Trigésima primera parte.

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Harry dibujó aburrido en su cama... bueno, la cama que Lord Voldemort le había dado cuando lo secuestro en su mansión, no se podía quejar, aseguraba que, si fuera otra persona, el Señor Tenebroso lo hubiera mandado directamente a los calabozos y, definidamente, no lo consentiría tanto como para darle un pergamino y colores mágicos. Bufó sonriendo, el darle paseos por la mansión tampoco era algo que hiciera con una persona secuestrada normal.

Movió sus pies mientras dibujaba a Hedwig, estar tan cerca de su primera vida le hacía recordar todo lo que dejó atrás y, al mismo tiempo, todo lo que llegó a ganar por hacerlo. Encantó con un movimiento de manos la pequeña lechuza, haciendo que ésta revoloteara por todos los demás dibujos. Sonrió cuando Hedwig, o su intento de Hedwig, lo miró y ululeó (al menos, quería suponer que un dibujo podía ululear), antes de sentir que era observado y levantar su mirada.

Ahí, parado dignamente en el marco de la puerta, el Señor Oscuro lo miraba con burla. Harry le sacó la lengua, sin poder contenerse.

—Eres un mocoso —siseó Lord Voldemort cruzando sus brazos.

—Y tú un amargado —murmuró haciendo un puchero, antes de mirar de nuevo al contrario y sonreír—. Quédate ahí, te dibujaré...

—No, gracias —comentó el mayor poniendo los ojos en blanco—. Vamos a dar un paseo.

Harry saltó contento a la mención de "paseo", ésa era su parte favorita del día y, si no hubiera prometido ser un niño bueno por el bien de sus seres queridos, seguro la habitación ya habría explotado por su impaciencia.

Por otro lado, para Lord Voldemort, Leander Mort era como un pequeño golden retriever. Diría que le faltaba el cabello, pero habían veces que, por su emoción, un amarillo predominaba en su cabeza.

Movió su mano haciendo un gesto de impaciencia. El menor solo saltó de su cama y se puso a su lado, completamente obediente... aunque, en realidad, dar una vuelta por su mansión con el niño era totalmente peligroso. Comenzaron a caminar en silencio, los paseos eran tranquilos hasta que Mort decidía tocar cualquier cosa que le llamara la atención, no que hubiera mucho problema por eso, solo que habían cosas que... bueno, tan solo verlas denotaban magia negra. Por alguna razón, Leo no parecía entender el peligro que corría si tocaba alguna de esas cosas, definitivamente no bromeaba cuando decía que era un niño.

Suspiró negando mentalmente. Si no supiera que tener a Mort entre los suyos era casi como ganar la guerra, definitivamente ya lo hubiera corrido de su mansión... eso y que, bueno, todavía trataba de reconocer porqué sentía ese extraño calor expandiendo su pecho cuando...

—¡Mort! —siseó, porque Lord Voldemort no gritaba, y jaló el joven hacía él, tratando que no tocara el collar que tenía el maniquí, el cual adornaba el pasillo por el que caminaban— ¿Cuántas veces te he dicho que no toques nad...? Maldita sea —siseó por lo bajó al ver la sangre que comenzaba a salir del dedo del menor.

Rápidamente comenzó a tratar la herida con sumo cuidado, el collar cortaba tejidos y, de no ser atendidos con el contramaleficio exacto, comenzaba a cortar hasta que la piel se fuera cayendo.

—Te he dicho muchas veces que no toques nada, ¿por qué nunca haces caso? —comenzó a sisear, casi se sentía como una madre regañando a su hijo— ¿Quieres quedarte sin un brazo? ¿Eso quieres? —siseó molesto, apretando más de lo necesario su varita, causando un quejido de dolor del contrario.

Frunció sus labios. No se iba a disculpar, el chico necesitaba saber que no debía estar tocando todo lo que se cruzaba por su camino.

—Podrías ser más amable, ¿sabes? —cuestionó el menor haciendo un puchero.

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