Vigésima segunda ronda: As vs. As

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Vigésima segunda ronda:

As vs. As

Renata Valdés se limpió las manos en la falda del uniforme por trigésima vez en toda la mañana y volvió a preguntarse si era normal que estuviera tan ansiosa. El día había pasado condenadamente eterno para ella, mucho más que de costumbre y eso ya agregaba mayor cantidad de fastidio a las clases. Pero no podía evitarlo; la realidad era que se hallaba ávida de que dieran el timbre de salida para dirigirse de inmediato al club de ajedrez y ver el partido de Jasiel y Enrique. No se había mostrado así de anhelante ni cuando decidió retomar el deporte, pero esto era totalmente diferente simplemente porque se trataba de Jasiel, la persona a la que admiraba más que a ningún otro y quería ver cuánto había mejorado, quería saber en qué había estado trabajando estos tres años.

Por eso, al momento en que la campana se salida resonó por todo el recinto, la joven se apresuró a guardar sus útiles con una velocidad y desesperación que definitivamente no la caracterizaban, y habría salido de aquella jaula opresora hecha un rayo veloz de no ser porque su amiga Ivonne Nájera la detuvo.

—Hey, Renata, ¿qué tal si nos acompañamos una parte del camino hasta nuestros clubes? —inquirió la muchacha, ilusionada.

La mayoría de las salas designadas a los clubes que no requerían la cancha o el gimnasio estaban todas ubicadas en una misma zona, por lo que la propuesta de Ivonne tenía sentido; además de que ese día ella también iría al suyo de lectura, el que quedaba de pasada yendo al de Renata. Lo que Ivonne intentaba hacer era pasar el mayor tiempo posible con la castaña; dado que no se acompañarían a casa por sus obligaciones extracurriculares, al menos acompañarse hasta su respectivo club era un lindo detalle y Renata lo apreciaba sin duda, mas no ahora. En ese momento no quería distraerse con nada, no quería perder ni un sólo segundo; lo único que quería era correr a la sala de ajedrez y concentrarse de lleno en el partido esperado. Con todo, se oyó decir, neutral:

—Claro, vamos.

Ivonne sonrió feliz, lo que hizo que Renata se sintiera más tranquila; había alegrado a su amiga, así que cualquier retraso que tuviera valdría la pena, ¿no? Como siempre, en lo que caminaban por los pasillos de las instalaciones, las amigas conversaron amenamente de temas varios, siendo Ivonne quien hablaba más, dado que Renata se consideraba ante todo una buena oidora. Llegaron a la sala de lectura, la que aún no abría.

—Vaya, la presidenta se ha tardado un poco en venir —comentó Ivonne mirando la hora en su reloj de muñeca—. Si quieres puedes irte ya, Renata. Yo espero aquí.

La idea le pareció excesivamente llamativa a Valdés, tanto así que por un momento estuvo tentada a aceptarla e irse, pero en lugar de eso volvió a escucharse decir:

—No, si quieres espero aquí contigo hasta que llegue alguien más. Total, ¿qué me cuesta?

—Muchas gracias, Renata.

Ivonne volvió a sonreír con amplitud y con cierto aire de alivio, lo que le dijo a la otra que en realidad su amiga no había querido quedarse sola desde un principio. ¿Entonces para qué le daba la opción de irse y dejarla? Era absurdo. ¿Acaso si se hubiese ido, Ivonne se habría decepcionado? ¿Era alguna clase de prueba para ella? La verdad existían muchas actitudes y acciones de las personas que simplemente le parecían extrañas, desconocidas, ajenas a ella; no llegaba a asimilarlas por completo. Especialmente aquellas que vinieran de personas que disfrutaban la compañía de otros; mas nuevamente, no era culpa de esa gente que ella fuera tan bruta para las relaciones sociales.

En eso, una de las compañeras de Ivonne hizo acto de presencia, justo a tiempo para acompañarla en lo que esperaban a su presidenta, por lo que ya sin sentir ningún tipo de remordimiento, Renata se despidió de su amiga y volvió a tomar su rumbo a su propio club. Al principio caminó calmadamente hasta que cada paso fue acortando el tiempo que existía entre uno y otro, llevándola a correr, demostrando así su afán por llegar de una vez. Se detuvo frente a la puerta del aula correcta, con la respiración jadeante y el corazón latiéndole a mil a pesar de que no supo si se debía a la carrera o a la emoción.

El Nombre del FracasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora