Habrías dejado sola a Anne, sola y presa de su maldición. Tú te hubieras marchado a Azkaban. 

Sebastian permaneció en silencio. Tal vez la crudeza de mis palabras le estaba impidiendo pensar en alguna contestación, algún argumento que le ayudara a justificarse. Tal vez, al fin, lo había orillado. Pero no podía confiarme, él era bastante terco. Hubo un silencio demasiado largo.

- Yo... no sabía que te sentías así... Jamás pude ver cómo te afectaba. - Dijo Sebastian, para mi sorpresa. Pero no se detuvo allí, como era de esperarse. - Pero esa reliquia - hablaba casi en voz baja - era mi mejor idea... ¿Qué se supone que haga ahora? - Tras terminar esa pregunta, tomó su cabeza entre sus manos. 

- Sebastian, las artes oscuras no salvarán a Anne. Quiero que me entregues el libro que encontramos en el Scriptorium de Salazar. Sin la intervención de Josy hubieras ido más allá de nuestras posibilidades de ayudarte. Si sigues estudiando ese libro, encontrarás algún otro método que nos llevará a una situación igual o peor. - Ominis hizo una pausa tras lanzar un largo suspiro - Si te detienes ahora incluso tendrás una pequeña posibilidad de poder acercarte a Anne nuevamente. 

Sebastian permaneció en silencio unos instantes. Alzó la mirada y pude percibir como sus ojos se encontraban llenos de impotencia. 

- Supongo que apoyas a Ominis en esto. - Murmuró, como sintiéndose traicionado. 

- Por favor, esta vez escúchame, Josy. - Suplicó Ominis.

- Si, Sebastian, lo estoy. En parte es mi culpa que la situación llegara a tal extremo. Ambos queremos ayudar a Anne, pero no podemos ver cómo te destruyes en el camino. Danos el libro, Sebastian, por favor.

Sebastian tenía el libro escondido en su túnica. Lo sacó lentamente, resistiéndose. Lo miró con enojo durante unos segundos. Luego, nos arrojó el libro al suelo mientras continuaba dándonos la espalda. Ominis no se detuvo un segundo y apuntó su varita contra el libro.

- ¡Incendio! - Exclamó.

Sebastian se dio la vuelta rápidamente. Su expresión estaba inundada de desconsuelo.

- ¿¡Qué hiciste, Ominis!?

Ominis suspiró, lleno de decepción.

- Supuse que si no lo destruía, buscarías la forma de quitármelo sin que lo supiera... Ya veo que tenía razón.

Se produjo un silencio incómodo. Nuevamente, debía pedirle perdón a Ominis por ser en parte culpable de haberlo arrastrado a esta situación.

- Ominis, perdón, por todo. 

- Sigo molesto por como actuaron, pero... Impediste que Sebastian se convirtiera en asesino, arriesgando tu propia vida. Ojalá él pueda entenderlo algún día. - Ominis levantó su varita, la cual comenzó a brillar con el color rojo habitual con la que solía verse y comenzó a caminar. - Tengo que irme a clases...

- Sebastian... - Murmuré. Sebastian no quería ni siquiera verme. - Esta bien... También debo ir a clases. Adiós.

Salí de la bóveda inundada por la tristeza y colmada de arrepentimientos. No podía dejar de pensar en que podría haberlo detenido antes... 

Todos estos pensamientos fueron detenidos abruptamente al recibir una lechuza. Era del profesor Fig. Tenía que dirigirme con rapidez a la Cámara de los Mapas, tal vez era hora de continuar con la última prueba. La prueba de San Bakar.

Un cuento de serpientes (Sebastian Sallow / Ominis Gaunt) (HL fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora