capítulo 3

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Demian salió sigilosamente de mi habitación alrededor de las 4:30 de la madrugada, consciente de que no quería que nuestros padres malinterpretaran su presencia durante esas horas.

Su gesto discreto buscaba evitar conflictos innecesarios o las incómodas preguntas que podrían surgir. Mientras tanto, yo permanecía tendida en la cama, sin ningún deseo de levantarme. Aunque el sol comenzaba a asomar en el horizonte, no sentía el impulso de ir a contemplarlo. El dolor en mi alma eclipsaba cualquier luz externa; estaba sumida en un pozo negro de desesperación y tristeza.

A pesar de mi reticencia, las agujas del reloj continuaron su implacable marcha y pronto marcaban las 7 de la mañana. Sabía que debía prepararme para ir a la escuela, aunque honestamente, no había deseado más que permanecer en la cama. Sin embargo, allí estaba yo, bajo el chorro reconfortante de la ducha, en un vano intento por despejar mi mente nublada por la tristeza. Como si el agua pudiera lavar mi dolor, como si pudiera arrastrar consigo todas las penas que me agobiaban. Era una ilusión, lo sabía, pero aún así lo intentaba.

Salí del baño y me dirigí a mi clóset con pasos pesados. Tomé un par de jeans negros, desgastados por el tiempo y marcados por roturas en las rodillas, un top rosa pastel de manga larga que dejaba al descubierto un sutil escote en forma de corazón, y unos tenis blancos de plataforma que solían ser mi elección para los días en los que necesitaba un poco de altura y confianza adicional.

Mientras me vestía, el reflejo en el espejo parecía ajeno, distante. Mis ojos cansados reflejaban el peso de la noche anterior, y mi expresión era un mosaico de emociones difíciles de descifrar. Me peiné el cabello, dejando que cayera en suaves ondas sobre mis hombros, un intento por ocultar la tormenta que rugía en mi interior.

Con un suspiro resignado, salí de la habitación, cerrando la puerta detrás de mí.

Bajé las escaleras con la misma pesadez que había marcado cada paso desde que desperté. Al entrar en la cocina, me encontré con toda la familia reunida, como era habitual. Sin embargo, esta vez me limité a un breve saludo y tomé una manzana de la frutera, evitando cualquier contacto visual prolongado.

—¿Y te vas? —me interrogó Sandra con una mirada de confusión, y pude sentir el peso de su mirada penetrante en mi espalda.

Entendía su sorpresa. Normalmente, era yo quien inundaba la casa con mis gritos matutinos y quien se quedaba a desayunar con todos antes de que Alek pasara a recogerme. Pero esta mañana, no quería verlo. Sabía que no era su culpa, que la responsable era yo por permitirme amarlo, por tejer ilusiones que solo me llevaban al dolor.

—Sí —respondí secamente, notando cómo la sorpresa en los rostros de mi familia se transformaba en un sutil destello de dolor.

—¿Tan temprano y sin desayunar? —intervino mi padre, con un deje de preocupación en su voz.

—Me llevo una manzana. Iré a la biblioteca a estudiar para mi examen —expresé, buscando una salida rápida de la situación incómoda.

—¿No te llevará Alek? —preguntó Abel, sin darse cuenta de lo que su pregunta desencadenaría.

—No —respondí con firmeza, deseando escapar de allí lo antes posible.

—¿Pelearon? ¿Por qué no viene por ti? —intervino Lisandro, siempre metiche y entrometido en asuntos ajenos.

—Solo quiero ir sola. No lo necesito para hacer mis cosas —respondí bruscamente, mi paciencia agotada por las continuas preguntas.

El Palacio De Las Mariposas Y El Eden De Las Espinas.       Donde viven las historias. Descúbrelo ahora