Capitulo 12

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Recogí muy despacio la cocina y limpié la encimera antes de prepararle a Lucas unos biberones. No dejaba de echarle miraditas al teléfono (era la hora de mi charla nocturna con Pablo), pero no sonó. ¿Estaba obligada a contarle lo que había pasado con Peter? ¿En una relación abierta había margen para los secretos? ¿Qué ganaba confesándole a Pablo que me sentía atraída por Peter Lanzani?

Mientras sopesaba la situación, decidí que sólo tendría motivos para contarle a Pablo lo del beso si acababa llevando a algo más. Si me enredaba con Peter. Cosa que no iba a suceder. El beso no significaba nada. Por tanto, lo más sensato (además de lo más fácil) era fingir que nunca había pasado.

Y retrasar la conversación hasta que todo estuviera olvidado.

La siguiente vez que llamé a mi hermana, terminé frustrada, aunque no sorprendida, por la negativa de Eugenia a darle permiso a la doctora Córdova para hablar conmigo.

—Sabes que no voy a hacer nada que vaya en contra de tus intereses —le recordé—. Quiero ayudarte.

—De momento no necesito ayuda. Puedes hablar con mi médico más adelante. Ya lo pensaré. Pero ahora mismo no me hace falta.

El deje cortante de la voz de Eugenia no era nuevo para mí. De hecho, yo misma había pasado por esa fase, más o menos durante el primer año de la terapia. En cuanto empezabas a darte cuenta de que tenías derecho a la intimidad, la protegías con uñas y dientes. Evidentemente, Eugenia no quería que me metiera. Pero yo necesitaba saber qué estaba pasando.

—¿No puedes contarme nada, aunque sea un poco, de lo que has estado haciendo?

Hubo un silencio desganado hasta que Eugenia respondió:

—He empezado a tomar antidepresivos.

—Bien —dije—. ¿Notas la diferencia?

—Se supone que empezarán a hacer efecto dentro de unas semanas, pero creo que me están ayudando. Y he estado hablando mucho con la doctora Córdova. Dice que la forma en la que nos criamos no es ni normal ni saludable. Y que cuando tu madre está loca, cuando en lugar de cuidarte compite contigo, hay que analizar las secuelas que te provocó en la infancia y buscar la manera de atenuarlas. O...

—O, de lo contrario, podríamos acabar repitiendo algunos de sus patrones de conducta —terminé por ella en voz baja.

—Eso mismo. Así que la doctora Córdova y yo estamos hablando de algunas cosas que siempre me han molestado.

—Como, por ejemplo...

—Como, por ejemplo, que mamá siempre dijera que yo era la guapa, y tú, la lista... Eso no estaba bien. Acabé pensando que era tonta, que no podría ser lista nunca en la vida. Y he cometido muchos errores estúpidos por su culpa.

—Lo sé, cariño.

—Está bien, no digo que seré neurocirujana, pero soy más lista de lo que mamá cree.

—No nos conoce a ninguna de las dos, Eugenia.

—Quiero enfrentarme a mamá, intentar que comprenda lo que nos hizo. Pero la doctora Córdova dice que seguramente nunca lo entienda. Que podría explicárselo de mil maneras, y que ella lo negará o dirá que no lo recuerda.

—Yo pienso igual. Lo único que podemos hacer es solucionar nuestros propios problemas.

—Eso estoy haciendo. Y estoy descubriendo muchas cosas que no sabía. Estoy mejorando.

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