Una mañana, salimos a comer fuera y a comprar cosas para Lucas, y en un par de ocasiones fuimos a dar un paseo a primera hora del día, antes de que el calor apretara. Mientras intercambiábamos los detalles de nuestras respectivas vidas con cierta cautela, descubrimos que la nuestra era una de esas extrañas amistades en las cuales la confianza se desarrolla al instante. Aunque Cande no hablaba mucho sobre su fallido matrimonio, me dio a entender que había sufrido algún tipo de maltrato. Yo sabía que debía de haberle echado mucho valor a la cosa para ponerle fin a la relación y reconstruir su vida, con todo el tiempo que eso conllevaba. Y también tenía muy claro que, fuera la mujer que fue en el pasado, la Cande que tenía delante había cambiado por completo en los aspectos fundamentales de su personalidad.
Su traumático matrimonio la había distanciado de sus antiguas amistades, algunas no se sentían cómodas con la situación, y otras se preguntaban qué había hecho para merecerlo. Y luego estaban las que no la creían en absoluto, ya que pensaban que una mujer rica no podía dejarse maltratar. Como si el dinero fuese un escudo protector contra la violencia o la brutalidad.
—Llegaron a decir a mis espaldas que, si mi marido me maltrataba —me confesó en una ocasión—, era porque yo se lo permitía.
Ambas guardamos silencio y nos limitamos a escuchar el traqueteo de las ruedas del cochecito sobre la acera. Aunque Houston no era una ciudad para pasear ni mucho menos, había ciertas zonas en las que se podía deambular con tranquilidad y disfrutar de la sombra de los árboles. Pasamos al lado de boutiques y tiendas de estilos muy distintos, de restaurantes y clubes, de salones de belleza, y de un establecimiento especializado en bebés. Los precios eran exorbitantes. Era increíble lo que costaba la ropa de bebé.
Mientras asimilaba lo que Cande me acababa de contar, deseé poder decir algo que la consolara de alguna manera. Sin embargo, el único consuelo que podía ofrecerle era decirle que creía en su palabra.
—Nos asusta pensar que alguien pueda hacernos daño o maltratarnos sin motivo —dije—. Así que muchos prefieren pensar que de algún modo fuiste responsable, porque eso los consuela, los hace sentirse seguros.
Cande asintió con la cabeza.
—De todas formas, creo que es mucho peor cuando se trata de un caso de abuso infantil. Porque el niño piensa que lo merece y esa herida lo marca para siempre.
—Ése es el problema de Eugenia.
Cande me miró con expresión astuta.
—¿No es tu caso?
Me encogí de hombros, incómoda.
—Yo he pasado unos cuantos años tratando el problema. Creo que he conseguido reducirlo hasta un grado manejable. Ya no sufro de la misma ansiedad que antes. Aunque... sigo teniendo problemas en el ámbito afectivo. Me resulta muy difícil crear vínculos con los demás.
—Pero lo has hecho con Lucas —señaló—. Y sólo has tardado unos días, ¿no?
Reflexioné al respecto y asentí con la cabeza.
—Supongo que los bebés son una excepción.
—¿Y Pablo? Llevas mucho tiempo con él.
—Sí, pero últimamente me he dado cuenta de que... de que, aunque nuestra relación funciona, no va a ninguna parte. Como si fuera un auto que alguien ha dejado en marcha en la autopista con el piloto automático puesto.
Le conté que la nuestra era una relación abierta y repetí que Pablo estaba seguro de que, si intentaba aprisionarme, yo lo abandonaría.
—¿Lo harías? —me preguntó Cande al tiempo que abría la puerta de una cafetería para que pudiera pasar con el cochecito.
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Tiempo de cambios
Teen FictionAveces te acostumbras a la rutina pero en un momento a otro puede cambiar tu vida