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—¿Estás bajo la protección de Marcos? —Dijo el Capitán.

Agustín asintió con la cabeza. —Así es.

—Y no tienes que traerle drogas.

—No.

El capitán entrecerró los ojos. —¿No ha intentado nada inapropiado?

—No, lo juro. Quiere una buena noche de sueño, eso es todo.

—¿Y cree que una cita con el terapeuta cambiará eso mágicamente?

—No creo que pueda empeorar las cosas.

—Bien—. El capitán resopló. Se puso de pie, lanzó una mirada amenazadora a Paulo al otro lado de la habitación y luego habló por encima del hombro a Agustín. —Lo arreglaré.

La mirada de Marcos hizo que Agustín mirara en su dirección. Levantó la ceja inquisitivamente y Agustín asintió. Marcos sonrió y le dio el visto bueno.

Oscar cruzó la habitación abrazándose a sí mismo. Su rostro estaba pálido y sus ojos estaban desorbitados.

—¿Qué ha pasado?

Oscar se dejó caer en la silla junto a Agustín pero no habló.

—Háblame, ¿estás bien?

—Estoy bien... en este momento estoy bien.

—¿Alguien te ha amenazado, Alexis...?

—No, no me ha hecho daño.

La mirada de Oscar se dirigió a su celda y murmuró algo que Agustín no entendió. —¿Qué?

—Gusanos, —repitió Oscar.

—¿Gusanos? ¿En la comida?

Oscar sacudió la cabeza. —En mi celda.

Agustín se estremeció. —Deshazte de ellos.

—No puedo.

—¿Por qué no?

Oscar se inclinó más cerca. —Creo que son las mascotas de Alexis.

—Mascotas gusanos—. Agustín murmuró, luego resopló.

—No es gracioso, lo digo en serio. Me los mostró anoche, junto a la ventana, un montón de ellos. Había una gran sonrisa en el rostro de Alexis cuando levantó uno y se lo puso en la palma de la mano, trató de hacerme sostener uno y grité.

Agustín levantó las cejas. —¿Ese grito agudo fuiste tú?

—Estúpido. ¿Qué se supone que haga?

—No vayas a ponerlos en tu culo para empezar.

—Te odio.

—Mira, son solo gusanos, y están junto a la ventana, ¿verdad?

—Aun así, anoche no pude dormir, convencido de que me comerían. Juro que podía escucharlos moverse en su bañera. No puedo, no puedo quedarme allí.

—Es simple, de verdad, le das a Alexis un ultimátum.

—¿Sí?

Agustín se mordió el labio para evitar reírse, se tomó un segundo para recobrar la compostura y luego habló más cerca del oído de Oscar. —Dile, Alexis, soy yo o los gusanos.

Oscar lo fulminó con la mirada y no pudo evitar reírse. Le pellizcó el costado, lo que lo hizo reír más. Otros reclusos estaban mirando, pero a él no le importaba.

Los labios de Oscar se torcieron en una sonrisa. —No es gracioso.

—Más o menos, —dijo Agustín, secándose los ojos.

INFILTRADO ; MARGUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora