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chapter three
dos reinos separados
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¡Ultima parte de la era de
los conquistadores !


soldier, poet, king
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Rhaenys Targaryen no tuvo una conquista tan fácil. Una hueste de lanceros dornienses custodiaba el paso del Príncipe, el pasaje entre las Montañas Rojas, pero Rhaenys no entabló combate con ellos. Sobrevoló el paso, por encima de las arenas rojas y blancas, y descendió en Vaith para exigir su sumisión, pero se encontró el castillo vacío y abandonado.

En la ciudad que había junto a su muralla solo quedaban ancianos, mujeres y niños. Cuando les preguntó por el paradero de sus señores, lo único que contestaron fue: «Se han ido».

Rhaenys bajó, siguiendo el curso del río, hasta Bondadivina, sede de la casa Allyrion, pero también estaba desierta. Siguió volando hasta el lugar donde el Sangreverde llega al mar y se encontró en Los Tablones, donde cientos de barcazas, esquifes de pesca, gabarras, casas flotantes y cascos de barcos se cocían al sol, unidos con cuerdas, cadenas y trozos de madera para crear una ciudad flotante; pero solo un puñado de ancianas y niños se asomó a ver volar en círculos a Meraxes.

Al final, el vuelo de la reina la llevó a Lanza del Sol, la antigua sede de la casa Martell, donde encontró a la princesa de Dorne esperando en su castillo abandonado. Meria Martell tenía entonces ochenta años y llevaba sesenta gobernando a los dornienses. Estaba muy gorda, ciega y casi calva, con la piel cetrina y fofa. Argilac el Arrogante la llamaba el Sapo Amarillo de Dorne, pero ni la edad ni la ceguera le habían nublado la mente. 

─No lucharé contra vos ─dijo la princesa Meria a Rhaenys─, ni me prosternaré. Dorne no tiene rey; decídselo a vuestro hermano.

—Eso haré —contestó Rhaenys—. Pero volveremos, princesa, y la próxima vez traeremos fuego y sangre. 

—Ese es vuestro lema —dijo la princesa Meria—. El nuestro, «Nunca Doblegado, nunca Roto». 

Podéis quemarnos, mi señora, pero no nos doblegaréis ni nos quebrantaréis.
Esto es Dorne y aquí no sois bien recibida. Volved si os atrevéis. Y así se despidieron la reina y la princesa, y Dorne se quedó sin conquistar. Theorys y Aegon fueron mejor recibidos en el occidente. Antigua, la mayor ciudad de todo Poniente, estaba rodeada de una gruesa muralla y gobernada por los Hightower, la casa nobiliaria de más rancio abolengo y la más rica y poderosa del Dominio. 

Antigua también era la sede de la Fe: allí residía el Septón Supremo, Padre de los Fieles, la voz de los nuevos dioses en la Tierra, al que debían obediencia millones de devotos de todos los reinos, menos del Norte, donde todavía rezaban a los antiguos dioses. También estaban las espadas de los Militantes de la Fe y las órdenes de monjes guerreros a las que el vulgo conocía como Estrellas y Espadas.

Aun así, cuando Aegon, Theorys y su hueste llegaron a Antigua, encontraron las puertas de la ciudad abiertas y a lord Hightower esperándolos para rendirles pleitesía. Lo que había sucedido era que cuando la noticia del desembarco de Aegon llegó a Antigua, el Septón Supremo se encerró siete días y siete noches en el Septo Estrellado para que los dioses lo guiaran. No tomó otra cosa que pan y agua, y no hizo nada más que rezar, pasando del altar de un dios al de otro.

𝗟𝗢𝗦 𝗩𝗜𝗘𝗡𝗧𝗢𝗦 𝗗𝗘 𝗙𝗨𝗘𝗚𝗢   |   Lucerys Velaryon. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora