✰ Para toda la vida

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El dorso de una mano suave y el aroma tan dulce de ese perfume que le enamoró fue lo suficiente para que Frank despertara. Sus párpados débiles y pesados se abrieron con dificultad y a pesar del débil semblante que cubría el rostro de su esposo, había ahí una amplia sonrisa.

Frank sabía que esa sonrisa no era del todo sincera. Sabía que no era más que una fachada para ocultar la preocupación y tristeza de Gerard, pero, no podía negar que le gustaba tanto verlo de ese modo.

—Hola, bonito... —susurró y la garganta seca y adolorida por estar tanto tiempo en silencio, se le raspó un poco más.

—Hola, precioso. No hables, no hagas esfuerzo, por favor...

—He estado descansando mucho tiempo y siento que hay tantas cosas que quiero decirte...

—Yo no quiero escucharlas, no quiero que te despidas de mí —murmuró Gerard sin más, con las lágrimas picando en sus ojos y el nudo formándose cada vez más grande en su garganta. Su corazón hecho un lío.

—Es inevitable, Gee.

—Todavía tenemos una esperanza, amor. Pero necesito que seas fuerte. Yo estoy siendo fuerte por los dos, aún así te necesito...

—Pero esa esperanza es muy pequeña, no quiero que sufras más.

—Tú también estás sufriendo, bebé y y-yo... quiero poder hacer lo que sea para poder curarte, para que continúes siendo muy feliz, para que cumplamos nuestros sueños.

—Y no te imaginas el excelente trabajo que has hecho. Dándome más de lo que alguna vez desee, Gee. He sido el tipo más afortunado en el mundo por tenerte a mi lado durante todo ese tiempo.

—Va a ser así por siempre. Cada mañana despierto y vuelvo a elegirte...

—Gee —murmuró despacio y fue a él quien las lágrimas traicionaron.

La máquina que estaba conectada con innumerables cables al pecho de Frank comenzó a pitar por los rápidos latidos de su corazón, Gerard sabía que no tenía mucho tiempo a solas con él antes que la enfermera llegara a sacarlo para poder revisar a Frank y prepararlo para llevarlo a la sala de operaciones, donde su última esperanza estaba resguardada entre las manos de aquel equipo médico y el milagro del donante que había aparecido para su esposo.

Gerard no quería pensar en nada, en lo que sucedería después, no quería imaginar ningún futuro probable porque cualquiera que fuese el escenario su corazón iba a destruirse un poco más. Solo quería abrazar a Frank, besarlo, peinar su cabello y decirle lo mucho que lo amaba.

—Nunca supe lo mucho que podía llegar a amar, hasta que te conocí —dijo Frank mientras Gerard le limpiaba las lágrimas y se llevaba la mano derecha de Frank hasta sus labios, besando sus nudillos.

Aquellas palabras nunca le habían dolido tanto, pues recordaba perfectamente la primera vez que las escuchó. Tan diferente aquella vez. Frank de rodillas delante de él, a la luz de la luna y con el sonido del agua cayendo, mientras le mostraba un pequeño anillo con una piedra al centro, pidiéndole con dulzura ser su esposo.

—Mi amor por ti es sempiterno... —confesó Frank e hizo sonreír a Gerard sinceramente.

Aquel maestro de literatura nunca iba a cambiar y era eso lo que lo hacía luchar cada día. Por Frank, por él, por ambos y por ese amor que duraría "para toda la vida".

Gerard ya no tuvo más oportunidad para responder, pronto unas manos ajenas y egoístas lo alejaron del cuerpo de su esposo. Y mientras más los separaban, todas las imágenes de sus momentos juntos, cada sonrisa, cada te amo, cada beso y cada abrazo, se repetía en su mente.

Cuando ya no le vio más, el alma de Gerard se rasgó en miles de pedazos pequeños. Un llanto desolado se desbordó de sus ojos y el pecho de su hermano menor estuvo ahí para consolarlo y darle un poco de confort. Mientras lloraba, al abrazo se fueron sumando sus amigos, la familia sincera que Frank tenía y compartían con él parte de todo aquel dolor.

Fue hasta que la enfermera les avisó que el procedimiento había comenzado que Gerard secó sus lágrimas y se disculpó, saliendo del edificio para caminar al parque que estaba a pocas cuadras de distancia. Ahí encontró a Lois con el joven que la sacaba a pasear por las tardes.

Gerard no dijo nada, agradeció con un gesto simple y tomó la correa de Lois; caminó con ella de manera lenta hasta llegar a su destino y sentarse bajo el árbol de cerezo que estaba en medio del parque. Abrazó a la cachorra contra su pecho y volvió a permitir que las lágrimas fluyeran libres y llenas de dolor.

No sabía si sería tan fuerte para soportar el destino que venía, pero tampoco podía opacar la pequeña llama de esperanza que estaba presente en su corazón.

Para toda la vida, Frankie.

—Para toda la vida, Frankie

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For All Life ➻FrerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora