Primera Ronda: Ingreso a clases

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El Nombre del Fracaso

Primera ronda

Ingreso a clases

Una nueva mañana de agosto nacía en aquella mitad del globo terráqueo y era temprano, escasos minutos pasadas las seis de la mañana, de allí que el astro rey aún no se dignara a desperezarse para abrigar la ciudad con sus plenos rayos matutinos y calentarla, dando la bienvenida a un día de actividades y quehaceres. No obstante, si el sol aparentaba no desear dejar su descanso para hacer su trabajo, mucho menos deseaba Renata Valdés levantarse de su lecho de comodidad y reposo nocturno, para ir a enfrentarse a esa nueva etapa de su vida que comenzaba desde ese instante: su vida como preparatoriana. Sin embargo, no pudo continuar gozando de más momentos de desidia porque su madre, tan responsable como siempre, se apresuró a tocar la puerta un par de veces antes de abrirla y hablarle con potente voz para que se levantara de una buena vez. Lanzando un suspiro de cansancio, Renata obedeció.

¡Qué fastidio!

Con la mayor de las desganas, se puso de pie, se dirigió a su armario y tomó el uniforme de gala del instituto, el que consistía en una falda gris oscuro con un par de tablones por enfrente y por detrás, la blanca camisa de vestir a botones, un chaleco beige con el ícono y nombre de la institución del lado izquierdo y un suéter del mismo estilo sobre el chaleco. Para completar el vestuario, Renata se colocó las medias café oscuro que le llegaban por debajo de la rodilla y se calzó los zapatos negros, de piso. Se miró al espejo. La falda le llegaba justo a las rodillas, el suéter escondía sus curvas femeninas que terminaban por formarse de acuerdo a su complexión y su lacio cabello castaño, suelto y semi-largo enmarcaba su ovalado y apiñonado rostro, el que mostraba una que otra imperfección de acné y varias pecas.

Se encogió de hombros ante la imagen que le devolvió el espejo. No le gustaban del todo los uniformes, pero tampoco creía que se viera tan mal. En secundaria siempre le preguntaron por qué nunca le hizo arreglos a su apariencia para verse más "fashion" y ella simplemente contestaba que le daba pereza, pues era verdad; arreglarse, hacerse un gran peinado, ponerse maquillaje e incluso hacerle ajustes a la ropa requería mucho trabajo, demasiado para su gusto y ella no estaba dispuesta a gastarse en algo que consideraba tan banal. Además, no salía de casa precisamente a exhibirse.

Bostezó con desgana, dirigiendo sus pasos al baño para hacer sus necesidades, lavarse los dientes y el rostro, esperando que así el sueño se le quitara; no funcionó del todo, pues manteniendo esa mirada de zombi que tanto la caracterizaba al mantener sus ojos cafés entrecerrados, se encaminó a la cocina para hacerse el sándwich que saciaría su apetito a la hora del receso. Lo preparó con clama y lentitud tan exasperantes, que de no haber sido porque su madre la presionó para que terminara de una vez, habría durado horas allí. Estando lista, habiendo preparado su mochila con los útiles necesarios desde la noche anterior, Renata y su madre Bárbara, subieron al coche para dirigirse a la preparatoria privada Ángel Anguiano.

Renata se despidió de Bárbara con un beso en la mejilla, desmontó del automóvil y quedó de pie frente a la puerta del centro educativo que ocuparía gran parte de su tiempo, energías y pensamientos los próximos tres años a partir de ese instante. Al ser un instituto privado y de paga, era de renombre, por lo que tenía muy buenas críticas en aquella zona de la ciudad. Era grande y espacioso, con muchos jardines, con varias canchas para diversos deportes e incluso un gimnasio; también contaba con muchos salones, no sólo para llevar a cabo las clases, sino para que los diversos clubes tuvieran su propio espacio. Por supuesto, no era ni mucho menos el único con esas características en la gran ciudad, pero se trataba del más cercano a la casa de Renata y dado que sus padres no habían querido que continuara sus estudios en un colegio público, allí fue donde la inscribieron. Volvió a suspirar y dejó caer los hombros con cansancio total.

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