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Aterrizamos en el aeropuerto de Dublín antes de de lo que esperaba.

La ansiedad me consumía cada vez más.

Salimos del aeropuerto y seguí a mi primo por calles estrechas. Eran las seis de la tarde y allí ya era de noche. No me gustaba.

-Nos quedaremos ahí.

Señaló un hotel, algo desgastado por el tiempo.

-¿Y cómo lo pagaremos? -pregunté.

Zac me miró durante unos segundos. Luego, dirigió la mirada al hotel.

-No hagas preguntas de las cuales no quieres saber la respuesta.

-Zac...

-Violet, no.

-Tengo dinero...

-¿Dinero? -preguntó, subiendo la voz-. ¿Tienes dinero, Violet? -Asentí-. ¿Sí?, ¡Qué bien! -exclamó, sarcástico-. ¿Y cuánto? ¿Cien? ¿Doscientos? ¡Porque eso no nos daría ni para una noche, joder!

Se había cabreado. No me gustaba que me elevaran la voz. Pero gracias a mi primo estaba ahí, no podía decepcionarlo.

-Vale, Zac -acepté-. Pero no me grites como si tuviera siete años, porque tengo diecinueve.

-¿Y de mental cuántos? Porque irritas mucho.

No iba a seguir con esa conversación. Me estaba enfadando y lo último que quería era discutir con él.

-No sé de dónde sacaste el dinero para los billetes del avión, y sé que no quiero saberlo. Solo intento ayudar.

No respondió. Se limitó a mirarme y empezar a caminar hacia el hotel.

"¿Algún día contará mi opinión?"-quise preguntarle.

Entramos en ese edificio desgastado. Era bastante sencillo. Paredes pintadas de un marrón extraño, el suelo era de madera oscura. Solo había un mostrador en el medio, una estantería al lado, dos puertas a cada lado de la habitación y una escalera que daba hacia arriba al fondo.

-...yeah, thank you. -escuché a Zac decir a la chica del mostrador.

Parece que estaba tan ocupada observando la habitación que ni me había dado cuenta de que mi primo estaba pagando las habitaciones.
Subimos por las escaleras hasta el segundo piso. Zac se paró delante de una puerta de color rojo, sacó la llave y la abrió. Se giró y me miró buscando mi aprobación, pero no la encontró. No se la iba a dar. No sabía cómo había conseguido el dinero.
Atravesé la puerta y vi una habitación grande;
había una cama de matrimonio y un armario a la derecha. A la izquierda, estaba la cocina, y al lado de la entrada, el baño.

-No está...mal -comenté, para auto convencerme de que aquello no era tan malo.

-Estaría mejor si supiéramos cocinar -añadió Zac, con un tono gracioso.

Solté una risita.

-Bien visto.

Coloque mi ropa en el armario, me puse el pijama y me tiré en la cama. Estaba agotada. No físicamente, si no mentalmente. Y me estaba matando.
Mi primo estaba colocando algunas cosas en la cocina. Tenía puesto un pijama azul muy mono. Aunque tenga veintitrés años sigue siendo un niño pequeño.
Era un chico atractivo, ojos color miel, pelo rubio, nariz respingona... me había tocado una buena genética.

No quería sacar el tema, ya estábamos en Irlanda y sabía que no era lo mejor hablarlo en ese momento, pero necesitaba alguna respuesta.

-¿Podré hablar con John? -solté, sin miedo a la respuesta.

Se quedó quieto unos segundos. Sin mirarme.
No me gustaba que tardara tanto en contestar mis preguntas, siempre parecía que tuviera miedo de decir algo que no debía.

-Por ahora, no -contestó, por fin-. Quizás más adelante, ¿vale?

-Vale. -contesté.

Nos quedamos en silencio durante un tiempo. Yo estaba observando un cuadro de flores que había al lado del armario, y él tenía la vista perdida.

-Venga, duérmete, o empezarás a irritarme con tus preguntas. -soltó de repente, con un tono sarcástico.

-Qué gracioso -le saqué la lengua en señal de "que te den".

El me sonrío y volvió a lo suyo.
Me tapé con la manta, y me quedé en blanco, mirando al techo, sin saber que hacer o hacía donde mirar. Estaba perdida.

-Buenas noches, Zac -susurré, antes de cerrar los ojos.

-Buenas noches, primita. -contestó en un tono dulce que nunca había visto en él.

Lo último que perdí fue la confianza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora