Capítulo 1 | Cambio de vida

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Aquella era una de las tabernas más populares de la ciudad de Rocalla, gracias a estar situada en una de las calles más frecuentadas de los suburbios. Las tabernas y negocios que estaban bajo el nombre de Cyrus Black eran conocidos en Rocalla por ser lugares escondidos y que se balanceaban en la fina línea que separa lo legal de lo ilegal, sin embargo, de todas las redadas que se montaron por parte de la guardia real con objetivo de finalmente tener una excusa para cerrar los locales, ninguna tuvo éxito.

Todos sabían que dentro de ellas se movían drogas y toda clase de negocios ilegales, pero nadie hablaba nunca ni avisaba al palacio, ¿por qué? ¿Si todas las personas que entraban en ellas vivían de trabajos sucios y egoístas por conseguir solo unas monedas de bronce? Bueno, es que Cyrus Black no era un alfa cualquiera, temido por muchos y admirado por unos pocos, ese hombre tenía la red de contactos más amplia del reino, extendiéndose hasta los confines de la tierra llegando incluso a los reinos del Aire y del Agua. Por algo fue proclamado como Rey de los Asesinos.

Un fuerte golpe se escuchó y fue aclamado con vítores que gritaban por más. Desde donde estaba sentado, frente a la barra, tenía una perfecta visión del combate que se estaba dando en el otro extremo de la taberna. Sobre un ring de boxeo, dos alfas se pegaban con rudeza y sin piedad mientras a su alrededor una masa de extasiados espectadores animaban el combate, en sus manos los tickets con el dinero que habían apostado por quién creían que ganaría. Después de unos últimos intensos minutos de pelea, el combate llegó a su final y el ganador alzó los brazos de manera altanera. Al bajarse del ring fue aplaudido y vitoreado, con una toalla que le dejó un amigo se limpió la sangre roja que manchaba su rostro y el resto de sus extremidades, para luego dirigirse a la salida.

Al notar como el ganador pasaba tras él, Auron apuró lo que quedaba de su cerveza y al levantarse dejó dos monedas de bronce junto al vaso vacío. De camino a los túneles, el alfa observó relamiéndose los labios la suntuosa cantidad de dinero que había conseguido gracias a esa victoria, incentivado porque la mayoría apostaron por su contrincante. Los suburbios de Rocalla se podrían considerar peligrosos por su poca iluminación y calles estrechas e irregulares, además de que quiénes vivían ahí no eran precisamente gente de bien. Auron saltaba por las azoteas de los edificios como un felino, sin hacer el menor ruido y de manera agraciada. Observó a su objetivo y se colgó de la cornisa del tejado y comenzó a deslizarse hacia abajo agarrándose de huecos en la pared o los alféizares de las ventanas. Colgando de un brazo y con el pie derecho apoyado contra la pared, esperó a que el alfa pasara por delante suyo. Justo en el momento adecuado se impulsó y cayó encima de él, derribándolo al instante.

El hombre observó aterrorizado a la persona que lo mantenía contra el suelo, y sus ojos como el oro líquido, los cuáles habían sido los protagonistas de sus pesadillas en las últimas semanas. Como no podía articular palabras y sabía que con aquel asesino no servía el diálogo, intentó luchar empujándole con los brazos y moviendo sus piernas, pero era en vano, la fuerza que poseía para mantenerlo inmóvil de esa manera era sobrenatural. Auron desenfundó de una correa que cruzaba su pecho un cuchillo de mariposa y comenzó a jugar con él, pasándolo entre sus manos, mientras los ojos del alfa seguían sus movimientos. El aroma a gasolina del tipo era asqueroso llegados a este punto, sus feromonas se expulsaban en oleadas de miedo y angustia, cuando el olor ya era insoportable Auron decidió acabar con el trabajo, empuñó con fuerza el cuchillo y lo enterró en su garganta.

No le dió lugar ni a gritar, sus cuerdas vocales fueron cortadas con brusquedad mientras la sangre salía a borbotones de su cuello. A Auron le hubiera gustado dejarlo ahí tirado en medio de la calle para que se muriera lentamente ahogado en su propia sangre, pero no sabía con certeza cuánto tiempo pasaría hasta que alguien pasara por allí y a su jefe tampoco le gustaba que le hicieran esperar. Se quitó de encima suyo sabiendo que ya no haría nada para resistirse y volvió a clavar el cuchillo, esta vez en su corazón, lo enterró hasta que solo quedaba fuera el mango y observó como poco a poco su víctima dejaba de respirar hasta finalmente, expirar. Extrajo el cuchillo y lo limpió con un trapo para luego volver a enfundarlo en su sitio, se levantó y sacó un frasquito de cristal de uno de los bolsillos que tenía su traje, lo acercó destapado a la garganta abierta del hombre y lo llenó de sangre, lo volvió a tapar y lo guardó con cuidado.

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