Capítulo 11.

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Incubo.
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(Desde aquí en adelante contiene lenguaje blasfemo)

—Eres un incubo, ¿verdad? —pregunté.
Esto era algo sacado de una película, algo fuera de la realidad y no podía seguir guardándolo. Ya mis cicatrices eran algo fuera de lo común. Cualquier pregunta y respuesta no debería ser extraña.

Además, ignoré su saludo. Como si fuésemos amigos de toda la vida me estaba tratando, como amigos que se juntan solo para tirar.

—Ustedes los seres humanos y su mala costumbre de hacer acusaciones sin tener la información asegurada —respondió parándose derecho—. No me llames incubo porque no soy injuto, ni estoy lleno de pelo ni tengo el pene frío —explicó.

—Pero hay incubos que se adaptan a las necesidades de la mujer que desean poseer.

—Pero los íncubos tienen relaciones sexuales con mujeres dormidas, por favor, no me compares con esa especie asquerosa e inferior —pidió con una risa irónica—. Ya te dije, no me llames incubo, soy el Demonio. Tuviste sexo con el mismo al que todos invocan por deseos banales, al que todos acuden en sus momentos de desesperación y le piden tratos los cuales saben que yo siempre salgo ganando —confesó su secreto, seguido de una sonrisa—. Un gusto.

Me eché para atrás y me cubrí lentamente los pechos con las manos recordando lo que había sucedido horas atrás. Estaba petrificada. ¿Cómo pude permitir que eso sucediera? Era muy lógico.

—Puedo ver a través de tu ropa, no hay necesidad querida —dijo haciendo un gesto con la mano para que me quitara las manos de ahí.

—¿Por qué me buscaste?

—No cariño, tú me buscaste a mí y yo acudí a tus necesidades —me dijo con la mirada sería—. Además, no te hice nada que tú no quisieras, te hice todo lo que estaba en tu cabeza y eso que me faltó saciar tu placer.

Sentí mi cara arder

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Sentí mi cara arder.
—Y no te sientas avergonzada que yo puedo leer lo que piensas, no olvides quien soy... —recordó—. Y me llamo Ian aquí en la tierra porque a ti te gusta el nombre.

Me quedé pensando.
Claro, al decir eso me hizo entender que me había investigado y sabía todo lo que me gustaba. Era el tipo de hombre que me gustaba, tenía todo físicamente.

—No, ¿sabes? —moví la cabeza a ambos lados—. No sé porque vine aquí si no tengo nada que decirte, más que te alejes de mi y no vuelvas a meterte en mi casa —dije apuntándolo con el dedo en tono de amenaza.

—Mientes.

—Deja de decir lo que realmente siento —advertí—. Quizás tengas razón pero estoy diciendo lo que es mejor para mí.

—No, tú no sabes lo que es mejor para ti.

—Basta, mierda... —dije con los dientes apretados.

—Eso, enójate y dime lo que sientes.

El Demonio en Tinder ✧ Ian BohenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora