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Hermanos.
Después de la partida de sus padres, Aemond se sintió muy desprotegido y vulnerable, una sensación que no le agradó en lo absoluto. Era como haber estado siempre bajo el ala de Vhagar durante una nevada y de pronto ella desaparecía en medio de la noche. Odió eso con todas sus fuerzas, un lobo no debía sentirse así, era fuerte y aguerrido. Luego recordaba que también era parte dragón y las cosas empeoraban porque los dragones no temían a nada ¿cierto? Pero ahí estaba él todavía llorando por los rincones porque detestaba con todo su ser la guerra y despertar sin los regaños de su madre, ese beso en sus cabellos matutino de su padre, su aroma Alfa que lo reconfortaba muchísimo.
—¿Mondy?
Lo peor era tener que hacerse el valiente igual que Rickon porque ninguno de los dos debía mostrarle al otro que estaba a punto de quebrarse, atendiendo lo que el Maestre Qyncell les traía día con día pues la vida en el Norte no se detenía porque abajo los grandes señores elegantes estuvieran rompiéndose los hocicos solo por ver quién debía llevar la corona. Aemond a veces envidiaba a Rickon, podía ser un completo imbécil y al mismo tiempo un lobo en toda la extensión de la palabra, sentándose en la silla de su padre para escuchar un problema de algún señor en problemas o dar órdenes a los guardias del castillo para mantener una estricta vigilancia porque así era como se hacían las cosas en la familia Stark.
—Mondy, yo también me siento mal ¿sabes?
Aemond apretó sus labios, mirando el suelo. —No quiero tener miedo.
—Es imposible, estamos solos.
A veces peleaban nada más por rutina, por no olvidar cómo era eso, quedándose quietos unos instantes mirándose uno al otro para luego abrazarse con fuerza, porque ya no estaba mamá llegando a separarlos tomándolos de las orejas o echándoles un cubo de agua helada si era necesario. Dolía mucho. No poder ir a buscar a las caballerizas a padre para acusar a su hermano de haberle metido la cabeza en la comida de las vacas o pintarle el cabello con esa flor rosada que tardaba días en quitarse, teniendo que salir así a cazar en el bosque o visitar una casa vasalla para entregar un mensaje paterno pretendiendo ser muy serio en el asunto mientras el lord en cuestión lo observaba incrédulo por el tinte colorido en sus mechones.
—Tenemos que revisar que nada falte —comentó Aemond por distraerse— Debemos... ir a visitar las casas más importantes.
—¿Iremos en Vhagar?
—Es más rápido así.
—De acuerdo.
—¿Quieres mis papas?
—Bueno.
El Maestre les había aclarado que recibir un mensaje durante la guerra no era muy usual y si sucedía, generalmente eran noticias atrasadísimas. Una vez cuando Aemond se sintió triste porque según en su cabeza no era ni la mitad de hermoso que su madre, Lord Stark le escribió cartas breves pero llenas de cariño para él, las envió diario desde donde estaba allá del otro lado del Norte por la costa Oeste. Todavía las tenía guardadas, a veces había hasta olvidado comer con tal de esperar en la entrada por el cuervo con su carta, corriendo a su habitación para leerla con todo y los gritos de mamá pidiéndole por enésima vez que dejara las prisas porque se caería por las escaleras.