Después de colgar el teléfono, clavé la vista en el bebé. Sus ojos eran como dos botones azules y estaba haciendo un adorable puchero, como si estuviera preocupado. Me pregunté qué opinión tendría de la vida tras su primera semana en el mundo. Un montón de idas y venidas, de viajes en auto, de caras diferentes, de voces distintas... Seguramente quería ver la cara de su madre, quería escuchar la voz de su madre. A su edad, un poco de estabilidad no era mucho pedir. Le coloqué la mano en la cabecita y acaricié esa suave pelusilla negra.
—Una llamada más —le dije antes de abrir de nuevo el celular.
Pablo contestó al segundo tono.
—¿Cómo va la operación de rescate?
—He rescatado al bebé. Pero ahora me gustaría que alguien me rescatase a mí.
—Miss Independiente nunca necesita que la rescaten.
Sentí cómo esbozaba una sonrisa auténtica, y fue como si el hielo invernal se empezara a derretir.
—Claro, se me había olvidado.
Le conté todo lo que había sucedido hasta el momento, y también la posibilidad de que Peter Lanzani fuera el padre.
—Yo contemplaría esa opción con una buena dosis de escepticismo —comentó Pablo—. Si Lanzani es el donante de esperma, ¿no crees que Eugenia ya habría acudido a él? Por lo que sé de tu hermana, quedarse embarazada del hijo de un multimillonario es el mayor logro de toda la Historia de la Humanidad.
—Mi hermana siempre ha funcionado con una lógica totalmente distinta a la nuestra. No tengo ni idea de por qué se está comportando de esta manera. La cosa es que, cuando la encuentre, tampoco tengo muy claro que sea capaz de cuidar de Lucas. Cuando éramos pequeñas, ni siquiera era capaz de mantener con vida un pececillo.
—Tengo contactos —dijo Pablo en voz baja—. Conozco a gente que podría buscarle una buena familia.
—No sé... —Miré al bebé, que había cerrado los ojos. No tenía claro que pudiera vivir conmigo misma si se lo daba a unos desconocidos—. Tengo que averiguar qué es lo mejor para él. Alguien tiene que darle prioridad a sus necesidades. No pidió nacer.
—Que duermas bien. Encontrarás la respuesta que buscas, Lali. Como siempre.
La inexperiencia de Pablo acerca de todo lo relacionado con los bebés quedó patente cuando me deseó, y sin ironía ninguna, que pasara una buena noche. Mi sobrino era un trastorno del sueño con patas. Esa fue, sin lugar a dudas, la peor noche de mi vida y estuvo plagada de sobresaltos, llantos, preparación de biberones, tetinas, eructos y cambios de pañales. Y después, tras cinco minutos escasos de descanso, todo volvía a empezar. Me resultaba incomprensible que alguien pudiera aguantar varios meses así. Una simple noche me había dejado hecha puré.
Por la mañana, me di una ducha con el agua casi hirviendo, ya que tenía la esperanza de que eso ayudara a relajar mis doloridos músculos. Mientras deseaba haber llevado conmigo otra ropa más elegante, me puse la única que había metido en la maleta: un jean, camisa blanca ajustada y zapatos planos de piel. Me cepillé el pelo hasta que estuvo liso y desenredado, y contemplé mi cara ojerosa y blanca como la leche. Tenía los ojos tan irritados y secos que ni siquiera me molesté en ponerme las lentes de contacto. Me decidí por los lentes, con su montura negra en forma redonda.
Mi humor no mejoró mucho cuando llegué a la cocina, llevando a Lucas en la silla portabebés, y vi a mi madre sentada a la mesa. Llevaba las manos cargaditas de anillos, y el pelo, peinado y con laca. Los pantalones cortos dejaban sus piernas delgadas y morenas a la vista, al igual que hacían las sandalias de cuña con los dedos de sus pies, en uno de los cuales brillaba un anillo.
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Tiempo de cambios
Roman pour AdolescentsAveces te acostumbras a la rutina pero en un momento a otro puede cambiar tu vida