IX | Cafeína adictiva.

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       08:24AM.

Tras varios minutos en el zoológico alimentando a los cisnes, riendose y dándose caricias mutuas –generándose quinientos pre-infartos de emoción mezclada con ternura cada vez que el otro alfa se animaba a acariciar otro sector de su piel–, decidieron que era hora de dirigirse rumbo a “La Fiambrería”.

—¿La Fiambrería?. —cuestionó el nombre Harry cuando él se lo mencionó mientras salían de lugar, caminando con las manos dentro del bolsillo de su buzo.

—Umh-um. —ratificó simple, presionando rápidamente con sus pulgares las teclas del teclado táctil de su celular, buscando la dirección exacta.

—Suena a que es un holocausto de fiambres en vez de un lugar de entretenimiento. —comentó sencillo y honesto, haciéndole reír, contagiándole la sonrisa—. Pues claro, Erizo. Tú me dices fiambrería y yo me imagino un matadero.

Negó repetidas veces, con sus arrugitas adornando los extremos de sus orbes.
—No vamos a morir allí dentro. Aún tenemos mucho tiempo para conocernos, Rana.

Caminaron unos pasos más hasta que, tras haber pateado una piedra del camino que rápidamente desapareció bajo el neumático de un automóvil, el rizado volvió a hablar para matar el silencio.

—¿Te imaginas que hubo un error en el sistema y realmente no nos morimos hoy?. —divagó con cierta negación frente a la realidad e ilusión hacia la esperanza y fe en un futuro muerto.

—Creo que sabes mejor que yo que esa mierda nunca falla. —respondió e instantáneamente una mueca adornó un extremo de su boca.

—Pero imagina un hipotético caso en el cual Muerte Súbita falla por primera vez. —planteó, a lo que asintió para que continuara—. ¿No sería genial? Fue un jodido infarto el llamado pero al final no mueres.

—Sería un infarto, sí. Pero, en mi caso, si no me hubieran llamado no te hubiera conocido a tí porque no suelo salir mucho de casa, menos a bares o cualquier otro sitio que no sea la casa de mis amigos o la universidad. —contestó sincero y elevó la mirada para hallar unas mejillas rosadas sutilmente junto a una dulce sonrisa filtrándose entre sus labios—. En tu caso, no todo te hubiera importado en lo absoluto y no me hubieras besado frente a todos.

Su cara, tras sus palabras, adquirió una nueva tonalidad de rojo chillón, una especie de carmesí saturado notoriamente; ocasionando carcajadas de su parte.

—¡Cállate!. —chilló, empeorando su risa a causa del nerviosismo palpable ajeno—. No era necesario mencionar mi parte.

—Pero que, gracias a tí, estamos aquí, juntos. Y, gracias al llamado, eres un jodido descarado conmigo. —espetó, siendo realista y con una sonrisa surcando su boca—. Además que yo también te besé y hombre, tu habías dicho que arrepentido no estabas.

—No me arrepiento de haberte besado. —aseguró, teniendo sus pómulos aún de una coloración más cálida—. Simplemente ahora se me es raro saber sobre ese lindo desconocido que, por cuestiones del destino o la suerte, besé, me besó y... —y las mejillas de ambos adoptaron el color rojizo, asumiendo el final de la oración.

Recordó ese episodio en el camarín: las grandes manos ajenas tomando posesión de su cintura, sintiéndose acorralado; sus labios mordisqueando los contrarios y jugando en un mismo compás; sus lenguas danzando juntas, batallando, al igual que sus lobos, por la dominancia; sentir sus besos recorrer todo el trayecto de su cuello acompañados del calor en el ambiente; oír sus suspiros y sentir sus dígitos enredándose en el nacimiento de su cabello...

Recordar su pérdida de cordura y las ganas que ahora tenía de no haber sido interrumpido y de poder ser besado por ese chico nuevamente.

—Ya sabes... Lo que hicimos. —continuó con algo de timidez con la mirada en el piso, ocasionándole una risita dulce por lo bajo que tapó con el dorso de su mano, llamando su atención para que conecte su verde con su azul.

Al final mueren los dos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora