Capitulo 23

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Cuando regresó, me había bebido un vaso de tequila con la esperanza de que aliviara el entumecimiento que sentía de la cabeza a los pies. Era como una nevera que necesitaba que la descongelaran.

Lucas no paraba de moverse inquieto entre mis brazos mientras lloriqueaba.

Peter se acercó y, tras ponerme un dedo en la barbilla, me obligó a mirarlo a los ojos.

—¿Te arrepientes de no haberte ido cuando te dije que lo hicieras? —le pregunté, malhumorada.

—No. Quería ver con lo que tuviste que crecer.

—Supongo que ya entiendes por qué necesitamos terapia mi hermana y yo.

—Por Dios, hasta yo la necesito ahora y eso que sólo he pasado una hora con ella...

—Es capaz de hacer o de decir cualquier cosa con tal de llamar la atención. Le da lo mismo lo vergonzoso que sea. —Lo miré fijamente porque acababa de ocurrírseme algo horroroso—. ¿Te ha tratado de seducir en el ascensor?

—Nada que ver —contestó él... demasiado rápido.

—Te tiró los perros.

—Ha sido una tontería.

—¡Dios, esto es horrible! —exclamé en voz baja—. ¡No puedo con ella!

Peter me quitó de los brazos a un inquieto Lucas, que se tranquilizó en cuanto lo cogió.

—Y no me refiero a que consiga sacarme de mis casillas —puntualicé—. Es que me agota física y mentalmente, me deja helada, como si no fuera capaz de sentir nada. Ni siquiera noto que me late el corazón. Me encantaría llamar a Eugenia y desahogarme con ella, porque creo que me entendería.

—¿Y por qué no lo haces?

—Porque fue Eugenia la que la ha convencido para que venga. Estoy enojadísima con ella.

Peter me observó un instante.

—Vamos a mi departamento.

—¿Para qué?

—Para que entres en calor.

Negué con la cabeza sin pensármelo.

—Necesito estar un rato a solas.

—Ni hablar. Vamos.

—Pablo siempre me dejaba estar un rato a solas cuando lo necesitaba. —Estaba de un humor insoportable y cualquier cosa que Peter hiciera sólo conseguiría irritarme más—. Peter, no necesito que me abraces ni que me consueles, ni tampoco necesito un rápido ni una conversación. Ahora mismo no quiero sentirme mejor. Así que no hace falta...

—Trae el bolso de los pañales. —Con Lucas en los brazos, se alejó hacia la puerta, la abrió y me esperó con gesto paciente en el pasillo.

Subimos a su departamento y me llevó a su dormitorio. Encendió una lamparita, entró en el cuarto de baño y, al instante, se escucharon los chorros de agua de la ducha.

—No necesito darme ninguna ducha —dije.

—Métete ahí y espérame.

—Pero...

—Hazlo.

Suspiré resignada.

—¿Y Lucas qué?

—Voy a acostarlo. A la ducha.

Me quité los lentes, me desnudé y entré en la cabina de la ducha a regañadientes. Había una luz muy tenue y en el aire flotaba un delicado vapor que olía a eucalipto. Peter había extendido una gruesa toalla en el banco. Me senté y respiré hondo. Al cabo de unos dos minutos, comencé a relajarme. El fragante vapor que me rodeaba me estaba abriendo los poros, relajando los músculos y llenándome los pulmones con su humedad. El tequila me hizo efecto, de modo que mi cuerpo pareció suspirar y volví a notar el latido de mi corazón.

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