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ANAHÍ

Alfonso tenía razón. Matt no sabe redistribuir a sus chicos ni sacar todo el potencial que tienen. Se le ve perdido y cabreado a partes iguales por el mismo motivo. Cuando Gilson estaba en el equipo, Matt se había sentido más seguro y, ¡por favor!, si parecía que había envejecido diez años y no hacía ni uno que lo vi por última vez. Los chicos habían terminado ganando, pero el resultado había estado muy igualado durante todo el tiempo y el partido había sido una auténtica locura.

Mi hermano claramente estaba cabreado, porque no había jugado donde él solía hacerlo sino que Simon había sido el que había ocupado su lugar, y se le había visto igual de perdido que al resto del equipo ¿De verdad Matt no se daba cuenta de cuanto la estaba liando? Intenté animar a Chis con alguna frase chorra pero nada de lo que decía le hacía cambiar la cara larga con la que había salido de la pista. Alfonso, en cambio, me había sonreído en un par de ocasiones, cuando había patinado cerca de mi butaca y yo me había puesto tan nerviosa como una quinceañera cuando le daba un beso el chico que le gustaba.

— Lo habéis hecho genial, chicos —dije cuando el pitido final había sonado.

Jared, Eros y Alfonso me habían sonreído levemente, dándome las gracias en silencio por los ánimos, pero Chris ni siquiera había levantado la cabeza. Habían salido todos hacia el vestuario como si los que hubiesen perdido hubiesen sido ellos y a mi se me paró un poco el corazón al ver a todos mis chicos tan desesperanzados.

Tenía que hacer algo pero qué.

Salieron todos ya duchados y cambiados casi una hora después, algunos tenían mejor cara, seguramente porque Austin y Ben habían estado haciendo de las suyas para levantar los ánimos a todo el equipo. Me acerqué tan rápido como pude y abracé a Chris cuando lo encontré.

— Has estado genial, hermanito. Es una auténtica pena que Matt esté tan perdido con vosotros.

— Gracias —suspiró— ¿Te vienes a cenar con nosotros? Estoy cabreado pero hemos ganado y cualquier victoria merece una celebración.

— ¡Eso es! —exclamó Austin, pasando su brazo por mis hombros— ¿Cómo estás, Annie? Hacía siglos que no venías a vernos ¿Qué hay en Champaign que te tenga tan ocupada?

— En realidad, nada —reí, apoyándome en él—. Bueno, ¿me vais a llevar a divertirme o tengo que sacar los pañuelos?

— Tus deseos son órdenes —me canturreó Eros, tan meloso como siempre, mientras atrapaba mi mano y me dejaba ahí un dulce beso—, amore mio.

Llegamos al bar media hora después, cuando mi estómago empezaba a quejarse y pedía comida a gritos. Alfonso se dio cuenta, porque le escuché soltar una risita mientras me miraba divertido. Nos sentamos todos en una mesa, al fondo del local, y pedimos cada uno una hamburguesa.

— Yo quiero el doble de patatas —exclamé, mirando al camarero antes de que se fuese.

— ¿Estás segura que podrás comerte todo? —me preguntó Alfonso en un susurro, sonriendo de lado.

— Tengo buen apetito —me acerqué un poco a él y le susurré de forma seductora sin poder controlarme—. Y estoy hambrienta, muy —lo recorrí con la mirada y sonreí dulcemente— hambrienta.

Sentí como tragaba saliva y cómo sus ojos se movieron por toda la mesa, como asegurándose que nadie estuviese mirando o como buscando una salida. Yo simplemente me llevé un mechón detrás de la oreja y solté una pequeña risita mientras miraba a Eros, que estaba frente a mi, distraído mientras miraba el teléfono.

— Vaya —exclamé, llamando su atención—. Y yo que pensaba que me ibas a entretener durante la cena —Eros sonrió, guardando su teléfono—. Tantos meses fuera y me ignoras —dramaticé, haciendo que Eros soltase una carcajada y Alfonso nos mirase curioso.

IrresistibleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora