Prólogo.

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Mi cabeza daba vueltas dentro de una bolsa azúl. No veía quienes estaban rodeándome pero sabía que el pánico era presente, haciendo palpitar mi corazón una y otra vez.

No podía respirar bien. Ese sabor extraño a metal estaba en mi paladar y en toda mi boca. El rostro me dolía como no tenía ni idea, las manos igual y todo el cuerpo. Las piernas no las sentía y mis ojos se cerraban sin siquiera intentarlo.

Luego, de un momento a otro, me ahogaba en el agua con esa bolsa en mi cabeza. Estaba apretada en mi cuello y era lo que más dolía. La desesperación por querer salir de allí era inmensa, pero una presión en mi nuca no me dejaba hacerlo.

Entonces supe que estaba acabado.

Volví a aquel asiento para nada cómodo y después de un breve silencio y oscuridad, una luz se prendió en toda mi cara. Era molesta, pero la esperanza de poder salir de allí también estaba presente.

Luego, entre la bolsa azúl transparente, veía a tres señores, uno en la derecha, otro en la izquierda y otro enmedio de los dos. Este me veía mientras ladeaba su cabeza. No podía verles la cara, todo era muy perdido y no me sentía completamente consciente.

---- Sigo preguntándome por qué carajos sigue vivo. ---- preguntó el señor serio, con su voz totalmente grave.

---- No ha dicho nada, señor. Usted nos pidió que hablara de alguna forma o la otra, pero de todos modos, sigue negándolo. ---- con confianza y firmeza dijo uno de ellos, no sabía cuál porque no pude distinguir qué labios se movían.

El del medio prendió un cigarro entre sus labios, y el encendedor me lo tiró a la cabeza, no sabía si fue mi piel por lo sensible que era o por el material de esa cosa dura.

---- Así que, ¿no dirás nada? ---- aquella voz que por un momento se escuchó relajante se acercó a mí. No podía reconocerla ----. Bien, entoces, mátalo hasta que no respire ni un poco de aire. ---- ordenó con su voz molesta.

Y antes de que se fuera, sentí una quemadura muy desgarradora en mi pierna, era como un infierno en mi piel y no tuve de otra que simplemente gritar. No tenía cómo defenderme, mis manos estaban atadas, mis pies igual y la escapatoria era lo que menos tenía.

Él se alejó a algún lugar de la oscuridad, y cuando me di cuenta, un hombre de traje negro levantó su hacha y lo último que vi, fue esta, muy cerca de mí.

Las palabras se repetían en mi mente:

"Mátalo".

"Mátalo hasta que no respire ni un poco de aire".

El miedo fue lo principal. Y aunque no me dejaba aceptarlo, tenía que hacerlo.

Yo estaba muerto.

𝐀𝐦𝐧𝐞𝐬𝐢𝐚 𝐃𝐢𝐬𝐨𝐜𝐢𝐚𝐭𝐢𝐯𝐚. [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora