|Capítulo 30|

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Durante todo el camino, lo único que se escuchaba eran las pisadas de los caballos, galopando, llevando a sus jinetes en sus lomos, Su Majestad ofreció llevarme en su caballo, ya que los demás hombres no me daban seguridad, ni me sentía cómoda con ellos, mucho menos Merlot; pues él no propuso llevarme en su caballo.

Ya no podía negarlo, me atraía, y me desesperaba que fuera un patán cuando no estaba de humor.

Aún más, esas miradas de recelo hacia Reynold, que luego se posaban en mí con gran disgusto, me cansaban, y a la vez me generaba ansiedad.

—¿Estás bien allí atrás, Lacie? —preguntó el Rey de Corazones.

—Ehh, sí, Reynold —logré decir, observando a Merlot, quién no apartaba la mirada de mí, como un perro celoso.

—Sujeta bien mi cintura, no quiero que te caigas —demandó el Rey.

—Sí, Reynold —sonreí al ver como Merlot fijaba sus ojos en mis manos y brazos, rodeando la cintura de Su Majestad con delicadeza y sin ningún problema.

Él giró su rostro al frente con enojo para dejar de verme, adelantándose con su caballo.

—¡Tropa! ¡A moverse! ¡Y vigilen bien a los prisioneros! —gritó.

—¡Sí, General! —gritaron los demás.

Mi mirada no se podía apartar de la espalda de Merlot, me causaba tanta intriga ese hombre, tanta curiosidad, así como por saber qué era lo que ocultaba tras ese yelmo de hierro.

—El General, es un hombre dedicado a su trabajo, pero a veces abusa de su poder, y también de lo que le da mi esposa... —dijo serio, con su mirada al frente. Aunque en sus ojos pude notar un poco de tristeza, y rabia.

—Ella le da mucha autoridad, ¿no es así?

—Es más que eso.

No entendía a lo que se refería, yo era tan inocente, ingenua, y menos pensaba con un poco de malicia, era muy distraída, y antiparabólica.

—Mi esposa confía plenamente en él, no sé por qué, pero a mí jamás me ha agradado en lo absoluto.

Por un momento pensé el porqué, pero tampoco quería hacerme tantas ideas, y pensar en ello.

—¿Alguna vez se ha quitado el yelmo... ?

Soltó una pequeña risa.

—Sólo cuando mi esposa se lo pide.

—Entonces sólo sigue ordenes de la Reina.

—Es porque es la Reina, es a la que le sirve, nuestra Sra. Reina de Corazones.

—¿Cómo es su esposa? —pregunté con curiosidad.

—Es muy hermosa, tal cual, como una Reina, espero que sea comprensiva contigo, que te conceda el perdón, y sean grandes amigas. Es más, creo que ya acabo de encontrar la solución para ti, y para mí esposa, serás el regalo perfecto.

—¿Yo? ¿Un regalo?

Su Majestad rio, sin explicarme exactamente en lo que ideó.

—Ya verás, cuando lleguemos al palacio.

Sentí que llevábamos más de dos horas sentados en los caballos, tenía sed, y mi trasero dolía de tanto estar sentada. Pinocho me daba miradas de cansancio, preocupación y aburrimiento, acostado como un saco de papas en el caballo de uno de los caballeros, así como Espejito.

—¿Falta mucho, Reynold? —pregunté.

—No, falta poco —respondió.

—¿Seguro? Es que estoy cansada.

Cuento Retorcido © [#PGP2024]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora