9: ¿Me abofetearás si te beso?

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Bien podríamos llevar cinco minutos o dos horas abrazados, no sabría decirlo. No nos hemos movido de la misma posición desde hace un rato: yo en su regazo, él con sus brazos alrededor de mi cintura y su rostro escondido en mi cuello. Sus lágrimas han estropeado el cuello de mi camisa y esta se pega incómodamente en mi piel por la humedad. Quisiera decir que no me importa, pero lo hace. Las lágrimas de Demian no han cesado y me siento desesperada porque no se me ocurre qué hacer o decir.

Sentir empatía y consolar a alguien son dos cosas que tienden a dificultárseme. Definitivamente quiero ayudarlo a sentirse bien, pero no sé cómo. Me cuesta entender por lo que está pasando. Consolarlo con palabras... se siente inadecuado.

Me quedo en blanco cuando estoy envuelta en este tipo de situaciones, soy una completa inútil.

Sin tener claro qué hacer exactamente, decido que es una buena idea pasar mis dedos por su espalda una y otra vez, deseando que de algún modo le den consuelo. Sus brazos aprietan su agarre y, como si fuera posible, me pega más a su pecho. Muerdo mi labio y me trago un gemido de incomodidad. No pienso soltar a Demian.

—Perdón —murmura después de un rato en mi cuello; su aliento cálido me hace estremecer y me provoca un escalofrío por todo el cuerpo, esa zona es sensible.

—¿Estás bien? —Sin pensarlo mucho, deposito un beso en su cabello —. ¿Quieres hablarlo o...?

—No, solo déjame estar un rato así —y nos volvemos a sumergir en un silencio cómodo; lo único que se escucha es su respiración ya calmada y las manecillas moviéndose de un reloj.

Estoy incómoda, no voy a mentir. El abrazo de Demian es tan fuerte que pasa a ser incómodo poder respirar, y la posición en la que está mi cabeza para que pueda esconderse en mi cuello me está matando.

Suspiro.

—Hoy se cumplen tres años de la muerte de mi hermano —susurra tan bajo que apenas puedo escucharlo. Me tenso en mi lugar con sus siguientes palabras —. Él se suicidó.

Mierda.

Me muerdo la lengua para evitar soltar un comentario fuera de lugar o preguntar la razón de por qué hizo tal cosa. Si algo sé de Demian es que no hay que presionarlo; él hablará si así lo desea.

Me pega más a él, no me quejo, pero estoy a nada de gemir por lo incómodo, incluso casi doloroso, que resulta el ángulo sobrenatural en que está mi cabeza.

—Hagamos la tarea —dice, saliendo de su escondite después de unos segundos. Mi corazón se aprieta al ver sus ojos hinchados y rojos por el llanto; incluso en este estado, es guapo.

—Sí, sobre la tarea —dejo salir una risita nerviosa que me delata casi de inmediato —. Verás, este... —Me rasco la cabeza y mis engranajes se mueven en busca de cualquier excusa. En otras circunstancias, se me hubiese ocurrido algo que decir sin darle tanta vuelta, pero ahora es complicado pensar estando en su regazo y sus brazos apretando mi cintura. Una sonrisa comienza a dibujarse poco a poco en esos bonitos labios cuando lee la situación. Oops, me atrapó.

—No hay tarea, ¿verdad? —su risa llena el espacio. Lo que hace a continuación me sorprende y me hace arrugar los dedos de los pies. Besa mi frente y me estruja en sus brazos para luego quitarme con cuidado de su regazo y dejarme sentada en el sillón. Quiero dejar salir un suspiro de alivio, pero en lugar de eso solo estiro mis brazos y muevo mi cuello de un lado a otro. Demian me mira por diez segundos y sus mejillas comienzan a teñirse de rojo, el agradecimiento brillando en sus ojos —. Gracias por estar aquí.

—No hice mucho —le resto importancia, porque lo único que hice fue estar sentada en su regazo. Yo debería agradecer por darme ese privilegio.

—Hiciste mucho, estás aquí conmigo —se arrodilla a mi altura y una de sus manos acaricia mi mejilla —. ¿Me abofetearás si te beso?

NADINEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora