Deshonra

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Deshonra.



Aegon cayó al suelo con una mano en su mejilla que ardió cual carbones ardientes por la bofetada recibida. Lágrimas dejaron su huella en la alfombra verde de bordes dorados, levantando su vista hacia su madre, la iracunda reina Alicent que lloraba también, pero de indignación, vociferando sin cesar cuánto lo había decepcionado, lo mal hijo que era al no pensar en ella al actuar tan pecaminosamente.

—¡NO SOLO HAS NACIDO OMEGA! ¡TUVISTE QUE ABRIRLE LAS PIERNAS AL BASTARDO DE JACAERYS! ¡¿POR QUÉ, AEGON?! ¡¿ES QUE NO TE IMPORTA EN LO ABSOLUTO TU FAMILIA?!

—Lo tendré —afirmó con toda la seguridad que pudo reunir ahí tirado en el suelo.

—¡¿QUEEE?! ¡Oh, eso no...!

—Si atentas contra mi cachorro, la Madre te castigará.

Sí, había sido demasiado imprudente, siendo tan joven entregando su Celo a un Jacaerys Velaryon quien estaba apenas explorando las delicias de ser un Alfa madurando, creyendo que esos juegos a escondidas terminarían convertidos en algo más serio, como un matrimonio quizás. Pero eso no había podido ser, porque Jacaerys había sido comprometido con Baela Targaryen, princesa e hija de Daemon Targaryen. Aegon trató de ocultar su embarazo, pero su madre tenía un olfato terrible y una intuición materna a prueba de remedios y perfumes para esconder su estado. Alicent lo miró con rencor, lanzando una copa más contra la pared, paseándose de un lado a otro con sus manos retorciéndose entre sí.

—No seré castigada por los dioses, puedes estar seguro de ello, pero tampoco permitiré que la deshonra toque a esta familia. Suficiente tenemos con ser humillados por Rhaenyra y sus bastardos —su madre se giró a él, buscando en un canasto algo que no alcanzó a ver hasta que brilló a la luz del fuego de la chimenea, sin poder huir cuando sujetó sus cabellos largos y trenzados que comenzó a cortar salvajemente con las tijeras— ¡No mereces portar este símbolo de honor y poder! ¡No eres más mi hijo!

Aegon lloró por los tijerazos, sintiendo cortadas en su cabeza, hilos de sangre corriendo por sus sienes, sollozando hasta que su madre estuvo satisfecha, arrojando al suelo las tijeras.

—Te largarás a Antigua, tu abuelo y yo prepararemos todo. Yo iré contigo, fingiré que estoy de nuevo embarazada.

—¿Vas a quedarte con mi cachorro?

—Olvídate de que será tu hijo, y ora a los dioses porque sea como tú porque si acaso nace con los cabellos incorrectos, lo regalaré al primer barco que parta a Essos. Ah, y NUNCA MÁS volverás a tener hijos.

La reina salió, buscando a la Mano del Rey para idear el plan que pudiera cubrir su falta. Aegon lloró de nuevo, con una mano en su vientre. No pudo deshacerse del cachorro apenas se dio cuenta de que estaba esperándolo, porque era lo único que le quedaba de Jacaerys. Él no sabía nada, ni lo sabría. Mientras él era llevado fuera de la Fortaleza Roja para un viaje imprevisto junto a su madre, el primogénito de la Princesa Heredera estaba celebrando su fiesta de compromiso con la hermosa Baela. Nadie hizo preguntas sobre la condición de la reina para su nuevo embarazo, entendiendo su capricho de pasarlo en su antiguo hogar luego de que el rey Viserys reafirmara la sucesión a su trono con su hija Rhaenyra y su nieto Jacaerys, bendiciendo su compromiso con una hija de su hermano.

Aegon pasó encerrado en una torre su embarazo, llorando por haber sido tan tonto. Claro que los Alfas siempre estaban buscando placer sin compromiso. ¿Cómo un muchachito como Jacaerys iba a responderle cual adulto? De él había sido la culpa, y nada más, por creer que él sería tan decidido como para elegirlo por encima de una princesa pura, no un Omega de reputación dudosa como Aegon que lo había seducido. Se había enamorado, pero solo de su parte, ahora se daba cuenta. Cuidó bien de su persona, cantándole a su cachorro en su vientre, con lágrimas en el rostro demacrado.

—Por favor, hijo mío, nace con cabellos platinados. No permitas que nos aparten.

Fue un parto duro, pero al final, recibió a su bebé en su seno, un bellísimo cachorro Omega de cabellos platinados y ojos violeta, su principito perfecto de pies a cabeza, con un aroma a fuego digno de un Targaryen, y también a canela fresca. No pudo siquiera darle su leche, Alicent se lo quitó de los brazos, saliendo de ahí con Aegon gritando por su hijo, siendo sujeto por sirvientas ya instruidas mientras el Maestre se preparaba para secar para siempre su vientre pecador.


Aemond.


La reina lo nombraría Aemond. 

Sweet child o'mineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora