•|2|• 𝐌𝐢 𝐅𝐫𝐮𝐭𝐨 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨.

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Al cabo de varios días la relación de la Emperatriz y el Emperador se fracturaba poco a poco, las veces en las que se solían ver servían para que discutieran de los errores que ambos habían cometido.

—¿Planeas que trate bien a la mujer por la que me remplazaste? — Preguntó indignada.

—No te remplacé con nadie, sólo te pido que no la hagas sentir como escoria cada vez que te topes con ella. —Respondió frustrado. —Rashta ha sufrido bastante durante toda su vida, por primera vez en tanto tiempo puede soñar despierta. Tú naciste con todo, en cuna de oro. Eres hermosa, inteligente y astuta, gracias a ello haz conseguido todo lo que tienes hasta el día de hoy, Rashta al igual tiene muchas virtudes. Pero en el mundo en el que creció no pudo aprovechar de sus dones.

—En pocas palabras, ¿me está culpando de qué Lady Rashta no tuvo la mi suerte? — Sonrió nerviosa. —¿Qué más hará para justificar las actitudes de su amante, su Majestad?

—¡No estoy justificado absolutamente nada! Lo único que quiero es que no te metas con ella, te guste o no... Es mi concubina, Rashta me pertenece y si alguien hace algo que le afecte yo voy a responder por ella.

La Emperatriz se acercó al cuello del Emperador, lo abrazó suavemente y recargó su mentón en su hombro izquierdo.

—Su Majestad... Hablas de tu amante como si se tratase de un objeto . — Dijo con melancolía mientras acariciaba el cabello castaño del Emperador.

—Aléjate, Emperatriz. —Le ordenó, ella inmediatamente lo soltó un tanto confundida. —Supongo que así serán mis concubinas, solo accesorios que decorarán este Palacio.

Parecía ser otra persona, ella estaba atónita mientras escuchaba a su esposo que prácticamente conocía de toda la vida hablar con frialdad.

—Contigo es diferente, tú eres la Emperatriz. Probablemente la nobleza y nuestros súbitos te prefieren a tí antes que a mí. Es ridículo que quiera compararte con una simple amante. Pero una vez más, no porque seas superior tienes el derecho de meterte con lo que me pertenece.

Un silencio realmente incómodo se formó al cabo de que el Emperador terminó de hablar. Ambos se quedarían mirando fijamente, maldiciéndose en silencio.

—Su Majestad. — Saludó una voz aguda al Emperador. Rashta estaba felíz de haberlo encontrado.

¿Qué tan mala suerte tenía que tener la Emperatriz para volverse a topar con ella justo en ese preciso momento? Ambas al mirarse repentinamente habían pensado en lo desafortunadas que eran.

—Retirate Rashta. — Le ordenó sin tan siquiera dirigirle la mirada.

Al llegar al Palacio pensó que todo en su vida cambiaría para bien. Pero ella pensaba que había sido lo contrario. Se sentía encerrada en una prisión, en la cuál no podía ser ella misma. Quién se suponía que era su salvador, la había rescatado para encarcelarla de nuevo. Sólo que esta vez ya no carecería de hambre, si no, de amor.

Decidió obedecerle e irse, tal vez el Emperador había pasado un mal día y no estaba de buen humor. O al menos eso era lo que Rashta quería creer.

—Si no le importa, me voy. Tengo mucho por hacer, el lugar de perder mi valioso tiempo discutiendo con usted. —Dió la media vuelta y unos pocos pasos, pero el Emperador la jaló fuertemente del brazo. Evitando que ésta se fuera.

—No vas a dejarme hablando sólo. Estoy harto de que siempre te vayas.

—Y yo estoy harta de tener que soportarlo. — Quitó la mano del Emperador.

—¿De verdad? Opino lo mismo de tu mal genio. — Cruzó los brazos furioso.

Él ya lo veía venir, sus celos aumentaban más y más al escuchar a la nobleza que hablaba del príncipe encantador del Reino Occidental que había mandado varios obsequios a la Emperatriz. Ella había quitado de su amor por el Emperador y se lo habría destinado al Príncipe Heinrey.

𝐌𝐢 𝐅𝐫𝐮𝐭𝐨 𝐏𝐫𝐨𝐡𝐢𝐛𝐢𝐝𝐨. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora