Digno

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Digno


Aemond se encogió al ver a su hermano quejarse un poco por las heridas que aún no sanaban del todo, ya andaba de pie pero cuando estiraba mucho un brazo o trataba de cargar algo era que se resentía. Todavía recordaba las palabras de su madre, que calaron hondo en su corazón, y ver a Rickon esforzarse por no parecer adolorido no mejoró su estado de ánimo decaído.

—¿Qué fue lo que dijimos? —reclamó este, con manos en las caderas— Que no ibas a resentirte.

—Lo siento —murmuró con la cabeza baja.

—Mondy, ya pasó, ¿sí? Además, era mi deber.

Las lágrimas brotaron de nuevo en su rostro al escuchar eso, jadeando un poco antes de salir corriendo de ahí a esconderse en alguno de los jardines, limpiándose sus mejillas. Había hecho mal, tomado una estúpida decisión que bien podía haber dejado una consecuencia grave en Rickon todo por querer ser un tonto príncipe valiente. Los Maestres habían dicho que la fiebre y las heridas fueron severas, todavía era muy pronto para saberlo, pero era posible que su hermano perdiese su capacidad para tener cachorros debido a lo que pasó. Y de nadie era culpa más que suya. Aemond sollozó escondido entre enredaderas pensando en lo horrible que podría ser eso, quitarle ese sueño a Rickon por una idiotez. ¿Cómo iba a recompensarlo si eso pasaba?

—Sé que estos jardines no son hermosos como los de Dorne, pero tampoco son para llorar.

—¡Papá!

El rey apareció ahí como por arte de magia, mirándole tranquilo con sus brazos extendidos a los que Aemond corrió a refugiarse, llorando otro poco en el pecho de su padre. Jacaerys negó, acariciando sus cabellos con una pequeña palmadita en su espalda.

—La parte de aceptar un error, incluye saber cuándo perdonarse por ello.

—Yo no quería hacerle daño a Rickon, ¡jamás haría eso!

—No puedes lamentarte de las cosas que no han sucedido, cariño.

—¿Y si sí sucede?

—Lamentarte tampoco lo cambiará.

—Papá ¿no hay nada que pueda hacer?

—No ponerte así, sabes que a Rickon no le gusta —sonrió el rey, limpiando con sus pulgares sus mejillas— Es un lobo, detesta las compasiones y las lástimas.

—Lo siento, de verdad que lo siento.

—Yo lo sé, mi amor, ahora... ¿qué dices si por el día de hoy dejamos a un lado los deberes y recolección de puntos? Un día libre para que hagas lo que quieras.

—¿Qué? —Aemond parpadeó, no creyendo lo que escuchaba, mirando el rostro de su padre— ¿Estás hablando en serio?

—Más que nunca, cachorro.

Sweet child o'mineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora