•|4|• 𝐌𝐢 𝐅𝐫𝐮𝐭𝐨 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨.

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El Duque Dante estaba dando demasiadas vueltas fuera de la oficina del Emperador, esperándolo con desesperación. Lo qué había visto lo perturbó, él deseaba tanto contarle todo.

—¡Hey! —Reconoció ésa voz, aquella voz que conocía desde que era un niño. —¿Qué hace por aquí? —Preguntó confundido.

Ver a su gran amigo de la infancia lo había desconcertado, ya que éstos se alejaron en cuanto él Duque Dante tuvo a su primogénito con la noble Priscilla.

—Su Majestad. —Intentó hacer una reverencia pero él lo impidió.

—No hace falta que se moleste en seguir este tipo de formalidades, dígame Sovieshu. —Le sonrió.

—Sigue siendo el mismo de antes, al parecer no ha cambiado.

—Veo que en su caso fué todo lo contrario, me imagino que ser padre ocasionó bastantes cambios en su persona. —Rió. —¿A qué se debe su visita?

Un nudo se formó en la garganta del pelirrojo, no sabía como decirle lo que había visto.

—La Emperatriz. —Mencionó con temor.

—Pasó toda la noche en la habitación de su concubino. —Su voz estaba temblorosa. —Mi esposa me contó que la vió entrar a la habitación del Príncipe y que ambos se encerraron. —Mintió.

En cada palabra podía notar como destrozaba al Emperador, y no sólo al Emperador, también a su mejor amigo, el príncipe Sovieshu.

—Me imagino lo mucho que debe doler. —Agachó la cabeza. —Si estuviera en su situación me habría derrumbado por completo saber algo así. —Desvió su mirada.

Él se limitó a sólo quedarse callado, en vez de sentir dolor sentía como su cuerpo poco a poco comenzaba a calentarse, iniciando por sus puños hasta llegar a su cabeza.

—Maldita. —Logró decir después de unos minutos mientras su cuerpo empezó a tambalearse, hacía mucho que no se sentía así de molesto.

No creía a su esposa capaz de desquitarse buscando satisfacción en otro hombre, es más, jamás se imaginó que ella tan siquiera se fijara en alguién más. Al volver al Príncipe Heinrey su amante oficial haría cambiara todo en la relación que tenía con la Emperatriz, pese a que nunca la había visto como algo más que una colega. No quería tener lazos amorosos con ella, pero tampoco deseaba que buscara lo que él no estaba dispuesto a darle en otro hombre.

–¿Cree que todavía siga mi mujer ahí? —Preguntó tratando de controlar su ira.

Dante asintió.

Él no pensó demasiado las cosas y de inmediato comenzó a caminar apresurado, con la mirada fija al frente, iba decidido a la habitación del concubino de su esposa para enfrentarla. Por otro lado, Dante lo seguía pacientemente, sintiendo culpabilidad al haber confesado lo que había visto.

Al llegar al Palacio de la Emperatriz todos los presentes murmuraban todo tipo de cosas tanto hirientes, vulgares e incluso grotescas. Haciendo varias predicciones acerca de lo que pasaría. Después de tanto caminar por fin habían llegado a su destino, él intentó abrir la habitación pero la cerradura tenía seguro.

—Su Majestad. —Lo saludó Mckenna sorprendido.

—Deseo ver a mi esposa; La Emperatriz. —Ordenó con un tono autoritario.

Aquél peliazul asintió, sacó unas llaves de su bolsillo y las colocó en la puerta. Al él girarlas el Emperador sentía como también su vida también estaba girando, dando de vueltas sin rumbo alguno. Al término sacó las llaves y tocó la puerta exactamente 4 veces.

𝐌𝐢 𝐅𝐫𝐮𝐭𝐨 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora