El lechero

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El héroe sin harem

Capítulo 4: El lechero

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Se dice que la luz del sol todo lo baña y purifica, trayendo vitalidad y colores varios a las tristes existencias mortales condenadas al olvido de los dioses, sin embargo, las calles sucias y casuchas, permanecieron tristes con sus tonos monocromáticos de gris, todo era gris, incluyendo el ánimo de los que abrían los ojos.

Junto con el revelar del techo gris, le vino el rugir de tripas, se dio la vuelta y vio a un hombre semidesnudo al lado suyo, su espalda era como la de un buey, pero con músculos marcados, la tonalidad oscura de piel resaltaba por el sudor.

«Amorcito, amorcito, despierta, tienes una pesadilla».

—Amorcito, ya es de día.

—No jodas, déjame dormir un poco más.

—Está bien —Como estaban solos, no tuvo necesidad de cubrir sus vergüenzas, con los pies desnudos, fue hacia la palangana y se lavó la cara, los senos y las axilas. Se tocó la mejilla donde la noche anterior su novio la abofeteó con el reverso de la mano, un gesto de pena cruzó su bello rostro, pero enseguida negó con la cabeza, se dio la vuelta y al ver al negro en la cama le dirigió una sonrisa bondadosa.

Sus sentimientos y cuidados no fueron apreciados, en especial a la hora del desayuno.

—La próxima vez como fuera.

—Pero ¿por qué, amorcito?

—¡Porque la cosa es intragable! ¿Hasta cuándo no vas a saber cocinar?

—Estoy mejorando, cada día lo hago mejor.

—No voy a aguantar. Mejor ve al mercado a comprar algo.

—Claro, amorcito, este, ¿me das?

—¡Qué te voy a dar! ¿Acaso no ganas dinero en el puto bar?

—Pero no es mucho.

—¡Pues anda mostrando más el culo a ver si así te dan más propina!

—Pero tú dijiste...

—¡Calla la puta boca de una vez y sal antes de que te enseñe a no ser respondona!

—¡Sí, amorcito! —Su gesto de susto fue notorio y apuró sus pasos para alistarse para ir de compras. En la esquina, reconoció una figura que no creyó ver tan pronto.

—Eres el cliente de la otra vez, ¿Amador, cierto? ¿Cómo estás?

—Mejor, el cretino de tu amorcito pega duro.

—No le digas así.

—Perdón, ¿estás bien?

—Mejor. Si me disculpas, tengo que ir al mercado.

—Te acompañaré.

—¿Por qué vas a acompañarme?

—Porque rompí mi promesa, te dije que te acompañaría a tu casa y no lo hice.

—No es necesario. —Giró el rostro hacia atrás mordiéndose el labio y apretando las bolsas de mimbre con los dedos—. De acuerdo, pero vámonos rápido, estoy atrasada.

Fueron pasos apresurados, inmersos ellos en un silencio incómodo y un rubor al saberse observada con curiosidad por el hombre.

—¿Qué? ¿Tengo algo en la cara?

—Perdona, eres muy bonita y ese cardenal en tu pómulo no lo mereces.

—Ya, ¡ya llegamos! Al menos ayúdame, ¿sí?

Isekai: El héroe sin harem (Completa. De Bolivia para el mundo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora