Capítulo 16.

6 0 0
                                    

Tontos.

De un momento a otro vi todo en cámara lenta; Ian saltó del otro lado de la barra, agarró la silla antes de que me diera en el rostro y con una fuerza descomunal la impulsó para que chocara en la pared detrás de nosotros dos. Gruñó muy fuerte y sus manos se llenaron de más venas. Ni siquiera así se detuvieron los dos hombres.

—¿Cómo se te ocurre quedarte aquí parada? —preguntó pero más bien fue un reclamo por su tono de voz.

—¡Al menos yo estoy intentando hacer algo, tu fácilmente te quedaste con la chica! —reclamé y seguí esquivando objetos como si estuviéramos jugando a los quemados—. Gracias Edith por sacar a toda la gente del recinto —imité su voz.

—Te salvé de una silla, estamos a mano.

—Demonio de mierda —lo insulté. No me hizo caso y seguimos esquivando objetos hasta que el más pequeño, repleto de sangre, le rompió una silla en la espalda al otro—. ¡Maldición, ya se lo cargó!

El hombre no se movió.
Miré a mi lado izquierdo y ahí seguían sus amigos.
El chico les hizo frente pero solo uno de los tres se lanzó a él queriendo defender el honor del caído.
Fue en vano, le dobló el brazo hacia atrás hasta que se escuchó un «crack» y ahí la fiesta de verdad se acabó.
Miré a Ian y éste estaba junto a la chica, vi el movimiento de sus labios decirle:
—Váyanse ahora, alguien está llamando a la policía.
A su vez, le apuntó a uno de los dos que quedaban ahí mirando. Me acerqué y le quité el teléfono tirándolo al piso.

—¡¿Tú no aprendes?! —le grité—. ¡Ese hombre es una máquina de matar! ¿Crees que vale la pena perder el tiempo así? —le pregunté apuntando al que estaba tirado en el suelo. El chico seguía pateándole el brazo que le había herido.
Salieron corriendo.

La chica tomó a su pareja y se la llevó casi a las arrastras, él cojeaba.
Cuando Ian y yo nos quedamos solos con el inconsciente nos miramos.
Suspiró.
—Estabas celosa, admítelo.

—No, solo me molestó tener que hacerme cargo yo de la situación cuando el Demonio eres tú y estamos salvando tu pellejo.

—Son gajes del oficio.

No, ¿realmente esa será tu respuesta? —pregunté seca. Ian asintió. Estaba muy molesta—. Llegando a la ciudad me iré a mi casa y espero no verte en unos días.

—Ay Edith, no seas inmadura.

—¿Inmadura? —pregunté acercándome a él. Me paré muy cerca y lo miré a los ojos sintiendo como los míos ardían por la ira—. Estuve enfrentando a desconocidos esta noche, evitando cosas voladoras que atentaban con mi vida cuando me dijiste que yo me encargara de la chica porque tú te encargarías de evitar la pelea y claramente no lo hiciste —escupí—. Esto me ha sacado de mi zona de confort sabiendo que otras personas podían tomar mal mis acciones e irse contra mi, ¿y luego tienes el descaro de decir que soy inmadura?

—Edith, siempre estoy pendiente de ti, claro que no iba a suceder nada —respondió como si yo fuese la exagerada. Suspiré y tomé el puente de mi nariz.

—Arregla todo esto, esperaré afuera.

—¿Hablas en serio?

—Te gusta quedarte con la chica y los créditos, por último has el trabajo de limpieza. ¡Y no me vuelvas a responder! —le grité lo más fuerte que pude. Estaba muy enfadada. Mi garganta dolió. Ian gruñó pero no salió más allá de su garganta, lo ahogó.

Salí y me quedé recargada en la pared con los brazos cruzados y un pie apoyado. La noche estaba muy oscura. Sabía que Ian lo limpiaría con un chasquido de dedos, no entendía su gruñido. Quizás había olvidado su inmortalidad y estaba acomodando todo con sus manos como cuál barman normal. Además, debía hacerse cargo del sujeto en el suelo.

El Demonio en Tinder ✧ Ian BohenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora