VIII

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Me gustaría volver a verte, o verte volver, y eso me asusta pero quiero q pase, supongo q eso es enamorarse.





Por fin le dieron el alta y Félix se encontraba ahora buscando en su teléfono el contacto de alguien especial para pedirle un favor.

—¿Minho? —contestó, con una voz cansada pero esperanzada.

—¡Felix! ¿Qué tal? —preguntó Minho al otro lado de la línea, con su tono habitual lleno de energía.

—Bien, me han dado el alta y quería pedirte un favor —suspiró, con algo de vergüenza en su voz—. ¿Puedo quedarme unos días en tu casa? Será algo temporal hasta que me recupere.

Se notaba en su tono que odiaba pedir favores y se sentía incómodo al hacerlo.

—¡Claro que sí, Lix! —exclamó Minho, con una sonrisa en la voz.

—Muchas gracias, Minho... —respondió Félix, aliviado.

—Ahora mismo no estoy en casa, pero puedes ir yendo. Hay unas llaves bajo el felpudo de la entrada —añadió Minho, con tono alegre.

—Vale, nos vemos más tarde.

Colgó y se dirigió al autobús, con la mente llena de pensamientos y el corazón un poco más ligero, hacia la casa de su gran amigo y hermano de su ex mejor amigo.




Al llegar a la casa, siguió las indicaciones y sacó la llave del felpudo, introduciéndola en la cerradura. Al abrir la puerta, se encontró con una casa acogedora, con algunos juguetes dispersos por la alfombra y el sofá. Introdujo sus cosas y las dejó en la habitación de invitados. Apenas conocía la casa, pero esa puerta era la única abierta. Colocó sus pertenencias y se sentó en la orilla de la cama.

Los recuerdos lo invadieron y nublaron su mente.

La casa parecía estar en paz, pero su corazón estaba en un constante conflicto. Algunos días eran más fáciles de sobrellevar, se sentía como una victoria, pero otros eran insoportables, con recuerdos que lo golpeaban con fuerza, haciéndolo extrañar a Hyunjin más de lo que podía soportar. Pero supo que la vida después de él también era vida, y estaba allí, intentando encontrar su camino, buscando cómo reconstruirse.

Uno de los principales retos de los seres humanos es aprender a valorar las cosas en su momento, mientras están presentes, no después de que se hayan ido.

Discúlpame si te quise demasiado rápido, pero la vida pasa rápido, y yo no soy de los que desperdician el tiempo que se les da. Así que sí, acepto, me enamoré rápido, te amé rápido, y rápido te alejaste. Espero que seas feliz con alguien más, pero recuerda con cariño los momentos que compartimos, que nuestro amor no fue en vano, que nuestro tiempo fue bien invertido. Claro que te extrañaré, aunque no estemos juntos, aunque no haya funcionado. Te quise, si te preguntas cuánto, lo suficiente para no olvidarte, porque mi corazón siempre anhela volver a esos brazos donde se sintió más vivo y menos roto.

Se tumbó en la cama y cerró los ojos, el corazón le dolía tanto como los ojos rojos por tanto llorar. Se giró hacia la derecha, pero las lágrimas seguían cayendo hasta que finalmente se levantó y buscó entre los cajones algo que había guardado.

Sacó una navaja del cajón, sintiendo el frío metal en su mano temblorosa. Con movimientos deliberadamente lentos, presionó la hoja afilada contra su piel, dejando que se hundiera con dolorosa precisión. La primera incisión fue una mezcla de dolor físico y emocional, pero a medida que la navaja se deslizaba por su brazo, el dolor se transformaba en una extraña sensación de alivio. Los cortes, aunque no profundos, iban marcando su piel con líneas rojas que parecían liberar la tensión acumulada en su interior.

El tiempo pareció detenerse mientras se entregaba a ese ritual autodestructivo. Cada corte era una forma de canalizar la angustia, de desahogarse de la carga emocional que había estado llevando. La sangre brotaba en pequeñas gotas, algunas de las cuales limpió con un trozo de tela que encontró cerca. Intentó ignorar el dolor punzante que acompañaba cada movimiento y se obligó a actuar como si nada hubiese pasado.

Una vez terminado, se quedó un momento contemplando los pequeños cortes en su brazo, como si estuviera viendo un mapa de su propio sufrimiento. La habitación estaba sumida en un silencio pesado, solo roto por su respiración agitada y el suave zumbido de la navaja al caer al suelo. Guardó la navaja de vuelta en el cajón con manos temblorosas y se limpió las últimas gotas de sangre con más determinación que antes.

Luego se limpió las lágrimas y se miró en el espejo. Tenía los ojos hinchados y con ojeras. No se molestó en cambiarse de ropa ni en lavarse la cara. Salió por la puerta en busca de un vaso de agua, atravesó el pasillo y, al llegar a la cocina, se quedó en shock al ver al hombre que había causado todo esto, el hombre por el que su brazo aún ardía.

Heather 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora