Capitulo 18

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La mansión Lanzani, un edificio de piedra de estilo europeo, se alzaba sobre una parcela de doce mil metros cuadrados. Atravesamos una cerca de fierro forjado y llegamos a la zona del estacionamiento, llena de lujosos autos. El enorme garaje, con puertas de cristal accionadas por control remoto en cuyo interior se podían ver un Bentley, un Mercedes, un Shelby Cobra y al menos otros siete autos, parecía una gigantesca máquina expendedora para dioses. Varios ayudantes con chaquetas blancas dirigían los relucientes vehículos a espacios pulcramente marcados con el mismo cuidado que un padre al acunar a su bebe en la cama.

Acompañé a Cande y a Vico por el camino que llevaba hasta la multitud como si flotara en una nube. La música en vivo amenizaba la velada. Una alegre orquesta de viento acompañaba a un reconocido cantante que hacía poco había ganado un premio por su papel de actor secundario en una película de Spielberg. El cantante, de unos veintitantos, cantaba Steppin' out with my baby con voz ronca y una clara influencia de jazz.

Tenía la sensación de haber ingresado a otra dimensión. O en una escena de cine. La escena era increíble, pero me parecía un tanto raro que la gente viviera de verdad de esa manera, con una opulencia que para ellos era lo cotidiano.

—He estado en otras fiestas... —dije, pero dejé la frase en el aire por temor a quedar como una tonta.

Vico me miró con un brillo travieso en los ojos.

—Lo sé.

En ese momento, comprendí que me entendía de verdad, porque aunque Cande estaba acostumbrada a ese escenario, para Vico era un mundo totalmente distinto al camping de caravanas donde había crecido al este de Houston.

Formaban una pareja interesante: Vico tan grande, la personificación del típico macho sexy, y Cande, flaquita, alta y elegante. Sin embargo, y a pesar de las diferencias, parecían estar muy compenetrados. Cualquiera que los viera por primera vez notaría la potente química que había entre ellos, en las alegres muestras de apreciación que se dedicaban durante una conversación y en lo pendientes que estaban el uno del otro. Aunque también había ternura. Sobre todo, era evidente cuando Vico la miraba sin que ella se diera cuenta. La miraba como si quisiera llevársela lejos y tenerla para él solo. Esa habilidad de sentirse tan cerca el uno del otro sin sentirse atrapados ni sofocados me resultaba envidiable.

—Antes de nada, vamos a saludar a mi padre —dijo Cande al tiempo que caminaba hacia la casa. Estaba increíble con un vestido corto de organdí plisado de color bronce. La falda estaba recogida de una forma que sólo podía favorecer a una mujer delgadísima.

—¿Crees que Peter ha llegado? —le pregunté.

—No, nunca llega puntual a las fiestas.

—¿Le dijiste que me habías invitado?

Cande negó la cabeza.

—No he tenido oportunidad de hacerlo. Estuvo fuera de cobertura casi todo el día.

Peter me había llamado por la mañana, pero me pilló en la ducha, de modo que saltó el contestador. Me dejó un seco mensaje informándome que tenía una reunión y estaría fuera casi todo el día. Cuando le devolví la llamada, fui directa al buzón de voz. No dejé mensaje, convencida de que le iría bien un poco de su propia medicina por haber evitado mis llamadas el día anterior.

Tardamos un buen rato en atravesar las diferentes estancias de la mansión. Entre Cande y Vico, conocían a casi todos los presentes. Un mozo pasó por nuestro lado con copas heladas de champán. Cogí una y le di un buen sorbo al magnífico espumoso, dejando que las burbujas me hicieran cosquillas en la lengua. Me situé junto a un cuadro de Frida Kahlo para estudiar a la gente que me rodeaba, mientras Candela hablaba con una mujer la cual estaba decidida a convencerla de que se uniera a la Asociación de Amigos de las Orquídeas de Houston.

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