Capítulo 14: "Querido Londres"

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Volverse a encontrar con el portal que sólo ellos podían ver, les daba una mezcla de emociones y sensaciones. La aventura había terminado. De las manos, pusieron un pie a la vez dentro del portal en el que yacía una espléndida luz blanca y que si prestabas atención, podías ver las calles de Londres. Saltaron y como era de esperarse, se sometieron en una caída que simulaba no tener fin.
Cayeron y cayeron. Pero ésta vez felices. No había nada más satisfactorio que volver a sus hogares. Y más en esta situación que además de estar fuera de casa por semanas, también habían estado en otra línea del tiempo. Y para lo que sea que fueron llevados, lograron evitar catástrofes futuras.
Tocaron suelo, pero no era el suave césped que habían sentido la primera vez, lo que había debajo de sus cuerpos era el piso del museo del papá de Jack, dónde toda la historia comenzó. Se levantaron cuidadosamente y miraron a su alrededor.
Los cuadros seguían siendo tan resplandecientes como siempre y a pesar de que solo era un museo familiar, Jack podía sentir el aroma a hogar.
Entre tantos cuadros, miraron dos veces. En uno, había una imagen similar. Eran ellos.
Eran ellos de espaldas saliendo del bosque, una foto colgada en un delicado cuadro con los demás viajeros del tiempo. Ahora comprendían, esos cuadros no eran simples cuadros, eran cuadros de todos los viajeros del tiempo.
Lágrimas mojaron sus mejillas.
Habían logrado lo que pensaban que era imposible y mejor aún lo habían logrado juntos.
Todavía no comprendían el hecho de que arriesgaron sus vidas y estuvieron al borde la muerte, pero sea como sea, lograron volver sanos a sus hogares.
Se escabulleron entre la multitud para poder salir a la gran ciudad que los esperaba espléndida.
Cuando por fin salieron, la ciudad resplandecía, el sol estaba más cálido que nunca, la brisa era acogedora con aroma a flores, había muchísimos más árboles distribuidos por toda la ciudad. Londres estaba esperando deseoso por ellos.
Se dirigieron silenciosamente hacia su barrio. No tenían de qué hablar, simplemente sentían que habían estado semanas eternas en Marte y ahora deberían apreciar cada parte de su ciudad.
Cuando llegaron no pudieron esperar y fueron corriendo hacia la entrada de sus casas. Las llaves estaban debajo de macetas, como siempre. Todo allí estaba igual, excepto por la timidez que demostraba las calles vacías, también estaban a la espera de ellos.
Sabrina subió casi corriendo hacia su habitación y se tiró en su cama. No había palabras para describir la felicidad que tenía.
El cuadro que Jack le había regalado aún yacía ansioso de ser colgado.
Esta vez, Sabrina miró con más detalle el cuadro y no podía creer cuánta belleza veía. Lo giró y al ver su lado opuesto notó una pequeña carta, la abrió. Esta decía:
“veo en ti, lo que Van Gogh veía en las estrellas” Jack.
Jack de una forma u otra le había dicho lo que sentía antes del viaje en el tiempo pero ella no lo había notado.
Vio un clavo en la cabecera de su cama y lo colgó allí. Le daba a su habitación un toque artístico, pacífico y, romántico, por donde fuera que lo miraras.

 Le daba a su habitación un toque artístico, pacífico y, romántico, por donde fuera que lo miraras

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Jack por otra parte, entro a su casa y el aroma a pintura, libros y esencias de coco lo abrazó.
Miró la televisión y por la fecha sólo había pasado una semana desde su repentino viaje al futuro. Miró el calendario de Kiara y la palabra ¡REGRESO! Estaba en el lunes de la semana que seguía, es decir que aún no había vuelto. Al principio Jack ansiaba contarle a su hermana de la experiencia que había vivido, pero ahora que lo pensaba, quizás no era correcto. A Kiara lo que más le costaba era guardar secretos y si alguien más se enteraba, la noticia iba a recorrer por el mundo e incluso por el espacio.
La familia Evans era demasiada famosa, tenían muchos museos por el mundo, ya sea en el occidente u oriente.
Que todo el mundo sepa lo ocurrido sería la definición de “Catástrofe” aunque esa palabra se queda corta. Ocasionarían revoluciones en la sociedad, todos ansiarían viajar en el tiempo y eso es demasiado, demasiado peligroso.
Confiaba en Kiara, y no le contaría sólo porque no sabía guardar secretos, sino que si de alguna forma la prensa se enteraba, toda la familia estaría involucrada, y Jack prefería estar mil veces involucrado solo en un problema que con su familia.
Sabrina sintió la necesidad de recorrer Londres. La próxima semana comenzaba a trabajar y quizás no tendría tiempo para disfrutar de su alrededor.
Pero también había otro motivo, deseaba comprarle un regalo a Jack y a Belly. Amaba regalar cosas sin razón a las personas que adoraba, solo que esta vez, sí había una razón.
A ambos por agradecerles estar siempre con ella, sin importar qué, pasaron por un periodo de mucha tensión y esfuerzo arriesgando su vida, merecían un premio. Sabrina creía en eso de darles premios a tus seres queridos por el solo hecho de existir. Y también porque Jack le había regalado a ella lo que tanto adoraba.
Las calles de Londres, simplemente perfectas. Irradian luz por si solas, con sus edificios antiguos, por sus grandes monumentos, por cada cuadra algo especial la rodeaba. Había llegado a su lugar soñado, al lugar que tanto admiraba de pequeña mientras terminaba sus estudios, luego había viajado en el tiempo, aún no procesaba nada.
Entro a un local de productos tecnológicos y al verlo ya supo que debería ser de Belly.
Auriculares rosas. Ideal para una persona que está a punto de trabajar en Producción de música. Salió velozmente del local con los auriculares envueltos delicadamente. Claro, no había necesidad de buscar otras cosas, entro y salió en cinco minutos.
Caminó un par de cuadras más costeando un paisaje imposible de ignorar. Pensaba en ¿Qué le encantaría recibir a Jack? Sabía que le gustaban muchas cosas pero, ¿Algo que se moriría por tener?
Terminó una de las cuadras y a su derecha una enorme y hermosa librería le abrió las puertas.
Exacto, amaba leer. Pero también le gustaba pintar… ¿Cómo hacer una fusión de las dos cosas?
Van Gogh.
Se dirigió a una empleada del lugar y le solicitó libros de Van Gogh. La gentil chica la guio a las estanterías de arte y sacó dos libros.
-Hay muchos libros de Van Gogh pero no sé cuál es el tipo de libro que deseas.
-Uno con muchas imágenes de pinturas y con frases.
La chica le entregó uno de los dos libros. Éste era tapa dura bastante grande, su portada era su pintura de la noche estrellada. En el interior había muchísimas fotos de pinturas y cada una con frases.
Era el regalo indicado.
Llegó a la cuadra en la que estaba la casa de Jack y al frente la de ella.
Sabrina comenzaba a sentir y notar que estaba viviendo una etapa única y especial de su vida, la iba disfrutar como sea.
Había pensado en entregarle el libro en persona y pasar ratos juntos, pero también pensó en dejar el libro e irse. Simplemente un regalo fugaz con una bella nota en ella, como caída del cielo.
Jack estaba mirado su programa favorito cuando golpearon la puerta suavemente.
Abrió, no había nadie, pero un empaque estaba al frente de sus pies. Miró a los alrededores, vacío.
Entró adentro y abrió el regalo. Sus ojos brillaron, su sonrisa se expandió. Una nota estaba por encima del todo.
“Para el chico que me hace pensar en imposibles, para el que no me deja sola y para el que provocó que me perdiera en sus hermosos ojos y pinturas, te adoro, Sabri.”

Por otro lado, Belly no se quitaba los auriculares de encima

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Por otro lado, Belly no se quitaba los auriculares de encima. Además le quedaba perfectamente bien, como si fuesen creados únicamente para ella.
-¡Sabri! No te hubieras molestado, muchísimas gracias.
-No es nada, te lo mereces.
Jack y Sabrina habían pasado la noche entera hablando por video llamada, como si toda esa aventura no había sido suficiente para verse y hablar.
- ¿Mañana salimos a pasear? Te extraño –Propuso Jack del otro lado del celular. Ambos se miraban por sus balcones y se hablaban por el celular.
-Obvio, nos vemos mañana.
-Descansa.
Se despidieron online y físicamente. Ambos se generaban una mezcla de emociones y sentimientos difícil de explicar. Eran el uno para el otro, sabían que se tenían, y después de todo lo que pasaron, comprendieron que ese amor mutuo que provocaba mariposas en sus estómagos, era real.
Ella era de él.
Y él de ella.
La luna sonreía, porque era fiel testigo del amor, asomándose a la ventana de ambos, salpicando su reflejo de luz en sus rostros y viendo como le sonríen al celular mientras hablan. La luna se ríe al comprender que así era el amor, con todas las letras.

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