CAPÍTULO 89: Perdida

317 52 3
                                    

Estoy tomando la cena cuando de pronto una ráfaga de aire frío que se cuela por la ventana entreabierta, me hace temblar y me pone la piel de gallina.

Me levanto para cerrar la ventana y cuando me acerco, me congelo. Está haciendo demasiado frío y caigo en cuenta de que Alex salió sin su chaqueta; debe estar temblando allá afuera, así que la tomo del perchero y salgo rápidamente, sintiéndome observada por Sara, que ve lo que hago sin decirme nada.

«¿Cómo se le ocurre salir a la calle en camisa de mangas cortas?»

Niego con la cabeza mientras bajo los escalones, y cuando estoy en la acera, miro hacia ambos lados de la calle y no lo veo. Supongo que debe estar cerca, así que primero me voy por la derecha y si no lo llego a encontrar, tomo el otro camino. En las películas de terror asesinan más por el camino izquierdo, así que, debo estar en el indicado.

Empiezo a caminar por la calle, echándole ojo a todos los transeúntes, pero no lo veo. Llego a la esquina, paso a la calle de enfrente y la doblo, para seguir caminando unas cuadras más adelante.

Las casas del sector son enormes y lujosas; todas son muy parecidas y de no ser porque cada una tiene un número, estoy segura de que los dueños podrían confundirse.

Avanzo un poco más, cruzo varias esquinas y doblo otras cuantas más, pero Alexander no aparece por ninguna parte.

Al rededor todo parece igual y por un momento presiento que no he avanzado mucho. Miro hacia atrás y me doy cuenta de que no recuerdo por qué camino vine... Hay varias calles parecidas y giro en mi eje tratando de encontrar un punto de referencia, pero todo está igual.

Por esta zona no hay ni siquiera una tienda, ni gente, ni perros, ni moscas, ni nada... solo casas que parecen haber sido construidas por el mismo arquitecto obsesionado con el gris.

Creo que me he perdido...

«¡Santa madre que me parió!, ¿ahora qué haré?»

Olvidé lo despistada que puedo llegar a ser y me entretuve tanto contemplando el hermoso paisaje de casas gemelas, que ni siquiera conté cuantas cuadras caminé, o cuantas esquinas doblé y mucho menos sé en qué direcciones lo hice. Ahora me encuentro sola en la calle de noche y sin ninguna idea de donde carajos estoy...

A lo lejos vislumbro algo diferente y decido caminar hacia allá, seguramente habrá alguien que pueda ayudarme; tal vez algún supermercado o algo parecido.

«¿Acaso es que los coreanos no se alimentan?»

Por eso estarán tan flacos; no hay un bendito supermercado, y eso que vi de lejos resultó ser una maldita tapia sin nada especial.

Ya estoy tan angustiada que ni siquiera había pensado en sacar mi celular y llamarlo, pero cuando me palpo los bolsillos delanteros de mi short buscándolo, y luego hundo mis manos la chaqueta, me doy cuenta de que ha sido inútil porque no lo traigo... Solo encuentro un paquete de chicles vacío y un humectante de labios que sirve solo para eso...

«¡Demonios!, Alexander se va a poner furioso.»

Debe haber al menos un hospital o una estación de policía cerca. No tengo otra opción que seguir caminando para tratar de encontrar algún sitio donde puedan ayudarme, pero mi miedo incrementa cuando me percato de que, mientras más avanzo, más desoladas se ven las calles y las casas siguen luciendo igual... Esto parece una maldita ciudad abandonada... Ni un solo coreano por ahí; supongo que debe ser porque ya es tarde, aunque ni siquiera tengo noción del tiempo, no tengo idea de qué hora es, solo sé que está muy oscuro y tengo sueño.

👋ᕙ('▿')ᕗ

Cuando falta una cuadra para llegar a una avenida donde posiblemente encuentre ayuda, veo un par de hombres hablando en una esquina. Al principio me da algo de miedo, pero decido que lo mejor es acercarme y pedirles apoyo. No parecen ser ladrones o algo parecido porque están muy bien vestidos; llevan ropa informal, pero no se asemejan a delincuentes en absoluto.

El universo que inventamosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora