•|6|•𝐌𝐢 𝐅𝐫𝐮𝐭𝐨 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨. (2/3)

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Sabrina estaba apunto de cortar dos mechones del cabello de la Emperatriz mientras la antes mencionada solo se observaba a sí misma en el espejo.

¿Realmente quería complacer a su esposo? ¿Era necesaria su aprobación?

—Deténgase, su Majestad. —Sabrina soltó el cabello de Navier, al parecer ella tampoco quería que la Emperatriz se cortara el cabello.

—¿Por qué, Alteza? ¿Por qué debería detenerme? —Preguntó insistente, muy en el fondo deseaba encontrar razones suficientes para no acatar las órdenes de su marido.

Sabrina levantó la cabeza, tiró las tijeras de plata que tenía en sus manos.

—Sé como era mi padre, yo también presencié como la antigua Emperatriz poco a poco perdió su propia personalidad, al igual que mi madre... No deje que él haga lo mismo que mi padre alguna vez hizo... No pierda la noción de quien es usted realmente, no tiene porque cambiar su apariencia o su personalidad. Él de todos modos nunca estará conforme.

—No te entiendo, Sabrina Vikt... A juzgar por tus palabras parece que en verdad deseas lo mejor para mí, pero tus acciones... Demuestras lo contrario. Pedí que tú fueras quien se encargara de esto porque eres...

—¡Porque no quiero que termine como mi madre o como la madre de Sovieshu! Ambas estuvieron sufriendo durante años, ¿y todo para qué? Para que él muriera, mi madre fuera desterrada y la antigua Emperatriz terminara completamente desquiciada. No quiero eso para usted, tampoco para Sovieshu... Y me niego, no pienso eliminar con mis propias algo que te hace ser tú, algo característico en tí. No eliminaré a la Emperatriz Navier Ellie Trovi.

Sabrina tomó las manos de Navier, inspirándole la suficiente confianza para dejarle en claro que estaba siendo sincera, que no estaba mintiendo y que sus palabras eran reales.

—Pero él... — Murmuró la pelirrubia al recordar con tristeza a Sovieshu, como sus ojos resplandecieron cuando ella había aceptado cumplir su petición, no obstante, también recordó las múltiples ocasiones en las que él se atrevió a compararla con Rashta.

—Emperatriz, si tú no le pones un 'alto' nadie más lo hará. — Dijo Sabrina, y refiriéndose al Emperador.

Después de todo ella muy en el fondo apreciaba a su cuñada al igual que a su hermano menor, al cual siempre quiso en silencio, porque no podía traicionar a su madre. Lady Rosse lo hubiera tomado como una gran ofensa si su única hija se hubiera relacionado con el hijo de la esposa del antiguo Emperador, nunca deseó que su hija y el hijo de la mujer con la que compartía al antiguo Emperador se trataran como hermanos, porque la antigua Emperatriz y la eterna amante del antiguo Emperador siempre serían enemigas por naturaleza. Era algo lógico, fué completamente imposible que pudieran tratarse tan siquiera con algo de respeto por el simple hecho de que una siempre estaba molesta con la sola presencia de la otra, ya que el simple hecho de que compartían al mismo hombre las hacía odiarse. Pero con su cuñada no era lo mismo, a ella la admiraba profundamente pero la avergonzaba por completo admitir algo así.

[...]

Rashta estaba completamente aislada en sus aposentos, la Vizcondesa Verdi era quien se encargaba de cuidar de ella. Habían pasado un par de días desde aquel incidente, los ataques violentos que tenía la peliplateada no eran normales; ella no era normal.

—¿En dónde está Rashta? —Preguntó Sovieshu al entrar a la habitación, por la expresión que tenía en su rostro se hacía notar su gran molestia.

—¡Su Majestad, el salvador de Rashta! —Lo saludó con entusiasmo.

La Vizcondesa salió de la habitación, supuso que el Emperador quería estar a solas con su amante y que su propia presencia estaba de más.

𝐌𝐢 𝐅𝐫𝐮𝐭𝐨 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora