Capítulo escrito por mi querida ItsMilaReading continua esta historia...💙
Horacio se encontraba en el departamento del comisario. Está sentado en el sofá, al otro extremo del gran salón, observando cómo Volkov cocina la cena. Su cresta está despeinada y húmeda, consecuencia del baño que el mayor le había preparado. Viste un holgado pantalón de pijama negro y una camiseta gris, pertenecientes al dueño del lugar. Su pérdida de peso y la diferencia de tallas, lo hacen ver más delgado.
Mira al ruso sin mirarlo realmente, su mente está en blanco y su corazón destrozado.
Lleva un par de horas sobrio y siente la irremediable necesidad de adormecer su dolor entre botellas de cerveza, pero no se mueve, no tiene energía y sabe que Volkov tampoco le permitiría ingerir más alcohol.
Mira a su izquierda, hacia el inmenso ventanal, que tiene la vivienda de piso a techo. Ha empezado a llover y las gotas repican sonoramente contra el cristal. Los escasos rayos de luz que se reflejaban en el cielo, poco a poco son consumidos por los nubarrones, cargados de condensación.
El dolor en su cabeza ha disminuido, gracias al analgésico dado antes por el peli plata, pero la opresión en su pecho sigue molestando; vivir le duele. Así como la humedad en las ventanas, sus ojos amenazan con empaparse, pero no puede. No puede llorar, se ha reprimido tanto hacerlo estos últimos días, ahogándose en licor, que ya no puede permitírselo.
De repente, el olor a comida inunda sus fosas nasales, alejándolo de sus pensamientos.
– Aquí tienes – le ofrece el ruso un plato de canelones – podemos comer en la cocina, o aquí mismo, como prefieras.
Horacio no responde, sólo toma con cuidado el plato, el cual se queda observando fijamente. Es el primer alimento decente en días que va probar y siente aversión hacia él mismo.
– No merezco nada de esto – expresa finalmente, después de un breve silencio, evitando la mirada del mayor.
Volkov deja su plato sobre la mesita de enfrente y toma asiento al lado del de cresta.
– No digas eso, Horacio – posa su mano sobre su pierna – al contrario, hay muchas cosas que no merecías y lastimosamente tuviste que vivirlas – toma con cariño su barbilla, para que lo mire a los ojos – yo estoy aquí para ti, ten eso muy presente.
– Yo… – un nudo se forma en su garganta – gracias – responde finalmente. Volkov le sonríe y le hace un gesto, invitándolo a que comience a comer.
Cenan en silencio, sólo con el sonido de la lluvia, comparten miradas ocasionalmente; sin palabras, pero cómodos por la presencia del otro.
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Mientras Horacio se toma un té verde (que según el ruso, le ayudará a dormir) este lava los platos. Los dos son conscientes que los problemas de insomnio del moreno, requieren de mucho más allá que una bebida caliente con plantas y cosas, pero nunca está de más intentarlo; al menos así, puede mantenerlo ocupado.
El más alto se gira, para descubrir el cansado rostro del chico, el cual se encuentra apoyado sobre la barra de la cocina.
– ¿Quieres que hagamos algo o prefieres intentar descansar? – inquiere el mayor.
– Ojalá poder dormirme una semana entera… – responde cabizbajo.
– Puedo prepararte la habitación de invitados, normalmente no se queda nadie, pero…
– ¿Puedo dormir contigo? – Horacio lo interrumpe, levantando su rostro para mirarlo.
– Claro que sí, Hache – el ruso sonríe entre un suspiro, lo toma de la mano y lo dirige hasta la habitación.
Al ingresar, la mente del de cresta se traslada a aquella vez que se despertó en ese cuarto, hace varios años atrás. Recuerda la emoción de contarle a Gustabo que había dormido en la cama del mismísimo Comisario Volkov. Mucho ha llovido desde entonces, y ese enamorado cadete de la policía, siendo hoy el Director del FBI, no se creería que ese mismo comisario, lo llevaba de la mano hasta ese exacto lugar.
Ambos se dejan caer sobre la acolchonada superficie. El ruso retira el cobertor, se mete dentro de las sábanas e invita al chico a acercarse y acostarse junto a él. Este lo hace, quedando cara a cara, la distancia que los separa es la mitad de un brazo. Se miran durante unos largos segundos, hasta que el mayor de los dos, rompe el silencio.
– Me preocupas, Hache – expresa con el ceño fruncido.
Horacio no dice nada. En el rostro contrario, se encuentra con unos tristes ojos grises, que además de mirarlo con preocupación; puede notar en ellos un sentimiento profundo, ese que él muy bien reconoce, porque lo ha sentido y lo siente por ese comisario. Y de repente, todo es demasiado para él. Como de golpe, todo lo que estuvo reprimiendo esos días se empieza a conglomerar en su pecho, como si de vomitar una comida mala fuese, siente la necesidad de sacarlo todo; y lo hace.
La cara de Volkov pasa de preocupación a angustia, cuando el de cresta rompe a llorar. Rápidamente acorta la distancia entre ellos, lo abraza, deja que este se entierre en su pecho y lo empape de lágrimas. El menor se aferra a él como si su vida dependiera de ello, como si al soltarlo, todo fuera a desvanecerse.
Llora por mucho tiempo, quizá demasiado, pero al hombre que lo estrecha entre sus brazos no le importa. Le destruye ver a ese hermoso chico así, quiere poder ser capaz de aliviar, así sea un poco, todo el dolor que ha tenido que vivir. -No es justo- piensa para sus adentros, alguien que ha sido un ser de tanta luz, no debería de ser opacado por tanta oscuridad; es casi un delito.
Los sollozos y los hipidos provocados por el llanto desbocado, han ido decreciendo. Volkov acaricia con ternura la espalda contraria, a la vez que deja pequeños besos sobre su cabello. Nota como su respiración se ha ido haciendo cada vez más tranquila y profunda; ha llorado hasta quedarse dormido, y el mayor sólo reza porque, así sea por esta noche, el chico pueda descansar.
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Está oscuro, lo nota aunque no abra los ojos. Siempre ha sido de sueño intranquilo, pero algo lo ha despertado, un ruido, más bien un quejido. En medio de su ensoñación, trata de identificar de dónde proviene. Abre los ojos de golpe cuando el quejido se hace más agudo, y se da cuenta en seguida de la fuente del sonido: Horacio está teniendo una pesadilla.
Decide no despertarlo, en su lugar lo acerca hacia él, abrazándolo por detrás. -Shh… tranquilo, estoy aquí contigo- le susurra en repetidas ocasiones, con su característico tono grave. Horacio parece reaccionar a su voz, porque poco a poco, los lastimeros quejidos se van acallando. Finalmente, hasta que el ruso no percibe que el menor ha vuelto a retomar un sueño más plácido, no se permite volver a cerrar sus ojos.
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Unos débiles rayos de luz se filtran por la ventana. Es muy temprano, pero no tanto para el comisario de la ciudad de los Santos, el cual está acostumbrado a despertar a esta hora. Siente que algo (alguien) le falta, estira su brazo hasta el lado contrario, esperando encontrar el cuerpo moreno; lastimosamente no hay nada.
Se sienta deprisa en la cama, se restriega los ojos, que no habían podido acostumbrarse aún a la claridad. Maldice en silencio por no haber bajado las persianas anoche. De un salto, ya sus pies tocan el piso, y busca por la estancia al de cresta… ni rastro de él.
Corre hacia el salón con la esperanza de que esté allí, pero sabe que es en vano, el chico tiende a desaparecer y no era lo que tenía planeado para hoy. Sin embargo, sus piernas quedan petrificadas en el suelo cuando vislumbra la figura de Horacio, sentado sobre el taburete de la barra en la cocina, sosteniendo en sus manos una taza de café.
Es en ese momento que se da cuenta que había ignorado por completo el olor a café, su cerebro estaba más enfocado en buscar al menor. Este alza la vista de la bebida, cuando nota la presencia del ruso cerca suyo.
– Hola… – saluda el de cresta.
– Ehh… buenos días, Hache – carraspea ante su voz recién despierta – yo… pensé que te habías ido.– Bueno… pues no – responde – aquí sigo.
Volkov toma asiento en el taburete de al lado, observa con detenimiento el rostro moreno, aún guarda un semblante triste; sobre todo por los hinchados bicolores, producto del desahogo de anoche, aunque parece menos agotado que ayer. Su cresta despeinada cae hacia un lado, y el ruso no entiende cómo puede verse tan hermoso.
– ¿Has descansado? – quiere saber.
– La verdad es que no ha pasado mucho desde que desperté – hace una mueca, cercana a una sonrisa – he dormido más que muchas otras noches.
– Me alegra saber eso – suspira un poco aliviado – tal vez el té sí funcionó – bromea, en busca de aligerar un poco la situación.
– Sí, pueda que haya sido eso – lo mira cómplice – he hecho café – apunta a su taza, señalando lo obvio – espero que no sea un problema.
– Para nada es un problema, Hache. Por favor, siéntete como en casa.
Esto último deja pensando a Horacio. Es curioso porque ni su propia mansión la siente como su casa, sólo un lugar demasiado grande para él, demasiado vacío. Sin embargo, hay algo especialmente hogareño en estar tomando una taza de café, en el apartamento del ruso.
– Estaba pensando… – la voz del mayor irrumpe sus pensamientos – ¿te apetece que desayunemos aquí… o prefieres que salgamos a una cafetería, o algún otro lugar de tu preferencia?
Horacio lo mira confundido, no esperaba a que el contrario le hiciera tal pregunta.
– ¿No debes ir a trabajar?
– No, Hache. Hoy no.
La expresión de confusión es lo único que sigue adornando el rostro del menor.
– Siempre estoy trabajando, ya no recuerdo la última vez que me tomé un día libre – aclara – además, yo creo que necesitamos alejarnos un poco del trabajo. Por algo tengo a gente capacitada que se haga cargo, la comisaría no se va a caer porque falte un día.
– Vale, está bien – esta vez, la mueca es una media sonrisa.
– ¿Entonces qué dices?
– Vale, vale – repite – me da un poco de palo salir, si te parece bien podríamos quedarnos, desayunamos y eso.
– Perfecto – el comisario se levanta de la silla, aprovechando el apetito del chico, y rodea la barra.
– Pero déjame ayudarte – lo sigue el de cresta – rollo, así no haces todo tú, sabes.
Volkov sonríe y entre los dos empiezan la preparación de la comida matutina.
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Entre el desayuno y las charlas entremedias, el ambiente entre los dos hombres se ha hecho mucho más ameno. Están sentados en el sofá, Horacio tiene las piernas arriba, abrazándolas. En cambio Volkov, tiene sus piernas cruzadas, en una posición bastante relajada; su brazo está sobre el espaldar, donde si quisiera, alcanzaría a tocar el rostro contrario.
Llevan un rato hablando sobre otros tiempos, esos en los que todo parecía menos complicado.
– Igual, al final, las cosas pudieron haber sido diferentes… sabes – expresa Horacio, intentando no ahondar mucho en el hecho que desencadenó, la casi pérdida del hombre sentado a su lado.
– Las cosas sucedieron como sucedieron, Hache y lo importante es que estamos aquí… los dos – se inclina un poco, para acortar unos cuantos centímetros, la distancia entre ellos.
– Sí, pero aún siento que pude haber hecho todo de otra manera, haber deteni… – Volkov, con la mano que tenía más cerca de su rostro, la posiciona en su mejilla; dejando el pulgar sobre sus labios, acallando sus palabras.
– Sé que esto es un tema especialmente delicado para ti… para los dos – suspira, se acerca más al menor – pero quiero que entiendas que eso para mí, ya no pesa igual. Me importas Horacio… te quiero a ti y a todo lo que podamos hacer juntos, de cara al futuro – su mano libre, toma la otra mejilla morena – no quiero que el pasado sea algo que nos limite, quiero vivir el presente contigo Horacio, con todo lo que eso implique… si me lo permites.
Los bicolores ojos se han llenado de lágrimas ante las palabras dichas por el ruso. Sigue pensando que no es merecedor del amor, del cuidado y del cariño que le profesa ese comisario; pero ahora mismo, sólo desea entregarse a él, a estos momentos donde la vida le da un respiro y puede disfrutar.
– Te quiero, Volkov – antes de que el nombrado pronuncie palabra alguna, el de cresta ya se ha abalanzado sobre sus labios, dejándolo sin aliento.
El resto del día se dedicaron a amarse. Desde que sus labios se juntaron, fue casi imposible para ellos separarse. No hubo rincón de ese apartamento que no fuese testigo del encuentro entre sus cuerpos, de los besos, de los gemidos, de las caricias dadas. Fue como si todo por fuera de ese lugar, dejara simplemente de existir.
A partir de mañana, debían enfrentarse a nuevas dificultades. Todavía existían pendientes, investigaciones por desarrollar, información que recaudar, venganzas por cobrar… pero todo eso podía esperar, al menos por hoy, todo podía esperar.-----
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SI NO TE HUBIERAS IDO
Acak¿Qué hubiera pasado si Volkov nunca se hubiera ido? Historia basa en la primera temporada de Infames, en ella Volkov nunca se fué, se quedó dirigiendo la comisaria, todas las tramas serán más o menos las mismas pero integrándolo a él en la historia...