Décima cuarta ronda: Protector y protegida

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Décima cuarta ronda:

Protegido y protegida

Renata caminó hacia la salida de la escuela después de que las clases de aquel martes terminaran. Ivonne había ido a su club de lectura, por lo que esa vez no la acompañaría parte del trayecto a casa, en donde llegaban a un punto donde debían separarse para seguir con su propio destino. Eso sí, su amiga le había insistido a que se inscribiera de una vez a su club antes de que el tiempo se le terminara y Renata sabía que tenía razón; de lo contrario, podría meterse en problemas. Sin embargo, optó por hacerlo después para disgusto de la otra.

Renata admiraba mucho que Ivonne siguiera a su lado y la soportara, ya que reconocía que no tenía la personalidad más fácil de llevar, pro lo que siempre que alguien le tenía tanta paciencia y se esforzaba por comprenderla la hacía muy feliz; agradecía con todo su corazón a todas esas personas que decidían darle una oportunidad en lugar de darla por perdida del todo. También sabía que tenía que mostrar esa gratitud con hechos, pero a veces su carácter indolente la sobrepasaba de una forma que ni ella misma creía.

Atravesó la puerta principal tan concentrada en sus cavilaciones, que no prestó atención al chico que, de pie sobre el amplio y alto borde que rodeaba los jardines frontales de la instalación, esperaba pacientemente, siendo que había salido temprano de sus actividades del club para evitar que la persona a quien deseaba ver se le escapara. No, Renata no se percató de él, pero el joven cobrizo sí que la notó, reconociéndola al instante y al ver que la chica le pasaba de largo, se apresuró a llamarla con potente voz.

—¡Renata, espera!

La aludida se detuvo en lo que giraba sobre su propio eje para encarar al que precisaba de su atención. También lo reconoció de inmediato, siendo su sorpresa tan grande que abrió mucho los ojos y la boca, en lo que algo en su interior se removía inquieto. ¿Qué hacía Jasiel allí, vestido con el mismo uniforme de la escuela? ¿Acaso asistía a ese lugar también?

—¿No dices nada? —inquirió Jasiel bajando de lo que funcionaba como una gran maceta, acercándose a ella al observar que no haría ademán de moverse de donde se había quedado estática—. Al menos no me hagas sentir ridículo y dime que me recuerdas de algo, me conformo con lo que sea.

Renata no pudo evitarlo; en cuanto escuchó nuevamente sus fluidos y relajados comentarios, llenándola de remembranzas bonitas y alegres, fue inevitable que una sonrisa sincera y amplia se apoderara de sus labios.

—Claro que te recuerdo, Jasiel. Es bueno verte —dijo con honestidad, ciertamente feliz de verlo—. ¿Cómo te ha ido?

—Bastante bien —El muchacho devolvió la sonrisa—. Han pasado un montón de cosas estos tres años.

—Imagino que sí —Renta bajó la mirada de pronto sintiéndose incómoda y un inesperado deseo de irse de allí rápidamente la invadió, mas antes de que pudiera excusarse y huir, él tomó la palabra una vez más.

—Ayer vi a Laura, ¿sabes? No tenía idea de que estuvieran tú y ella en la misma prepa hasta que me lo dijo. También me dijo algo que ha estado inquietándome y me gustaría que tú me lo dejaras claro, Renata —Posó sus intensas, brillantes y serias perlas color miel en ella, haciéndola temblar—. ¿Es verdad que dejaste el ajedrez?

Renata desvió su mirada de él, avergonzada. Ahora comprendía por qué esas súbitas ganas de irse; ahora recordaba por qué no se había empeñado en verlo otra vez; ahora entendía por qué aunque estaba contenta de verlo, una parte de ella en realidad nunca quiso estar frente a él de nuevo. No quería enfrentarlo, no quería tener su expresión acusadora sobre ella, tenía miedo de confrontar lo que fuera que tuviera que decirle por su decisión. ¿Pero qué más podía hacer para evitarlo llegados a este punto? Allí estaba él, buscando una respuesta lo que había escuchado de Laura, a quien apreciaba mucho sin duda, pero en momento la consideró una de las peores pestes. ¿Por qué no podía quedarse callada? Si la rizada quería pregonar a los cuatro vientos lo que era de su vida que lo hiciera, pero que dejara en privacidad la suya.

El Nombre del FracasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora