|Capítulo 39|

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El canto de los pájaros mientras volaba por los aires era realmente hermoso, aunque yo no tuviera ese privilegio de desplegar mis alas y volar como esas lindas criaturas, las envidiaba por ser libres y volar con los suyos; muy felices.

Yo andaba con los pies en la tierra, en una tierra que desconocía y si era otra dimensión que Dios se apiadara de mí si no escapaba de él, ¿Qué era lo que me esperaba si no regresaba al mundo real?, si es que era el real, ¿No volvería a ver a mis seres queridos?, ¿Qué haría en un mundo donde no tenía nada?

—Querida, Lacie —la encantadora voz de Reynold fue música para mis oídos deshaciendo mis pensamientos. Volteé mi mirada topándome con la suya caminando en mi dirección—. ¿Puedo sentarme?

—¡Pues, claro! —exclamé con sorpresa. Sus labios formaron una sonrisa ante mi respuesta sentándose a mi lado.

—¿Te sientes bien?

—Oh. Eso creo, Su Majestad... ¡Reynold! —corregí.

—Tranquila, mi esposa no está cerca. Puedes llamarme por mi nombre, y yo por el tuyo con toda confianza.

Reynold me impresionaba, ¿Cómo era posible que un hombre con una bella esencia y espíritu estuviera casado con Carmine?, ¿Acaso no había más mujeres en el mundo?

No negaba que Carmine fuera hermosa, tenía buenos atributos un bello rostro, cualquier hombre se podía sentir cautivado por la Reina De Corazones. Pero su comportamiento dejaba mucho que decir, ningún hombre podría aguantarla tanto tiempo como Reynold; él sin dunda la amaba.

—¿Reynold?, ¿Tú amas de verdad a Carmine? —mi pregunta pareció causarle impacto.

El suspiro que soltó a continuación me confirmo que mis sospechas estaban en lo cierto.

—Nadie me hizo tal pregunta. Ni siquiera mi hermano.

—¿Entonces tú no la amas?

—¡Por supuesto que la amo! —soltó subiendo el tono, sorprendiéndome un poco. La expresión que puso me dio a entender que estaba apenado—. Lo siento, no quise decirlo así.

—Está bien, a veces se puede llegar a perder el control.

—Realmente no fue mi intención. Es que... sí, pierdo el control sin darme cuenta... ¡Y no me gusta herir a nadie!

—Oye, tranquilo —posé una de mis manos encima de las suyas para calmarlo—. Comprendo esa sensación y a pesar del poco tiempo que nos hemos estado conociendo puedo notar que eres un hombre maravilloso.

—¿Eso piensas de mí, Lacie? —un brillo en sus ojos apareció cautivado por mis palabras.

—Sí. ¿Tú no lo crees?

Su mirada se posó en la mano que se encontraba encima de las suyas. Noté que dudaba de sus habilidades y capacidad de gobernar, de ser el hombre que yo creía que era, ¿Pero por qué dudaba?, ¿Acaso no era así?, ¿No creía en ser un buen hombre?

—Siempre lo he creído, Lacie. Aunque no del mismo modo de la que me describes con ilusión, tus palabras llegaron a mi corazón.

—Personas como tú hacen falta en este mundo. Por eso me gustaría entender... —no pude terminar la frase, no tuve el valor para decirle que merecía algo mejor.

—¿Entender qué?

—¡Ya sé me olvidó! —mentí, colocando un dedo índice en mis labios avergonzada.

—Que graciosa eres —rio—. Vamos, quiero enseñarte los corredores. Mi hermano me comentó que te perdiste, otra vez.

Nos encaminamos a los corredores en los que me perdí, yo no veía diferencia, todos eran iguales. Reynold me mostró la forma más fácil de saber en dónde estaba, señalando lo que encontrara de diferente en los amplios pasillos memorizando el nombre del lugar, la verdad fue más sencillo. Hubiera tenido más tiempo de mostrarme el lugar de no ser porque nos entretuvimos burlándonos de las pequeñas estatuas.

Cuento Retorcido © [#PGP2024]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora