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ANAHÍ

Después de lo que había pasado, no me podía quedar más a su lado así que, con una enorme y pesada maleta tras de mí, corrí calle abajo todo lo rápido que pude para poder llegar a la estación de trenes que me alejase de allí y de él para siempre.

Tres años, cinco meses, dos semanas y tres días había malgastado al lado de aquel horrible hombre que lo único que quería de mi era que fuese su fábrica de bebés, su hoyo caliente en el que me meterla cuando le diese la gana y una sirvienta que le tuviese hecha la comida cada día, la casa impoluta y aun así sonriese feliz de cumplirle sus estúpidos y trogloditas deseos.

— Un billete a Dretroit, el próximo que tenga. Por favor.

Me daba igual parecer desesperada, en el fondo lo estaba.

— Queda un billete para el siguiente tren pero, señorita, desde aquí tardará casi diez horas y tendrá que hacer transbordo en Chicago, lo sabe ¿verdad? Quizá le saliese mejor ir al aeropuerto y coger un vuelo. Los hay directos.

Negué con la cabeza, parece que estaba intentando no venderme el maldito billete.

— Está bien así, de verdad. Deme ese billete, gracias por la alternativa.

«Si quisiese un estúpido avión, habría ido directa al aeropuerto», pensé cuando me alejaba del mostrador, dejando al vendedor vaguear un poco más. Miré mi reloj y después la hora en la que salía tren, y comencé a correr de nuevo porque el andén que me había tocado era el último y solo quedaban quince minutos para que saliese camino a Chicago. Y no me iba a quedar ni un maldito segundo más en la estúpida ciudad de Champaign, no si podía impedirlo.

Diez minutos y muchas gotas de sudor resbalándome por la frente y la espalda después, subí al vagón que me había tocado, el más lejano a la estación también, como siempre. Dejé la maleta en el ridículo espacio que había destinado a ello y busqué mi asiento sintiéndome más cansada que nunca. Cuando lo encontré me senté y di gracias porque la persona que había sentada a mi lado fuese una chica joven que estaba más pendiente de ganar me gustas en su última publicación de Instagram que a quién se sentaba al lado y dónde se dirigía. Suspiré aliviada cuando el tren comenzó a moverse y decidí descansar un poco los ojos cuando, pasados unos minutos, los sentí pesados. Seguramente por el esfuerzo de recoger todas mis cosas e irme de ese infierno de casa lo más rápido posible.

No es que me hubiese escapado, mi ahora ex novio sabía perfectamente que me estaba yendo, que lo nuestro había terminado. Habíamos tenido una acalorada discusión de más de una hora sobre cómo veía cada uno su futuro, cuando el cerebro me había hecho «click», me había dado cuenta que estaba con un misógino controlador que al único que quería era a él mismo.

Cuando abrí los ojos de nuevo, quedaban solo quince minutos para llegar a Chicago. Volví a suspirar, moviéndome en mi asiento y girándome hacía la ventana. Todavía me quedaban cinco horas de tren, de Chicago a Detroit, más el tiempo que tuviese de traslado desde un tren a otro. Me mordí el labio inferior y miré como el paisaje cambiaba según nos acercábamos al destino. Había estado miles de veces en Chicago, con mis padres, con mis amigas... Me encantaba perderme por sus calles, comer sus pizzas típicas que parecían ser más pasteles por su tamaño, viajar en metro, su acuario, los paseos en barco por sus canales... Sonreí, irónica. Nunca había ido a Chicago con Dylan. Jamás, en esos tres años, había sentido el impulso de ir a mi ciudad favorita con él y ahora entendía por qué. No quería compartir con ese imbécil algo que me encanta, no quería que me estropease eso también. Casi solté una carcajada al abrir los ojos de esa manera, ¿cuántas cosas más habría pasado por alto a lo largo de ese tiempo?

IrresistibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora