|Capítulo 33|

367 59 6
                                    

Rompiendo el contacto visual entre el caballero rojo y yo, Lord Alfilley me guio hasta la reina, que tomaba vino de una copa junto a su esposo, Reynold. Se veía radiante, y con ese carisma que dejaba embelesado a cualquiera, era de admirar. En cambio, la reina tenía puesta su mirada en otra persona, no pude ver a quién, pero se veía irritada por la habladuría de su esposo y un hombre de buen traje, con corona, que se encontraba con ellos.

—Venga, sus altezas la esperan —caminé entre la gran multitud junto a Lord Alfilley para unirme a sus majestades. Acercándonos a ellos, terminando por subir unas pequeñas escaleras, al piso donde se hallaban sentados conversando, mi acompañante me obligó a inclinarme con elegancia, así como él—. Majestades.

—Hermano, sabes que no hay necesidad de tanta formalidad —dijo Reynold, sonriente.

—Es una obligación mostrar respetos ante los soberanos de estas tierras.

—Siempre tan terco... —suspiró cansado, tomando su copa.

—Estoy de acuerdo con nuestro rey, no hay necesidad, cuñado.

—Yo no lo veo apropiado, mi reina. No cuando ustedes son los gobernantes de esta Monarquía.

—¡Suficiente de tanta habladuría absurda! Tenemos a dos de nuestros invitados al frente de nosotros, no queremos incomodarlos con esta discusión tan tonta —dijo Reynold.

—¡Oh, es cierto! Alice, ven aquí, párate a mi lado —exclamó la reina un poco avergonzada, con una sonrisa que dudé que fuera completamente real.

Obedecí a la reina que lucía un hermoso vestido rojo, largo y llamativo de baile, con pedrería preciosa, rubíes y diamantes. Su cabello rojizo amarrado en un moño fue adornado con una pequeña tiara de cobre, con pequeños rubíes.

Reynold alzó una ceja un tanto confundido, era posible que por cómo me llamo su esposa.

—Carmine, ¿le cambiaste el nombre a... ?

—¡Alice! ¡Sé lo cambié a Alice! —contestó.

—Ohh, bien... —dijo, bebiendo de su copa.

—Alice, déjame presentarte a uno de nuestros invitados, el rey Andrew, al que llaman "Andrew".

Abrí mis ojos estupefacta al tener al mismo hombre que me encontré en aquella torre, del castillo de los soberanos que dormían en un profundo sueño; así como esa bella princesa.

—Es un placer, Lady Alice.

—Lástima que no pueda decir lo mismo, Lord Andrew —desvié la mirada con desagrado.

—¿Pero qué osadía es esa niña? ¿Así te presentas a un rey que merece todo el respeto? —exclamó sorprendida por mi mal comportamiento.

Él no merecía tal respeto, no después de ultrajar a una mujer que no estuvo consciente al momento de ser penetrada por ese hombre que consideraba un sin vergüenza.

El muy desgraciado sonrió sin pena, incluso soltó una pequeña risa que no pude comprender.

—Está bien, reina Carmine, no considero que sea una osadía de su parte. De hecho, lady Alice y yo nos conocimos un tiempo atrás, aunque no fue en un buen momento, es probable que después de conocernos en ese infortunio momento ella no me ve como un buen hombre.

—¿Pero quién no pensaría que es un buen hombre, Su Majestad? ¿Y por qué? —exclamó horrorizada.

«Claro que yo» pensé.

—Es algo sin mucha importancia, mi lady. Me gustaría hablar un momento en privado con su dama de compañía, si no les molesta.

Ambos soberanos asintieron dándole autorización. Me dejé guiar por el Rey Andrew al otro extremo del baile, ya alejados, mientras caminábamos Su Majestad me tomó del brazo con un poco de fuerza.

Cuento Retorcido © [#PGP2024]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora