XI

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El amor verdadero consiste en enojarse sin dejar de amarse. Lo que vale la pena nunca es fácil.







Minho estaba cansado mientras observaba la nostálgica escena que se desarrollaba frente a sus ojos. Habían salido a hacer compras con Aera, y ella no paraba de corretear mientras Han la llevaba en sus hombros, simulando un avión. La pequeña reía a carcajadas, llena de felicidad por las travesuras de su padre.

Sacó la lista de la compra que guardaba en su bolsillo derecho y verificó si faltaba algo más.

—¿Falta algo más? —preguntó Han, igual de feliz que Aera.

—Patatas y ya nos vamos.

Se acercó a Han y depositó un tierno y relajado beso en la comisura de sus labios, mientras Aera hacía una mueca de asco burlándose de ellos. Ambos rieron y se dirigieron hacia el pasillo para completar la compra.

Caminaron hasta donde estaban las patatas, las tomaron y luego fueron a la caja para pagar todo lo que llevaban, con la pequeña Aera jugueteando con su pelo revoltoso.

Después, se dirigieron al coche y, una vez colocadas las compras en el maletero y sentados dentro, pusieron rumbo a su departamento. Sin embargo, Aera de repente chilló.

—¡PARQUE!

—¿Ahora, cariño? ¿No prefieres ir a casa y descansar? —trató de tranquilizarla Han.

—¡No! ¡Quiero parque! —gritó con su todavía limitada habilidad para hablar.

—Pues al parque tendremos que ir —suspiró Minho, viendo cómo la felicidad se apoderaba de Aera.




Al llegar al parque, el bullicio de varios niños correteando y riendo mientras jugaban con los diferentes juegos que ofrecía el lugar llenaba el ambiente. Aera, llena de energía, arrastró a Han hacia un columpio gigante, donde las risas se mezclaban con los gritos de emoción. El aire estaba impregnado de la alegría contagiosa de los pequeños, mientras padres y cuidadores observaban con sonrisas en sus rostros, disfrutando del escenario animado que ofrecía el parque en esa tarde soleada.

—¡Hey! —alguien me tocó la espalda con tres ligeros toques, giré y reconocí a la persona.

—¡Soobin! ¿Qué tal todo?

—Eso debería preguntártelo yo —rió mientras me abrazaba.

—Puf —respondí con evidente cansancio.

—¿Una niña pesada?

—Ni te imaginas...

—¿Dónde está ese renacuajo?, ¡necesito verla! —exclamó emocionado.

—Ven, se fue con Han al columpio.

Empezamos a caminar en busca de Aera y mi esposo, mientras poníamos al día todo lo que había pasado desde la última vez que nos vimos.

—Me enteré de que tienes a Hyunjin en casa, ¿cómo va todo?

—No solo a Hyunjin, también a Felix, y es un lío —rodé los ojos.

—¿Felix? Pensaba que se había quitado la vida.

—Resulta que los médicos lograron salvarlo en el último minuto y me pidió quedarse en mi casa unos días porque no quería estar solo, y claramente acepté. Pero luego Hyunjin me pidió quedarse también, y así estamos ahora...

—¿Y entre ellos? ¿Todo bien?

—Pues no lo sé, Soobin. El miércoles estaban abrazándose en el pasillo, y esta mañana los vi tratándose como amigos. Todo es muy extraño —suspiré, confundido.

—Bueno, mejor eso a que estén llorando por las esquinas, ¿no?

—Exacto, pero aún así me parece extraño.






Terminaron de jugar y finalmente era hora de volver a casa, así que emprendieron el camino de regreso en coche hacia su hogar, con Aera profundamente dormida por el cansancio.

Al llegar, Minho aparcó y cuidadosamente tomó a Aera en brazos, procurando no despertarla. Con dificultad, subió las escaleras hasta su departamento, mientras Han abría la puerta con la llave. Le agradeció con un beso en la frente por su ayuda.

Una vez dentro, comenzaron a llamar a los chicos, pero ninguno respondía, lo que les hizo suponer que estaban durmiendo o ocupados con otras cosas. Entró en la habitación de Aera y la acostó suavemente en la cama, cantándole una nana para ayudarla a conciliar un sueño tranquilo.

Después de contemplar a su niña dormir plácidamente, salió de la habitación y cerró la puerta con cuidado. En el pasillo, encontró a Han concentrado en la cocina, preparando la cena para esa noche. El aroma delicioso que llenaba el aire lo atrajo hacia él. Se acercó sigilosamente y, llegando hasta su oreja y depositó un beso suave.

—Que suerte que existes...


Heather 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora