9. Verdades a medias.

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Jedward no daba abasto con todo lo que escuchaba de ese pequeño ser. Ya se estaba volviendo loco, sí, sin duda alguna. Esa niña no le había dicho su nombre, sin embargo, no podía dejar de verla por el parecido que tenía con su primer amor.

— ¿Quiere que haga algo por usted? —preguntó su chofer, y él sacudió la cabeza—. ¿Señor?

— Espera un momento, porque esta niña es una estafadora —siseó—. Voy a dejarte aquí, vas a morir.

— ¡¿Cómo que vas a dejarme morir aquí?! —la niña gritó abriendo los brazos—. ¡Ya vi el número de placa de tu auto! ¡Le diré a mi abuelo que te meta en prisión por secuestro!

—¡Cálmate, engendro del demonio! —gritó sin poder evitarlo, y la niña hizo un puchero como si fuera a llorar—. Espera, espera —se agachó a su altura—. No lo dije de mal modo, es que los gritos no son lo mío y más de personas tan chiquitas. Ten por seguro de que posiblemente encontraré a tu madre, pero no grites más.

— ¿Tienes mucho dinero? —el rostro de la pequeña cambió por completo—. Es que ese traje se ve que es caro, mi mamá dice que yo tengo una cámara en mi cabeza, igual que mi papá.

— Vaya, eso es igual a lo que tengo también —se quedó unos segundos en silencio, mirando bien el rostro de la pequeña—. ¿Cuántos años tienes?

— Cumplí cinco años —levantó la mano y le mostró los dedos—. Tú eres muy guapo, yo también lo soy porque saqué la belleza de mi mamá, pero mi papá no me quiere.

— ¿Por qué no te quiere? —frunció el ceño, sin entender—. ¿Quién es?

— Un hombre tacaño, igual que tú —Jasha arrugó la nariz—. ¿Tú me llevarás con mi mamá?

— ¿Cómo te llevaré con ella si tú no me dices el nombre? —Jedward se estaba enojando con ella—. Escucha, no tengo todo el día para este tipo de cosas. Te llevaré a la cabina de seguridad de este sitio...

— Ven, no me sueltes o en verdad diré que me secuestraste.

Jedward miró a ese engendro del demonio, era una niña de cinco años. Podía con eso, joder. Es que le daba cosita tener que llevarla de la mano como si nada. Temía que Dasha o Jadiel los vieran caminar de ese modo por el centro comercial, no obstante, lo dejó pasar.

— ¿Tienes hijos así de bonitos como yo? —preguntó Jasha, rompiendo el silencio—. Digo, con eso, de que te ves millonario. ¿En qué trabajas?

— Soy arquitecto —respondió con sinceridad—. Me gusta.

— Mi mamá es decoradora de interiores y también arquitecta —respondió feliz—. Estudió arquitectura del paisaje.

— ¿Qué?

— Es para que le des trabajo, viejo tacaño...

Jedward iba a responderle algo a esa pequeña, pero su celular comenzó a vibrar en el bolsillo de su pantalón, algo que lo puso en alerta. Tenía mucho trabajo por hacer y no podía seguir perdiendo el tiempo.

— ¿Debes irte? —preguntó Jasha, haciéndole un puchero—. ¿No me vas a esperar hasta que llegue mi mamá?

— No puedo hacer eso ahora —masculló apretando el puente de su nariz, mostrándose algo enojado—. Te dejaré con las personas a cargo de este sitio, porque en verdad creo que ya estoy loco.

En cuanto llegaron con la seguridad del centro comercial, estos le hicieron preguntas acerca de lo que había ocurrido, y para su buena suerte, se les informó que un grupo de personas ya estaban buscando a esa niña.

— Gracias por traerme, viejo tacaño —dijo Jasha—. Espero que seas feliz, pero que des dinero. En la vida no se puede estar todo el tiempo sin gastar en los otros.

Ámame otra vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora