Capítulo VIII

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Esas palabras, lograron por una razón que desconocía ahora mismo, desestabilizarme

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Esas palabras, lograron por una razón que desconocía ahora mismo, desestabilizarme. Me sentía enojada, sentía coraje y odio hacía el hijo de esa señora, pero la sensación de confusión que estaba instalada en mi mente, me debilitaba...me tomaba vulnerable, y mi corazón comenzaba a correr de forma frenética.

Las personas fruncieron el ceño confundidos.

—¿Estás bien cariño?

Mi garganta se había secado, así que nuevamente la única respuesta que di fue un asentimiento leve de cabeza, solo que esta vez también torpe.

—Perdón, creo que no estuvo bien que sacaramos este tema—se disculpó la chica.

Pese a sus disculpas, ni siquiera pude emitir algún sonido de asentimiento. Al principio, su acercamiento tan amistoso no hizo más que confundirme, después ese bombardeo de palabras que me hicieron sentir un huracán de emociones en mi interior.

Algo en mi vientre había revoloteado, mi corazón se había agitado, comencé a sentir una clase de odio hacía una persona que para comenzar ni siquiera recordaba pero que aquellas personas me confirmaron que si conocía, y por lo visto, algo habíamos tenido.

Las palabras de aquella señora me lo habían confirmado.

La cosa era que, muy a pesar de como me estaba sintiendo, debía darme prisa.

—Debo irme, pero...me dio gusto verlos—tuve que mentir en lo último.

—¡Claro! Nos veremos pronto—aseguró la señora.

Los tres me apretaron en otro asfixiante abrazo antes de trepar a aquella moto y marcharse a toda velocidad calle abajo.

Froté mi cara liberando un gran suspiro, debía neutralizar el huracán que colisionaba dentro de mi.

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—Tranquila, la encontraremos—sujeto mi mano en medio de los asientos con una sonrisa.

—Eso espero, y rápido porque mamá ya ha comenzado a sospechar—suspiro.

—¿Sabes en qué clase de lugar era la fiesta?

Arrancó comenzando a conducir, dejando aquel arco atrás. Pasamos aquella calle en relieve, hasta llegar al pequeño pueblo de yorkville, ubicado a las afueras de Toronto, eso significaba varias horas de por medio que me lograban poner los nervios de punta.

—En un antro, la música que logré escuchar provenía de un antro, el problema es que no pudo decirme el nombre.

Los locales que rodean los costados de la calle empedrada están iluminados algunos por luces neones, y algunos por luces cálidas en sus interiores. Y las casas al fondo de estos, ya cuentan con unas cuantas luces que iluminan por fuera.

Se ve poca gente en los locales, a lo mucho tres o cuatro en algunos, el silencio se acopla con la noche, una vez el atardecer termina.

Diego pisa el acelerador al llegar al final del pueblo, adentrándonos en una escalofriante carretera que es consumida por la oscuridad.

Rastros de lo que un día fuimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora