Tercera ronda: Club de Ajedrez

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Tercera ronda

Club de Ajedrez

—¡Adelante, vamos, únanse al club de ajedrez! —gritó Joaquín López cumpliendo con su comisión como anunciante.

—Eso es, no le tengan miedo. Nosotros lo hacemos más divertido de lo que parece —apoyó Cornelio Mejía elevando la voz, repartiendo volantes a diestra y siniestra—. Y si no saben jugar, no importa que nosotros les enseñamos, sólo necesitamos espíritu de aprendizaje.

—¿Y qué? ¿Te alistarías tú para instruir a los novatos? —le preguntó Joaquín con escepticismo, acomodándose sus anteojos.

—No es la mejor visión, pero es lo menos que puedo hacer teniendo en cuenta que Fabián y Enrique han trabajado tanto por hacernos publicidad —arguyó Cornelio sin dejar su trabajo.

—Sí, tienes razón —aceptó Joaquín—. No hay que dejar que los de segundo año se lleven toda la gloria, ¿eh?

—Ya lo creo que no —Cornelio rio con ánimo.

—¡Perfecto, el club de ajedrez!

Una voz interrumpió su conversación y de estar los dos jóvenes de espaldas a la puerta principal, dieron vuelta sobre su eje para darle la cara a la entrada, encontrándose con otro chico, de tez bronceada, altura promedio, cabello de un curioso tono cobrizo y cuyos ojos miel los miraba con emoción incontenible, en tanto sostenía su mochila sobre su hombro izquierdo.

—¡Sí, somos del club de ajedrez! ¿Estás interesado? ¿Eres de primero? —quiso saber Cornelio, emocionado también de que al fin alguien mostrara interés en el ajedrez.

—¡Vaya que lo estoy! Y sí, he ingresado este año, pero soy del turno vespertino —informó el joven, amigable.

—Oh, de la tarde —La euforia de los de tercero se vino a pique.

—¿Es algo malo? —El chico de quince años se preocupó—. No me digan que no hay club de ajedrez en la tarde. ¡Demonios! Entonces definitivamente tengo que pedir mi cambio de turno.

—No, no, para el tren, chaval —lo tranquilizó Joaquín, acomodándose sus anteojos otra vez—. Sí que hay club en la tarde, aunque con la graduación pasada han de haber quedado pocos. Toma uno de nuestros volantes, allí está la información del profe Humberto Meza, es el asesor del club para ambos turnos. Él te dará la demás información de tu club.

—Ya veo, gracias, empezaba a preocuparme. Bueno, debo irme, nos estamos viendo. Muero por jugar con ustedes, así que espero que sea posible. Adiós —El joven se despidió y se adentró a las instalaciones escolares.

—¡Qué envidia! —se quejó Cornelio, apesadumbrado—. Los de la tarde tienen nuevo recluta y nosotros todavía no podemos encontrar uno. Es frustrante.

—Enrique dice que la gente llegará a su tiempo, así que seamos pacientes y continuemos con nuestro quehacer.

—Sí, sí.

De esa manera, el dúo de compañeros siguió con su labor de encontrar miembros para el club.

*************

Rogelio Montero y Fabián Cuevas, siendo ambos de segundo año, se hallaban en la sala designada para el club de ajedrez, en paciente espera de que en algún momento alguno de sus colegas entrara con buenas noticias en cuanto al reclutamiento. Rogelio era un chico corto de estatura y pasado en kilos, pero ciertamente muy vigoroso en espíritu; Fabián era más bien delgado, rubio oscuro y de ojos cafés, además de ser el presidente del club. En su primer año allí, Fabián había demostrado gran capacidad de liderazgo además de una seria responsabilidad, por lo que en cuestión de meses, el anterior presidente lo nombró como el vicepresidente y mano derecha, acostumbrándolo a las tareas del club, preparándolo para cuando se graduara, heredándole así el cargo de presidente. No hubo objeción alguna por su acenso, ni siquiera por parte de los mayores, quienes aceptaron su capacidad, así que allí estaba ahora, sentado frente a una de las mesas que había en la sala, jugando un partido amistoso con Rogelio, aunque en realidad sin dejar de pensar en todo el asunto con los nuevos ingresados y la necesidad de miembros para el club.

El Nombre del FracasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora