Capitulo 7

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Antes de que colgara, Eugenia me dio el número de habitación que ocupaba y, además, el número de teléfono fijo de la clínica. Aunque me habría gustado seguir hablando con ella, colgó de forma abrupta. Cerré el celular, limpié el sudor de la pantalla en los chinos y lo solté muy despacio. Intenté asimilar todo lo que estaba pasando a mi alrededor, aunque me sentía atontada. Era como correr detrás de un auto en movimiento.

—¿Quién demonios es Mark? —pregunté en voz alta.

Estaba paralizada. No me moví ni levanté la cabeza cuando los zapatos de Peter Lanzani aparecieron en mi campo de visión. Unas sandalias de cuero con costuras a la vista. Tenía algo en la mano... un trozo de papel doblado. Me lo dio sin decir nada.

Cuando desdoblé la nota, vi que era la dirección de la clínica de mi hermana. Debajo, estaba escrito el nombre de Mark Gottler, acompañado de un número de teléfono y de la dirección de la Confraternidad de la Verdad Eterna.

Extrañada, meneé la cabeza.

—¿Quién es este hombre? ¿Qué tiene que ver una iglesia con todo esto?

—Gottler es un pastor afiliado. —Peter se acuclilló delante de mí para que nuestras caras quedaran a la misma altura—. Eugenia usó una de sus tarjetas de crédito para pagar el ingreso en la clínica.

—¡Dios mío! ¿Cómo lo has...? —Dejé la pregunta en el aire y me pasé una mano por la frente. La tenía sudorosa—. ¡Vaya! —exclamé con un hilo de voz—. Tu detective es bueno, sí. ¿Cómo es que ha conseguido tan pronto la información?

—Lo llamé ayer, justo después de conocerte.

Claro. Con la cantidad de recursos que tenía a su disposición, era normal que Peter hubiera comprobado la información. Seguramente también habría ordenado que me investigaran a mí.

Volví a clavar la vista en el papel.

—¿Cómo acabó mi hermana relacionada con un pastor casado?

—Parece que la agencia de trabajo temporal a la que está asociada la envía de vez en cuando a la iglesia.

—¿Para hacer qué? —pregunté con ironía—. ¿Para pasar la cesta de las limosnas?

—Es una iglesia importante. Tienen administradores, expertos en inversiones financieras que ofrecen consejo e incluso restaurante propio. Es una especie de Disney. Cuentan con treinta y cinco mil miembros, y la cifra no para de aumentar. Si el pastor principal tiene que ausentarse, Gottler lo sustituye en el programa de televisión. —Clavó la vista en mis dedos, que yo acababa de entrelazar despacio después de dejar que la nota con las direcciones y los números de teléfono cayera al suelo—. Mi empresa tiene un par de contratos de gestión con la Verdad Eterna. He hablado con Gottler un par de veces.

Eso hizo que lo mirara a la cara.

—¿De verdad? ¿Cómo es?

—Refinado. Simpático. Un hombre de familia. No parece de los que le ponen los cuernos a su mujer.

—Nunca lo parecen —susurré. Sin darme cuenta de lo que hacía, comencé a juguetear con los dedos. Los separé y apreté los puños con fuerza—. Eugenia se ha negado a confirmarme que sea el padre. Pero ¿por qué iba a estar haciendo todo esto si no?

—Sólo hay una forma de saberlo. Aunque dudo que acepte someterse a una prueba de paternidad.

—Tienes razón —convine mientras intentaba asimilarlo todo—. No se puede decir que los hijos bastardos ayuden a consagrar las carreras de los predicadores televisivos. —El aire acondicionado parecía haber bajado la temperatura de la habitación por debajo los cero grados. Comencé a tiritar—. Necesito hablar con él. ¿Cómo lo hago?

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