Tomeo debía ingresar a trabajar todos los días a las 10 am. Como encargado de la vajilla del restaurante estaban entre sus responsabilidades el revisarla, lavarla y secarla antes de ponerla a disposición de los cocineros, y al finalizar el día verificar que no esté rajada, quebrada y guardarla limpia. Esa mañana llegó más temprano de lo acostumbrado porque debía hacer un inventario sobre el menaje, tanto el que estaba en uso como el que tenían de reserva y que estaba depositado en el almacén donde se encontraba la habitación de Shiro. Eran las 7 am cuando Tomeo estaba golpeando la puerta de acceso para empleados, pero quien debía estar haciendo la tarea de limpieza del local no se acercaba a abrirle. Recordando que ante cualquier eventualidad los dueños del restaurante dejaban escondida debajo del macetero que había a un costado de esa entrada una llave que abría la puerta, la tomó para ingresar al recinto. Por la hora suponía que Shiro estaría limpiando el salón comedor, pero las luces estaban apagadas y no había señales de que alguien hubiera estado ocupado trabajando en el local.
El teléfono fijo del restaurante, al que los clientes llamaban para hacer reservaciones o algún pedido de comida, empezó a sonar. Cuando Tomeo descolgó el auricular para contestar la llamada vio que habían intentado comunicarse a ese número varias veces desde las 5:30 am. Al contestar la llamada escuchó la voz de un hombre que preguntó por Shiro. Tomeo le indicó que no se encontraba, que de seguro estaba aún ocupado en su trabajo de reparto de periódicos, pero el hombre en el otro extremo de la línea le indicó que él era el encargado de la distribución de los periódicos y que Shiro no llegó a trabajar, algo que no lo tenía molesto, sino preocupado porque en nueve años de trabajo era la primera vez que faltaba y temía que le haya sucedido algo. Esa llamada disparó las alertas en Tomeo y tras colgar corrió hacia la habitación de su amigo.
Al entrar al almacén y caminar hacia la puerta del cuarto en donde dormía Shiro pudo percibir un nauseabundo olor. Por fortuna la cerradura giró y pudo ingresar a la habitación, encontrando una escena preocupante. Shiro yacía tirado en el piso, temblando, con un gran charco de vómito a su lado y con los pantalones sucios por haber defecado en ellos. Aguantando el desagradable olor se acercó y pudo darse cuenta que su amigo estaba volando en fiebre. Fue al baño para traer unas toallas con las cuales pudiera limpiar su rostro y refrescarlo, logrando que Shiro recuperara la consciencia. Al preguntarle qué le había sucedido, el muy enfermo Shiro solo pudo decir: «Dra. Kazumi Shimizu, Hospital Internacional San Lucas». Tomeo entendió que la condición de su amigo era muy grave, por lo que le pidió mantenerse fuerte por un poco más de tiempo mientras iba en busca de esa médica.
Con un semblante más deprimente de cuando vivía con sus padres y hermana, llegó Kazumi a su turno matutino en el hospital. Eran las 6 am, había llegado dos horas antes. La tristeza y los pensamientos que ella solita creaba sobre los mil y un motivos que pudo tener Shiro para dejarla plantada, los cuales siempre partían de la idea de que ella era poca mujer o una inadecuada para cualquier hombre, la hicieron abandonar pronto la cama y buscar ocupar la mente en algo que alejara de ella esas ideas que le hacían daño. Al tener tiempo de sobra para iniciar su día se fue a la cafetería para beber un café y obligarse a comer algo, ya que el apetito se había ido junto con sus ilusiones. Al encontrarse con uno de sus colegas que también buscaba un café para tener la suficiente energía para terminar su jornada nocturna, Kazumi se entretuvo conversando con él sobre los avances que habían obtenido en el trabajo de analizar un fármaco que aparentemente ayudaría como la quimioterapia, pero con menos efectos secundarios, a los pacientes con leucemia en etapa avanzada. Tras conversar por más de cuarenta minutos y tener que volver su colega a la sala de emergencias, la médica se dirigió hacia su consultorio para hacer tiempo hasta que comience su turno.
Tomeo había empezado a correr desesperado hacia la avenida principal para tratar de conseguir un taxi que lo llevara al hospital. Al principio intentó cargar a Shiro para trasladarlo al nosocomio en donde trabajaba su amiga médica, pero este era mucho más alto y pesado que él, por lo que no podía cargarlo sin hacer que el enfermo se queje por un agudo y potente dolor que no le permitía mover la pierna derecha. Por lo apurado que iba se chocó involuntariamente con un grupo de hombres de Aihara san, el yakuza que gobernaba Kabukicho, quienes lo reconocieron y al verlo tan nervioso le preguntaron por lo que sucedía. El asistente de cocina les dijo que debía llegar pronto al Hospital Internacional San Lucas. Su semblante decía todo lo preocupado que estaba, así que esos hombres lo ayudaron a tomar un taxi y pagaron la carrera hacia donde le apremiaba llegar.
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El amante perdido
RomanceKazumi y Shiro eran unos adolescentes cuando por azares del destino se dejaron de ver. Cuando se volvieron a encontrar, ella era una mujer de 23 años, una médica exitosa, pero con muy baja autoestima al tener una familia que solo le ofrecía palabras...