Capítulo 4

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Ninguno de los amigos quería dejar el abrazo. Kazumi se sentía muy segura, como nunca se había percibido, y Shiro amaba el poder ser fuente de tranquilidad para ella, así como por diez años el recuerdo de la bonita niña de sonrisa pura lo fue para él. Tras unos buenos minutos con sus cuerpos pegados, con sus brazos sujetando el uno al otro, la médica cayó en la cuenta que por más amigo que considerara a Shiro, él ya no era un adolescente y ella una niña. Ambos habían crecido, madurado sus cuerpos, y que estén sentados sobre el pavimento de la calle, abrazados, no era muy apropiado, además que en cualquier momento alguien más podría llegar e intentar atacarlos nuevamente, así que se obligó a alejarse del pecho de su amigo.

- Ha pasado mucho tiempo, Shiro kun –soltó Kazumi para con esas palabras buscar la dorada mirada de su amigo. En japonés se usan ciertas palabras para determinar el respeto o aproximación que se tiene a la persona que nos dirigimos. Si a quien conoces le quieres decir señor, señora, señorita o joven, usas "san" después del nombre o apellido; si es una mujer joven o un niño a quien quieres hablar con cariño, usas el "chan", y si es un joven a quien le tienes confianza o cariño, usas el "kun", como Kazumi lo hizo con Shiro.

- Diez años. Ya no eres más una bonita e inteligente niña –la mirada que él le daba era algo nuevo para ella. Nunca antes la habían contemplado de esa manera. Le gustaba la sensación que despertaba en ella ser fijamente observada, pero también la ponía un poco nerviosa al no saber qué le quería decía con esa intensa mirada su amigo.

- Ahora soy una médica, Shiro kun –a él le encantaba escucharla pronunciar su hombre. Le daban ganas de cerrar los ojos y deleitarse con ese hermoso sonido que era su voz, una que no había cambiado mucho.

- Qué orgulloso me siento de ti, Kazumi chan. Siempre fuiste tan atenta y servicial, además de inteligente y hábil. No dudo que debes ser una médica muy buena y amable con los pacientes –Shiro se forzaba a razonar correctamente mientras seguían sentados en medio de la calle. Había esperado mucho tiempo para volverla a ver, y ahora que la tenía enfrente, se tenía que morder la lengua para no empezar a decirle todo lo que guardaba en su corazón para ella, ya que no quería asustarla, más aún después del cobarde ataque que había sufrido.

- Gracias. Y tú, además de cálido y dulce, ahora eres valiente y colaborador. Eres todo un héroe, Shiro kun –él bajó la mirada y sonrió muy emocionado, tratando de ocultar su expresión de felicidad al escuchar todos los halagos que le entregaba. La respiración la tenía muy agitada, sentía que el corazón se le saldría del pecho por como estaba latiendo. Ese era el efecto que solo Kazumi podía producir en él. Al bajar la mirada reaccionó al recordar que debían pararse e ir a un lugar más seguro para ella.

- Vamos, Kazumi chan –y la ayudó a levantarse-. Es mejor que nos vayamos a otro lugar donde podamos conversar –dijo esperando poder hacerlo y que no deba irse pronto-, ¿o acaso debes ir a trabajar o tienes un compromiso? –preguntó al notar el vestido que lucía, deseando que pudiera quedarse con él.

- Mi turno en el hospital ya terminó –en eso ella recordó las últimas palabras que le lanzó Suki, echándola de la recepción de su boda y diciéndole que no era su hermana. Eso la puso triste, y él lo notó de inmediato.

- ¿Sucede algo, Kazumi chan? –preguntó Shiro preocupado y esperando no ser inoportuno.

- Shiro kun, no tengo que trabajar, pero tampoco quiero ir a estar sola en mi apartamento, ¿tienes tiempo para conversar un rato? –preguntó con tristeza-. Recuerdo que platicar contigo me animaba mucho, y ahora necesito que me brindes tu calor y dulzura, querido amigo.

El amigo, que ahora era un apuesto hombre de veintisiete años, que estaba aún más alto de lo que recordaba al haber llegado al 1.86 m, altura que sobrepasaba por mucho la estatura promedio de los japoneses; que lucía un cuerpo delgado, pero bien definido, con músculos marcados; con un porte varonil que dejó atrás al muchacho de diecisiete años que no volvió a ver solo porque no pudo dar con su paradero al no ubicarlo en la última dirección en donde supuestamente viviría. Shiro ya era todo un hombre, uno muy atractivo, aunque tuviera un aspecto muy desaliñado por la ropa y calzado gastados que llevaba y por no peinar su cabello de una manera más prolija. Él no respondió con palabras al pedido de Kazumi, solo la tomó de la mano y la condujo por los negocios de comida y bares que aún estaban cerrados hacia una calle más amplia, en la cual había un restaurante de mejor aspecto que estaba a punto de ofrecer sus servicios de cena al dar las 6 pm.

El amante perdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora