Por la mañana me desperté y fui al salón. Al entrar, algo protestó cuando le puse el pie encima. Me agaché y cogí el conejito de Lucas. Con él en la mano, me senté en el sofá y me eché a llorar. Sin embargo, no fue el llanto largo que necesitaba para desahogarme, sino cuatro lágrimas desesperadas. Me di una ducha y me pasé un buen rato debajo del agua caliente.
Me di cuenta de que, por muy lejos que estuvieran Eugenia y Lucas, siempre los querría, sin importar dónde estuvieran o lo que hicieran. Nadie podría arrebatarme ese amor.
Eugenia y yo éramos supervivientes que nos enfrentábamos al horror de nuestra infancia de formas opuestas. A mi hermana le asustaba la posibilidad de quedarse sola tanto como a mí me asustaba el hecho de tener a alguien a mi lado. Era muy posible que el tiempo nos enseñara a ambas lo equivocadas que estábamos y que el secreto de la felicidad siguiera evitándonos durante toda la vida. Lo único que tenía claro en esos momentos era que sólo la soledad me había mantenido a salvo todo ese tiempo.
El teléfono siguió en silencio. Supuse que Peter se había cansado de intentar hablar conmigo, cosa que me dejó extrañada y me inquietó un poco. Aunque no quería hablar de Lucas ni de mis sentimientos, quería saber cómo estaba él. El informe meteorológico local anunciaba una tormenta en el golfo. Eso les complicaría el regreso a los Lanzani, a menos que consiguieran llegar a tierra antes de que los alcanzar. Media hora después del primer informe, la tormenta se había convertido en una depresión tropical en toda regla.
Preocupada, cogí el teléfono para llamar a Peter, pero me saltó el buzón de voz.
—Hola —dije cuando sonó el pitido que indicaba que podía dejar el mensaje—. Siento no haberte contestado anoche. Estaba cansada y... Bueno, da igual. Acabo de ver la predicción meteorológica y quería asegurarme de que estabas bien. Llámame, por favor.
Sin embargo, no me devolvió la llamada. ¿Estaría enfadado porque no le atendí el teléfono la noche anterior o simplemente estaba ocupado intentando llegar al puerto?
A primera hora de la tarde, escuché que sonaba el teléfono y corrí para cogerlo sin mirar siquiera quién estaba llamando.
—¿Peter?
—Lali, soy Cande, Me estaba preguntando... por casualidad no dejó Peter ahí en tu casa una copia de la ruta que pensaban seguir, ¿verdad?
—No. No sé ni de lo que me estás hablando. ¿Cómo es?
—Nada del otro mundo, un par de hojas de papel. Es simplemente una descripción de la embarcación, más la ruta prevista y los números de las plataformas petrolíferas situadas en esa ruta, además del día y la hora previstos para la vuelta.
—¿No puedes llamar a Peter y preguntárselo?
—Ni él ni Agustín contestan el teléfono.
—Ya me di cuenta. He intentado hablar con Peter esta mañana cuando escuché lo de la previsión meteorológica, pero no me contestó. Pensé que estaría ocupado. —Titubeé un momento—. ¿Crees que les ha pasado algo?
—No lo sé, pero... me gustaría saber exactamente la ruta que pensaban seguir.
—Subiré a su departamento para ver si encuentro la copia.
—No, tranquila, yo ya fui. Vico va a llamar ahora al puerto del que zarparon. Seguramente dejaran la copia en manos de la autoridad portuaria.
—Ok. Llámame cuando sepas algo, ¿sí?
—Claro.
Después de que Cande colgara, me quedé un buen rato con la vista clavada en el auricular del teléfono. Me froté la nuca porque tenía una especie de hormigueo. Volví a marcar el número de Peter, y de nuevo saltó el buzón de voz.
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Tiempo de cambios
Teen FictionAveces te acostumbras a la rutina pero en un momento a otro puede cambiar tu vida