Décima quinta ronda: Primer paso

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Décima quinta ronda:

Primer paso

Renata estaba sentada en el comedor de su casa. Ante sí, sobre la mesa, se hallaba un tablero de ajedrez; aquel que había quedado olvidado en la alta vitrina de la sala, destinado a nada más que acumular polvo desde ese día que saboreó la derrota, cuando decidió no tocar una pieza del juego otra vez. ¿Cómo era entonces que en cuanto terminaron de comer había ido a buscarlo? Las palabras de Jasiel la habían afectado más de lo que imaginaba y no era que le hubiesen abierto los ojos o que le desvelaran algo desconocido, sino que simplemente habían sido lo suficientemente contundentes como para ejercer en ella el deseo de actuar, que era lo que le hacía falta y que curiosamente sólo él parecía ser capaz de lograr.

Había acomodado las treinta y dos piezas como debían, ahora no hacía más que mirarlas sin hacer nada. Tal vez quería jugar, o tal vez no; en realidad no importaba mucho porque de cualquier modo necesitaba a alguien más. Lo pensó por un buen rato antes de alzarse de su asiento e ir a la habitación de su madre, quien veía la televisión. Bárbara se sorprendió un poco de ver a su hija entrar a la recámara y treparse a la cama tamaño king junto a ella. Normalmente a esa hora Renata estaría en su habitación con su laptop viendo sus muñequitos o leyendo, o quizás hasta haciendo tarea, por lo que sumamente extrañada, la mujer dejó de prestar atención a la pantalla para enfocarla en la joven.

—¿Qué hubo? ¿Qué pasó? —le preguntó, curiosa.

Renata terminó de acomodarse bajo las cobijas antes de guardar segundos de silencio, para después preguntar:

—¿Qué piensas de que retome el ajedrez?

Los sentidos de Bárbara se espabilaron por completo y se movió un poco más para darle la cara al perfil de Renata, teniendo el asombro claramente impreso en sus facciones. Después de todo, Bárbara sabía que Renata se había decepcionado mucho por aquella derrota en la primaria y aunque intentó animarla y brindarle su apoyo para que no renunciara al ajedrez, finalmente su hija terminó adoptando una negativa a todo, un rechazo a cualquier consejo; en fin, tomó una actitud por demás exasperante que incluso ella se vio limitada en sus esfuerzos, por lo que con el tiempo desistió en sus intentos por hacerla cambiar de opinión.

Ver que Renata se había convertido en alguien tan negligente y conformista le dolía de muchas maneras, especialmente porque sentía que había cometido un error imperdonable; se arrepintió en innumerables ocasiones de no ser un poco más dura con ella y había veces que hasta las dudad la asaltaban. ¿Estaba siendo una buena madre? ¿Era demasiado permisiva? ¿Que Renata fuera tan indolente no quería decir que ella también lo era en su papel de progenitora? No obstante, pese a que esos pensamientos de pronto cruzaron por su mente, no podía concentrarse sólo en ella y sus temores; Renata la necesitaba en ese momento y esta vez no la dejaría hundirse.

—Creo que es una idea maravillosa, Renata —la animó con una sonrisa que inspiró confianza total—. Sabes que cuentas con todo mi apoyo si decides retomarlo.

—¿Y si vuelvo a fracasar? ¿Y si no cumplo con las expectativas que tengan de mí? —Renata confesó sus miedos en lo que se llevaba las rodillas al pecho y las abrazaba.

—Entonces creo que primero necesitas definir bien tus prioridades —le dijo Bárbara—. A ver, Renata, si decidieras regresar al ajedrez, ¿por qué lo harías? ¿Para satisfacer a otros o para satisfacerte a ti? ¿No lo harías porque te gusta? ¿O es que piensas jugar algo que no te gusta? Hasta donde sé, eso es algo que no harías.

—Ya lo sé, es sólo que supongo que el ajedrez está bien; no creo que me desagrade del todo —Renata pareció meditarlo—. En realidad quiero cambiar un poco mi manera de ser y pensé que el ajedrez me ayudaría.

El Nombre del FracasoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora