Capítulo VI

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En cualquier otro lado del mundo...

—No entiendo cuál es el problema—refuto, con berrinche.

Estaba cruzada de brazos, golpeando el suelo con sus pies como una niña pequeña. Frote mi cien, buscando calma y paciencia para no estallar frente a ella.

—Ya tuvo una remodelación hace cuatro meses—recordé arrastrando las palabras.

Soltó un chillido, demostrando la indignación suplantada en ella.

—¡CUATRO MESES!—Volvió a chillar—¿Se te hace poco?

—Cariño, la cuenta bancaria está decayendo, nos quedaremos en bancarrota si no comenzamos a moderar nos.

Ella formó un puchero, para que quedara aún más claro, su desacuerdo con quedarnos sin una nueva remodelación para nuestra casa.

—¿Me estás diciendo que ya no podré salir con mis amigas cada fin de semana para ir de shopping?

—Exacto.

Soltó un chillido, liberando una patada contra el suelo antes de retirarse de mi oficina. Varios de mis compañeros alzaban las caras para poder cotillear mejor, pero al verme, inmediatamente volvieron a sus trabajos.

Ser el que alimentaba a mis colegas chismosos, era a vergonzante y agotador. Pero Clairie parecía no comprender. Parecía no importarle más que mi dinero.

Y desde hace algunos años, en los que Clairie  comenzó a mostrar su verdadera cara, la culpabilidad y el arrepentimiento comenzaron a agobiarme, por malas decisiones que tomé en el pasado.

No recordaba cuándo había sido la última vez que había dormido bien. Este último año me estaba yendo demasiado mal, la cuenta bancaria estaba decayendo demasiado, mi vida se basaba en trabajar, trabajar, y trabajar para que la economía de mi familia pudiera al menos mantener un balance.

Ser adulto era muy difícil, y si viera a mi yo joven, que se burlaba de la vida adulta y andaba por todos lados diciendo que era fácil, que lo único que había era dramatización por parte de los adultos, le daría una gran bofetada.

Apile unos documentos que me quedaban pendientes por revisar y firmar, soltando un profundo suspiro de hastío.

Atendí la llamada entrante en mi celular, sabiendo perfectamente lo que se venía.

—¿Qué?—Cuestione cansado.

—Hermanito, necesito tu ayuda...—contestó con un tono de voz persistente.

—Voy en unos minutos—arrastre las palabras, antes de colgar.

Tome el saco del respaldo de la silla, antes de salir como si nada del edificio. Mi hermano se había vuelto muy problemático, cuando nuestro grupo de amigos se separó, y por ende abandonamos la banda que teníamos, mi hermano perdió por completo el rumbo de su vida.

Comenzó a beber en bares, a pelearse con turistas y motociclistas. Al grado de que las idas a la comisaría se volvían muy constantes.

Me he adaptado tanto a estar preparado para situaciones como está, porque sé que cada noche, significa ir por mi hermano a la comisaría y pagar una cara fianza, para finalmente poder llegar a casa a descansar unas horas.

Me detengo en un semáforo en rojo, repiqueteando los dedos contra el volante mientras espero impaciente. Algunos turistas pasan por el peatón.

Avanzó cuando el semáforo se cambia a verde, pasando por algunas calles hasta que después de unos minutos vuelvo a estar parqueado frente a la comisaría de la ciudad.

Se ha vuelto tan normal que ahora los policías me conocen a la perfección, y cuando me ven entrar una vez más, me saludan con una gran mueca en sus rostros, en intento de una sonrisa que no demuestre la pena que la constante situación y yo damos.

Llegó hasta el mostrador, ignorando a todos, y centrando mi atención en el policía ahí. Pagó la fianza y firmó unos cuantos papeles, hasta que solo queda esperar a que lo saquen y lo traigan.

El sonido del metal de la rejilla que da acceso a las celdas abriéndose, me hace saber que ya lo han sacado.

Asique sin más, camino hacía la salida sin esperarlo, estoy tan cansado y molesto con él por involucrarme siempre, pero a la vez tan agotado emocional y físicamente, como para reprocharle y darle una buena paliza.

Subo al auto, y al oír la puerta del copiloto cerrarse, arrancó en silencio.

Me detengo en un semáforo, liberando un profundo suspiro.

—Te ves fatal hermano—suelta en burla, y se por el olor que desprende y la forma en que ha hablado que se encuentra demasiado ebrio.

—Pues mirate, tu luces tan jodido—espeto con hastío.

Y es todo lo que necesito para que el silencio consuma el lugar de nuevo. Los minutos que tardó en llegar hasta la casa de mis padres se vuelven infinitos, y el vuelve a hablar, en vez de bajar de mi auto para que pueda irme.

—¿Tienes algún puto problema conmigo?—lo volteo a mirar cansado.

—Sí, pero es inútil que te lo diga—respondo dejándolo callado—así que mejor cierra la boca y baja de mi auto, porque si no lo has notado aún, estoy agotado y como todo persona normal adulta, necesito ir a mi casa para descansar.

Me fulmina con la mirada, sin embargo no dice nada más y baja con torpeza para aproximarse a la puerta principal entre tropezones.

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Rastros de lo que un día fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora